Nadie se salva solo: el sindicalismo latinoamericano ante la tormenta digital

Por Rolando Muzzin

Durante décadas, el sindicalismo latinoamericano supo forjar identidad y compromiso a través de la palabra clara, justa, argumentada. Desde las luchas obreras de Recabarren en Chile hasta los movimientos de resistencia en Colombia, desde la tradición sindical mexicana hasta las organizaciones populares brasileñas, la oratoria sindical no era solo grito ni denuncia: era escuela, era pedagogía popular, era conciencia de clase compartida.

Como señaló el historiador Tony Judt en El refugio de la memoria, recordando las advertencias de George Orwell, el lenguaje puede ser manipulado para desconcertar más que para informar. Pero Judt va más allá: ya no hablamos mal por mala fe, sino por inseguridad intelectual. No sabemos bien qué pensamos, y por eso no sabemos bien cómo decirlo. En el movimiento sindical latinoamericano, esto nos interpela directamente: sin pensamiento claro, no hay palabra potente.

Hoy, ese legado histórico corre el riesgo de diluirse en el ruido, en la consigna vacía, en la reacción sin estrategia. Y mientras tanto, como en las distopías que imaginó la literatura universal, la nieve del futuro tecnológico cae silenciosa sobre nuestros espacios de trabajo.

El sindicalismo latinoamericano enfrenta una tormenta perfecta que combina tres frentes simultáneos: la crisis de legitimidad, la pérdida del lenguaje como herramienta transformadora y la revolución tecnológica que amenaza con redefinir el trabajo tal como lo conocemos. En este contexto, recuperar la palabra no es nostalgia, es supervivencia estratégica.

La crisis del lenguaje sindical: de la pedagogía a la reacción

El sociólogo Zygmunt Bauman, en su análisis de la modernidad líquida, advertía sobre la volatilidad de las instituciones en tiempos de cambio acelerado. Los sindicatos no están exentos de esta fragilidad. Sin pensamiento claro, no hay palabra potente. Y sin palabra potente, no hay sindicato con voz propia. El problema no es solo comunicacional: es político y estratégico.

Cuando el sindicalismo latinoamericano reacciona con eslóganes gastados a desafíos inéditos, cuando repite consignas del siglo XX para problemas del XXI, pierde capacidad de convocatoria y, más grave aún, pierde capacidad de anticipación. En México, Brasil, Colombia, Chile, Argentina, Uruguay, los sindicatos enfrentan el mismo dilema: cómo mantener relevancia en un mundo que cambia más rápido que sus estructuras organizativas.

La inteligencia artificial no esperará a que mejoremos nuestro discurso. Los algoritmos ya están redactando informes, conduciendo vehículos, diseñando campañas, dando diagnósticos médicos. Mientras disputamos aumentos salariales —disputa necesaria pero insuficiente—, ¿quién está pensando desde el sindicalismo latinoamericano cómo se redistribuirá el trabajo cuando las máquinas puedan hacer lo que hoy hacen los humanos?

El silencio ante la revolución digital: una amenaza continental

El filósofo surcoreano Byung-Chul Han, en En el enjambre, nos alerta sobre cómo la digitalización no solo cambia herramientas, sino que transforma las relaciones sociales y de poder. Pero es Shoshana Zuboff, en La era del capitalismo de vigilancia, quien nos revela la dimensión más inquietante de esta transformación: la extracción de datos humanos como nueva forma de acumulación capitalista.

Zuboff demuestra cómo las grandes corporaciones tecnológicas han creado un modelo económico basado en la “extracción de excedentes conductuales” que convierte la experiencia humana en datos para predecir y modificar comportamientos futuros. Para el sindicalismo latinoamericano, esto representa un doble desafío: no solo enfrentar la automatización del trabajo, sino también resistir la colonización digital de la vida laboral y social.

La automatización no es un fenómeno neutral: es una fuerza que puede profundizar las desigualdades o, si se la disputa inteligentemente, generar nuevas oportunidades de justicia social. Como las transformaciones silenciosas que retrató la literatura de ciencia ficción, la revolución tecnológica llega prometiendo eficiencia y modernización. Pero su efecto puede ser letal para millones de trabajadores latinoamericanos si no se anticipa, si no se disputa, si no se domestica en función de una sociedad más justa.

El capitalismo de vigilancia ya opera en América Latina a través de plataformas de trabajo como Uber, Rappi, iFood, donde los algoritmos controlan horarios, rutas, ingresos y comportamientos de millones de trabajadores. Estos “nuevos proletarios digitales”, como los llama el sociólogo Nick Srnicek, carecen de protecciones laborales tradicionales y están sometidos a formas de control sin precedentes en la historia del trabajo.

Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), América Latina concentra el 60% del empleo informal mundial. Esta masa de trabajadores precarios será la más vulnerable ante la automatización y la vigilancia algorítmica. ¿Dónde están los mapas de riesgo sindical? ¿Dónde las comisiones de análisis sobre el futuro del trabajo? ¿Dónde las propuestas formativas para reconvertir tareas? El silencio es elocuente y peligroso.

No se trata de rechazar la tecnología, sino de disputarla, de comprenderla, de garantizar que esté al servicio del bien común y no del lucro de corporaciones transnacionales que ven en América Latina un laboratorio de experimentos laborales y extractivismo de datos.

El trabajo humano frente a la máquina: más que rutinas mecánicas

Los trabajos que hacen los humanos no son meras rutinas mecánicas. Como señaló el economista Karl Polanyi en La gran transformación, el trabajo es mucho más que una mercancía: es una forma de organización social, de construcción de sentido, de creación de vínculos comunitarios. Los trabajos humanos llevan historia, emociones, creatividad, intuición, capacidad de improvisación y adaptación. Eso no puede replicarse completamente con líneas de código.

Pero esta diferencia cualitativa debe ser defendida con argumentos sólidos, no con negaciones nostálgicas. El pensador italiano Antonio Gramsci, en sus reflexiones sobre la hegemonía cultural, decía que las transformaciones profundas requieren no solo resistencia, sino construcción de alternativas. El sindicalismo latinoamericano debe ser capaz de imaginar y proponer modelos de desarrollo tecnológico que potencien las capacidades humanas en lugar de sustituirlas.

Recuperar el músculo estratégico: lecciones para América Latina

El sociólogo Manuel Castells, en La era de la información, demostró cómo las sociedades que mejor gestionan las transiciones tecnológicas son aquellas que combinan innovación con cohesión social. Para el sindicalismo latinoamericano, esto implica una triple tarea: formar cuadros técnicos capaces de entender lo que está en juego, desarrollar políticas de protección frente al reemplazo tecnológico y construir marcos regulatorios que limiten la vigilancia digital en los espacios de trabajo.

Zuboff advierte que el capitalismo de vigilancia requiere ignorancia e indefensión por parte de los sujetos vigilados. Por eso, la educación sindical sobre estas nuevas formas de control es fundamental. No basta con entender la automatización; es necesario comprender cómo los datos extraídos de la actividad laboral se convierten en instrumentos de disciplinamiento y precarización.

La experiencia de países nórdicos como Suecia muestra cómo los sindicatos pueden ser protagonistas de la transición digital cuando participan activamente en la definición de políticas públicas, en programas de reconversión laboral y en la negociación de marcos regulatorios para la inteligencia artificial. En Dinamarca, los sindicatos han logrado establecer protocolos de transparencia algorítmica que obligan a las empresas a explicar cómo funcionan los sistemas automatizados que afectan las condiciones laborales.

En América Latina, algunas experiencias apuntan en esta dirección, aunque de manera incipiente. En Uruguay, el PIT-CNT ha comenzado a discutir el impacto de la automatización en el sector bancario y ha planteado la necesidad de regular las plataformas digitales. En Brasil, sindicatos metalúrgicos estudian cómo la Industria 4.0 transformará sus sectores, mientras que centrales sindicales debaten propuestas de renta básica universal ante el desempleo tecnológico. En Chile, organizaciones de trabajadores portuarios analizan el futuro de la logística automatizada y han comenzado procesos de reconversión laboral.

Sin embargo, estas iniciativas siguen siendo fragmentarias. La región necesita una estrategia sindical continental que enfrente de manera coordinada tanto la automatización como la vigilancia digital. Esto implica crear redes de intercambio de experiencias, desarrollar marcos normativos comunes y construir alianzas con movimientos sociales que también resisten la colonización tecnológica.

El sindicalismo debe volver a ser escuela. Escuela de palabras, de ideas, de proyectos. Esto implica disputar la redistribución de las oportunidades que la nueva economía digital puede generar. La legitimidad sindical no se recupera solo resistiendo los embates del presente, sino anticipando los desafíos del futuro.

La urgencia de pensar colectivamente: un legado que inspira el futuro

La historia del sindicalismo latinoamericano está marcada por gestas heroicas de organización colectiva, nuestros antecesores no pidieron permiso para organizarse. No esperaron que las condiciones mejoraran por arte de magia. Se unieron, lucharon, resistieron.

Como escribió Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina, la región ha sido laboratorio de experimentos extractivos durante siglos. Hoy, el extractivismo se digitaliza: las plataformas tecnológicas extraen datos, las corporaciones automatizan procesos y los trabajadores quedan a merced de algoritmos diseñados en Silicon Valley.

El pensador brasileño Paulo Freire, en Pedagogía del oprimido, nos enseñó que la educación es un acto político que puede ser herramienta de dominación o de liberación. El sindicalismo del siglo XXI debe ser Freireano: capaz de formar conciencia crítica sobre los cambios en curso, de generar procesos de reflexión colectiva sobre el futuro del trabajo, de construir alternativas que pongan la tecnología al servicio de la dignidad humana.

Cada discurso, comunicado o negociación debe tener vocación pedagógica, ética y transformadora. No se trata de hablar bonito: se trata de hablar con sentido, con verdad, con propósito estratégico que trascienda las fronteras nacionales y construya una agenda sindical latinoamericana.

Un futuro que se defiende colectivamente

El sindicalismo del siglo XXI debe ser capaz de disputar tanto el salario de hoy como el empleo de mañana, pero también la soberanía de los datos y la autonomía frente a los algoritmos. Debe recuperar su capacidad de imaginar futuros posibles, de formar conciencia crítica sobre los cambios en curso, de proponer alternativas regionales que pongan la tecnología al servicio de la justicia social.

Como plantea Zuboff, la respuesta al capitalismo de vigilancia no puede ser solo individual: requiere acción colectiva, marcos regulatorios democráticos y nuevas formas de organización social. Para el sindicalismo latinoamericano, esto significa expandir su agenda tradicional para incluir la defensa de los derechos digitales, la soberanía tecnológica y la democratización de los algoritmos.

Frente al ruido mediático, claridad conceptual. Frente a los discursos de odio, inteligencia estratégica. Frente a la banalización política, palabras que ofrezcan dirección y esperanza. Como nos recordó el uruguayo José Mujica, en América Latina “nadie se salva solo”, y esta máxima adquiere particular relevancia ante los desafíos de la automatización y la vigilancia digital.

Si no actuamos ahora, cuando queramos reaccionar, ya estaremos subordinados a algoritmos diseñados sin nuestra participación y sometidos a formas de vigilancia que harán ver al panóptico de Bentham como un juego de niños. Pero si nos unimos regionalmente, si recuperamos la palabra transformadora, si volvemos a mirar hacia el horizonte común, quizás podamos construir una nueva etapa de justicia social en tiempos digitales.

El sindicalismo latinoamericano tiene una responsabilidad histórica con las luchas del pasado. También tiene una responsabilidad con las generaciones futuras. El futuro del trabajo no es un destino inevitable: es un territorio en disputa. Y esa disputa empieza hoy, con palabras claras, organización estratégica y visión continental que incluya la dimensión digital como campo de batalla fundamental para la dignidad humana.

Bibliografía

Bauman, Z. (2003). Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica.

Castells, M. (1996). La era de la información: Economía, sociedad y cultura. Vol. 1: La sociedad red. Alianza Editorial.

Freire, P. (1970). Pedagogía del oprimido. Tierra Nueva.

Galeano, E. (1971). Las venas abiertas de América Latina. Siglo XXI Editores.

Gramsci, A. (1975). Cuadernos de la cárcel. Einaudi.

Han, B.-C. (2014). En el enjambre. Herder Editorial.

Judt, T. (2010). El refugio de la memoria. Taurus.

Organización Internacional del Trabajo. (2023). Panorama laboral 2023: América Latina y el Caribe. OIT.

Polanyi, K. (1944). La gran transformación: Los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo. Fondo de Cultura Económica.

Srnicek, N. (2017). Platform Capitalism. Polity Press.

Zuboff, S. (2019). La era del capitalismo de vigilancia: La lucha por un futuro humano frente a las nuevas fronteras del poder. Paidós.

Rolando Muzzin (Argentina) es licenciado en Administración Pública, magíster en Comunicación Política e Institucional y en Políticas Públicas. Doctorando en Comunicación Social. Consultor político especializado en estrategias de comunicación gubernamental y políticas públicas. Comunicación Digital, para campañas y gobiernos. Asesor de municipios, candidatos, dirigentes sociales, políticos y sindicales. Director del Diplomado en Comunicación Política y de Gobierno en UNTREF, director de la Especialización en Gestión Pública en UNTREF y director del Diplomado en Política Digital y Big Data para la Fundación Konrad Adenauer para América Latina. X: @RMuzzin

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