Por Francisco Córdova Echeverría
Cómo la campaña de Kast movilizó emociones, condiciones materiales y estrategias comunicacionales para ganar las elecciones chilenas, ilustrando el giro afectivo de la política contemporánea.
El biólogo, epistemólogo y pensador Humberto Maturana en su libro Emociones y lenguaje en educación y política (1990), nos señala que los seres humanos somos, ante todo, seres emocionales, y que la razón opera siempre dentro de un dominio emocional previo. Una de sus tesis centrales es que no hay acción humana sin emoción que la funde, y que la racionalidad no es autónoma ni neutral, sino situada emocionalmente.
Por su parte la socióloga cultural, Eva Illouz, indica que “lejos de ser presociales o preculturales, las emociones son significados culturales y relaciones sociales fusionados de manera inseparable, y es esa fusión lo que les confiere la capacidad de impartir energía a la acción”[1].
Si las emociones son las que inyectan energía a la acción y son fundantes de la racionalidad humana, para movilizar a un electorado hay que movilizar emociones.
Chantal Mouffe, filósofa y politóloga belga, en clave populista laclauniana indicaba que, para tener éxito en conformar un movimiento popular, se depende de la capacidad de reconocer la dimensión afectiva en las formas de identificación colectivas, las cuales tienen que estar en “sintonía con las preocupaciones y experiencias personales de la gente”[2]. Cabe decir que este consejo era para una movilización populista por izquierda, pero según parece, la lección sobre la relación entre las emociones y la política la aprendieron de manera más rápida y efectiva las extremas derechas.
Yéndonos más atrás y en clave histórico-político y cultural, Gramsci[3] explica que no se consigue la hegemonía solo por las ideas racionales, sino que hay que movilizar pasiones, organizar los afectos y dar forma emocional a una visión de mundo, así “no se hace política-historia sin esta pasión, es decir, sin este vínculo sentimental entre intelectuales y pueblo-nación”. Y es importante que razón y pasión no son contradicciones, sino que hay una articulación en ello: “El error intelectual consiste en creer que se puede saber sin comprender y, sobre todo, sin sentir”.
Tomando todo lo anterior, me interesa poner en relieve la campaña ganadora de José Antonio Kast, el actual presidente electo de Chile, agregando además un elemento que aún no he nombrado, que son los efectos basales de las condiciones materiales de la existencia. Pues se piensa y se siente en función, principalmente, desde dónde se tienen puestos los pies.
Kast, hijo de un inmigrante alemán miembro de la SS del régimen nazi, reconocido pinochetista y ultraconservador, con su equipo de estrategia y comunicación política usando las artes luminosas y oscuras[4] de la comunicación política, logró convencer a más de 7 millones de electores, de los cuales, un gran porcentaje eran parte del electorado recién incorporado con voto obligatorio, cuyas decisiones son de tipo nómade bajo una acción racional utilitarista, es decir, votan según quién considera que resolverá sus propios problemas puntuales, ya sea de derecha, de izquierda o centro. Da lo mismo. Para ellas y ellos el presidente es un producto, y si no cumple lo que indica el envase, prueban otro, hasta conseguir los resultados que desean.
¿Pero cómo logró aquello? Sacando las cuestiones morales y dejando solo la eficacia como deseable, lo que se hizo fue extraer el máximo provecho a las pasiones tristes de la población chilena en relación a su dimensión material: más dinero en los bolsillos y más protección a sus bienes, trabajo y seguridad. Sí, estoy diciendo que la campaña de la ultraderecha chilena tuvo un fuerte componente -táctico- marxista y gramsciano, en tanto supieron entender que la materialidad y la cultura (en tanto entramado simbólico como diría el gran antropólogo Clifford Geertz) eran los elementos clave en la disputa por el poder, y que, para ello, había de saber interpretar y conducir las emociones de época.
Mientras, las izquierdas desorientadas por la derrota de los socialismos reales, acumularon, llegando la década del 90, luchas identitarias y étnicas como proyecto político. Ya no eran las condiciones materiales de la población (con el socialismo y el comunismo como horizontes) ni la disputa por los sistemas universales interpretativos de la cultura, sino más bien se conformaron y configuraron en base a las demandas de derechos según las experiencias personales, que se articularon en identidades colectivas descontextualizadas de sus desigualdades históricas, tal como lo denuncia Rita Segato[5].
Con las actuales capacidades tecnológicas que ofrecen las redes sociales, las artes oscuras de la comunicación han alcanzado un horizonte de posibilidades del cual aún no conocemos sus límites. La gubernamentalidad algorítmica incita a ciertas conductas de manera silenciosa que se potencian por las cámaras de eco y las burbujas digitales, las cuales, en poblaciones con serios problemas de analfabetismo funcional, que además experimentan una alienación brutal, crean la aparición de verdades alternativas a los hechos fácticos. Sí, hablo de la llamada posverdad, cuestión que la campaña de Kast explotó hasta donde le fuese posible.
Por otra parte, sumado a la capacidad de interpretación emocional de la realidad material y al uso oscuro del fenómeno evolutivo de las redes sociales y las inteligencias artificiales (sí, creo que tienen ese nivel de impacto en nuestra especie), Kast instrumentalizó muy bien el macartismo chileno. El anticomunismo en Chile se podría indicar como estructural, influenciado claramente por la cultura y política estadounidense durante décadas. Así, había emociones que explotar y herramientas para ello, también tenían un mono de paja instalado hace décadas y que no ha perdido vigencia.
A lo anterior es necesario sumar el rol de los medios de comunicación en tanto se hicieron de los noticieros unos “delincuenciarios”, colaborando de ese modo a que Chile, siendo uno de los países más seguros de Latinoamérica, tenga cifras que indican que somos la población más atemorizada de todas[6].
Kast con todos estos elementos polarizó la sociedad siguiendo la receta de Carl Schmitt: hacer de lo política una distinción de amigo/enemigo, llevarla a un plano sustancial de una identidad homogeneizante y pura (“los chilenos de verdad”), incorporar un orden moral religioso conservador y convencer de que hubo un pasado glorioso el cual se perdió por culpa del enemigo existencial, que en nuestro caso son los inmigrantes ilegales, los comunistas[7] y los “violentistas”, siendo estos últimos los que salen en las protestas.
Esta estrategia rompió con la espiral del silencio[8] de los grupos de extrema derecha, que ya venían normalizándose socialmente en los medios de comunicación y redes sociales (vía streaming) con ayuda de sectores aún más radicales de derechas. Me refiero al excandidato Johannes Kaiser, hermano del referente teórico de extremas derechas, Axel Kaiser. Así, banderas de Pinochet salieron a las calles sin pudor, es más, lo hicieron con toda la fuerza sin encontrar resistencia alguna en los espacios de mediación. El fascismo criollo pinochetista encontró un proyecto político que le daba espacio y posibilidad de retorno al poder, ahora por la vía democrática.
Una vez ganadas las elecciones con una amplia diferencia de dos dígitos, las expectativas sobre el discurso triunfal permitían proyectar dos grandes posibilidades: la radicalización (a lo Milei) o a una postura más moderada que apunte a la imagen de un “estadista”, es decir, alguien que está por sobre el bien y el mal, alguien que ha superado las pasiones y se convierte en el presidente de todos los chilenos y chilenas. Y escogió esta última opción.
El discurso de Kast fue más convocante de lo que se esperaba: reconoció y legitimó a su contendora comunista y acalló las pifias cuando la nombró, llamando al respeto por la diversidad y en especial por lo que será su oposición. Hizo varios guiños a construir coalición amplia de derecha (ya veremos en su primer gabinete), bajó la conflictividad de los discursos de campaña e incluso puso paños fríos a las expectativas de sus promesas, apelando a un realismo político, acabando con el pensamiento mágico que vistió prácticamente todo su discurso a la fecha.
Kast fue así capaz de moverse entre la instrumentalización de la emocionalidad exacerbada estratégicamente y la racionalización de aquel encuadre una vez siendo realidad su presidencia.
Sin duda el triunfo de Kast no solo se explica por la estrategia de campaña, hay más elementos como la responsabilidad del gobierno por sus propios errores, los vientos a favor del auge y fortalecimiento de las extremas derechas en parte de occidente y por un país que tiene aproximadamente 5 millones de electores que si pudieran no votarían y que al ser incorporados obligatoriamente a la “fiesta de la democracia”, hacen de su voto más una evaluación del gobierno que sale, que un apoyo al proyecto que entra.
La victoria de José Antonio Kast no puede entenderse únicamente como un resultado de la coyuntura política, sino como un ejercicio sofisticado de ingeniería emocional y cultural. Al articular el malestar material con narrativas identitarias puristas y explotar las herramientas de la comunicación digital, su campaña logró convertir el descontento en un proyecto hegemónico que resurge desde las bases afectivas de la sociedad. Esto confirma que, en la política contemporánea, quien interpreta y moviliza las emociones colectivas —sin descuidar el sustrato material de la existencia— define en gran medida el rumbo de la contienda.
Finalmente, el caso chileno revela una paradoja aleccionadora: mientras las izquierdas se fragmentaban en luchas identitarias desconectadas de lo material, la ultraderecha recuperaba la gramática emocional y la disputa por el sentido común, actualizando viejos fantasmas como el anticomunismo y la nostalgia autoritaria. Kast demostró que se puede transitar de la exaltación pasional a la racionalización institucional una vez alcanzado el poder, pero queda en evidencia que la democracia se juega, cada vez más, en el terreno de los afectos y los relatos que los canalizan.
Francisco Córdova Echeverría (Chile) es magíster en dirección y liderazgo para la gestión educativa. Diplomado en Filosofía, Sociedad y Cultura. Cirujano Dentista de la Universidad de Concepción. Actualmente estudiante de Ciencia Política y Sociología en la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. Ayudante en cátedras de Comunicación Política en facultades de Ciencia Política y Comunicación Social. Ha sido dirigente social y político en Chile. X: @FCordovaE / Instagram: @CordovaEstrategia
[1] Ver en La salvación del Alma moderna. Terapia, emociones y la cultura de la autoayuda (2010)
[2] Ver en El poder de los afectos en política. Hacia una revolución democrática y verde (2023)
[3] Ver en Los cuadernos de la cárcel (1975)
[4] Término de cuño propio en el que me refiero al uso de sofismos, de mentiras y medias verdades que se instalan en la discusión pública con alevosía.
[5] Ver en La Nación y sus Otros: Raza, etnicidad y diversidad religiosa en tiempos de políticas de la identidad (2007).
[6] Ver nota https://www.bbc.com/mundo/articles/cql9766ykw5o
[7] El uso del término comunista no habla específicamente de un militante comunista, sino que es usado como una generalización, en donde cabe cualquier persona que demande derechos económicos, políticos o sociales.
[8] Teoría de la comunicación que explica cómo el miedo al aislamiento social hace que las personas oculten sus opiniones minoritarias, reforzando la percepción de que la opinión mayoritaria es aún más dominante, creando un ciclo donde las voces disidentes se silencian progresivamente. Desarrollada por la politóloga alemana Elizabeth Noelle-Neumann, se basa en que la gente evalúa constantemente el “clima de opinión” y teme ser rechazada por pensar diferente, incluso si numéricamente son mayoría.