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Desinformación, relato y democracia

Por Saudia Levoyer

Seguramente si pedimos que levante la mano quien se ha cruzado en sus redes sociales, de mensajería instantánea, incluso en algún medio de comunicación, con algún contenido falso o que tiende a despertar emociones como el miedo o la intolerancia, todos lo harían.

El fenómeno de los contenidos falsos, también llamados fake news, y de la desinformación está frente a nosotros, pero no hablamos –al menos en América Latina– lo suficiente al respecto, como para pensar en políticas estatales o acciones concretas, como ocurre en la Unión Europea o Estados Unidos.

¿Cómo funciona el mundo de la desinformación y de los contenidos falsos? Primero debemos recordar que muchos de los contenidos que se distribuyen no son información, es decir, no cumple con algunas características vitales para alcanzar esa categoría, como es ser contextualizada, contrastada y verificada. Otra parte, además de no cumplir con esto, es pensada como una táctica de una estrategia de grupos (pueden ser de poder o criminales) que normalmente quieren obtener ventajas políticas o económicas, es decir, necesitan generar miedo y caos en la mayor cantidad de usuarios que le sea posible. El objetivo de esto es ejercer control, aumentar la incertidumbre y obtener el fin que se hayan trazado. Esto lo logran fácil y rápidamente por la penetración de la tecnología, que permite la viralización de las versiones que ponen a circular.

En simple: si se sabe cómo enganchar a una audiencia (que es normalmente a través de sus emociones), se puede decir prácticamente lo que sea, porque muy pocos están dispuestos a gastar su tiempo en verificar si lo que le llegó es cierto o si tuvo alguna intención que no se percibió en la vorágine de compartir lo que llega a sus sistemas de comunicación.

En las campañas políticas de los países democráticos, estas estrategias han generado que aumenten los niveles de violencia e intolerancia e, incluso, algunos autores han hablado de incidencia en el voto. En épocas de crisis sociales, han ayudado a que se generen relatos y, por tanto, que la batalla por este, tome nuevos niveles, ya que cuestionan al trabajo de periodistas (más allá de los errores, a veces imperdonables) que, por principio, deben contrastar, contextualizar y verificar la información antes de lanzarla a la selva del debate público generado por las redes y sistemas de mensajería instantánea.

En este punto es importante señalar que los periodistas eran los intermediarios de la información hasta que el sistema mediático sufrió la transformación que hoy lo tiene como está. Esa intermediación ahora se resalta, no solo por su apoyo en la conducción del debate público de sus audiencias, sino por justamente la experticia en la verificación de datos. Con mejor información, con mayor calidad, las audiencias pueden tener mejores contenidos y apoyar a una discusión sobre lo público de una manera más sensata.

En esa medida, la educación mediática se hace imprescindible. No se trata solo de saber cómo cuidar los datos personales, entregados fácilmente a los consorcios tecnológicos que los manejan a su antojo y basado en la actividad que hace cada persona de su mundo digital, sino también de entender que lo que está en juego es la democracia. Tras ella, más allá de sus debilidades, errores o falencias, está un sistema de valores, principios, derechos y oportunidades, sobre los cuales se han construido las actuales sociedades, llamadas a ir fortaleciéndola, cambiándola, adaptándola, sin perder de vista su esencia.

Es hora de que la discusión alrededor de la libertad de expresión en contextos de desinformación, polarización, contenidos falsos y una larga lista de problemas, sea entendida bajo esa luz. Es hora también de ver que los controles que hacen los gigantes informáticos son mínimos, que los Estados tendrán que buscar alianzas para enfrentarlos y sobre todo comprometerlos en soluciones. Es momento de que las sociedades democráticas se centren en exigir y apoyar para que la libertad de informar, de prensa, de expresión, la pluralidad y la tolerancia regresen, para frenar la polarización, fenómeno que requiere de la desinformación para hacerse más fuerte.

Saudia Levoyer (Ecuador) es periodista y docente universitaria de pregrado y posgrado. Ha trabajado como reportera y editora Política y de Investigación de medios de Ecuador. Actualmente mantiene una columna en El Universo. Autora y coautora de cuatro libros. Profesora de la Universidad Andina Simón Bolívar, sede Ecuador.

X: @slevoyer

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