¿Recalibrando un nuevo paisaje político chileno para el siglo XXI?

Por Vicente Inostroza Sánchez

Luego del estallido social de 2019, la instalación del voto obligatorio y conocido el resultado electoral de las últimas presidenciales, Chile reconfiguró su paisaje político: persiste el eje izquierda-derecha, pero emerge un clivaje institucional-disruptivo (centro proestablishment vs. periferia antiélite). El mapa electoral se fragmenta territorialmente en un realineamiento que aún está en curso.

El estallido como catalizador social y el voto obligatorio como acelerador político

El estallido social de 2019 no solo sacudió a la sociedad chilena, sino que también remeció los cimientos de su institucionalidad política. Fue la expresión visible de un malestar acumulado desde la transición a la democracia y profundizado a lo largo de las primeras décadas del siglo XXI bajo el proceso de modernización económica neoliberal. Como respuesta a esa crisis, la élite política articuló el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución, abriendo un ciclo institucional inédito. Seis años después, el balance es ambivalente: dos procesos constitucionales fallidos y una sucesión vertiginosa de elecciones que, lejos de aquietar el conflicto en un “nuevo pacto social”, han contribuido a una mayor polarización de la sociedad y al endurecimiento del discurso político, tal como lo advierten los indicadores de Varieties of Democracy (V-Dem).

Sin embargo, de ese acuerdo surgió un cambio de largo alcance: el retorno del voto obligatorio, ahora con inscripción automática. Este giro institucional transformó las urnas en un canal privilegiado para procesar el malestar social, reordenando las coordenadas del poder político a partir de ejes tanto clásicos como emergentes. Los plebiscitos de salida de los procesos constitucionales (rechazados en 2022 y 2023) cristalizaron dos momentos clave de este reordenamiento, expresados en los clivajes “Apruebo–Rechazo” y “A Favor–En Contra”, que reubicaron a partidos y electorados en el espacio político. Siguiendo la conocida analogía de Chile como país telúrico (Morales & Navia, 2010; Morales et al., 2017), el estallido operó como un verdadero terremoto social, mientras que el contundente triunfo del Rechazo funcionó como un tsunami electoral. A partir de este doble movimiento social y político-institucional, surge una pregunta central: ¿estamos frente a la configuración de un nuevo paisaje político en Chile? Mi argumento va más allá de interpretar estas elecciones como clivajes aislados. Sostengo que lo que está en juego es una reestructuración más profunda, anclada en transformaciones sociales que se venían gestando desde comienzos del siglo XXI. El eje izquierda–derecha continúa explicando una parte relevante de las preferencias electorales, articulando posiciones entre la expansión de derechos sociales y la primacía del mercado. No obstante, en un contexto de creciente secularización y de desafección hacia las instituciones políticas, el clásico eje liberal–conservador pierde centralidad. En su lugar, comienza a perfilarse un clivaje centro–periferia, que enfrenta a sectores altamente institucionalizados y politizados (en clases media-altas y profesionalizadas) con territorios periféricos, urbanos y rurales, marcados por trayectorias electorales pendulares y una creciente desafección respecto de los partidos tradicionales.

Los clivajes políticos chilenos

Primero que todo, ¿qué es un clivaje, tan en boga tras el triunfo presidencial de Kast? Es una fractura social profunda, de origen histórico, que estructura identidades colectivas estables y, a partir de ellas, ordena la competencia política y los sistemas de partidos (Lipset y Rokkan, 2009). Tal como muestra Scully (1992) y Valenzuela (1999), el sistema de partidos se ordenó tempranamente en el siglo XIX en torno al eje liberal–conservador. Con el proceso de urbanización e industrialización del siglo XX, ese eje perdió centralidad frente al clivaje capital–trabajo, que dio lugar al ordenamiento izquierda-derecha y estructuró la política desde las clases urbanas hacia el mundo rural, reconfigurando alianzas y electorados. Entre reformas sociales y neoliberales posterior a la vuelta de la democracia, este eje se fue configurando a sujetos de derecho de consumo y de derechos sociales (Araujo & Martuccelli, 2012; Moulian, 2014).

Tras el quiebre de 1973 y la transición, emergió el debate sobre si el eje autoritarismo–democracia constituía un nuevo clivaje tras el triunfo del “No” en el plebiscito de 1988. Por un lado, dicho plebiscito dejó una fisura generativa capaz de reemplazar los clivajes históricos (Tironi & Agüero, 1999; Tironi, 2001), por otro lado, se argumentaba que esta división era contingente y no reemplazaba una ruptura sociohistórica comparable a las de clase o religión (Valenzuela, 1999; Bargsted & Somma, 2016).

Tras el estallido social, la discusión se ha desplazado hacia un nuevo clivaje Apruebo–Rechazo, asociado al proceso constitucional. Similar a la discusión a finales de los 90, algunos autores han sugerido que este eje explica mejor el mapa político actual que la dicotomía Sí-No de 1988 (Altman, 2025; Bellolio, 2025). Mientras tanto, otros autores han mencionado que los recientes resultados electorales han reactivado clivajes históricos (como la clase, religión y ruralidad) (Morales & Pérez‐Cosgaya, 2025) y otros emergentes en clave populista (pueblo vs élite) (Castillo, 2025; Meléndez, 2025) o de acumulación de malestares que aún no se han cristalizado (Alenda, 2025) ¿Será realmente así cuando analizamos las elecciones, bajo voto obligatorio, entre 2022 y 2025?

Redibujando un nuevo mapa electoral

Mediante una metodología de análisis de clústeres basada en un análisis de componentes principales (PCA, por sus siglas en inglés), se incorporaron todas las elecciones relevantes realizadas bajo voto obligatorio, incluyendo los plebiscitos constitucionales de 2022 y 2023, la elección de consejeros constitucionales de 2023, las elecciones subnacionales de 2024, así como las elecciones legislativas y presidenciales de 2025, tanto en primera como en segunda vuelta. Los resultados identifican dos dimensiones principales que tienden a ordenar las preferencias electorales. No obstante, estas dimensiones explican en conjunto menos del 44% de la varianza total, lo que sugiere que el electorado chileno se encuentra aún en un proceso de realineamiento, sin que exista una estructura plenamente estabilizada de clivajes.

Tal como se observa en la figura 1, las preferencias electorales en Chile se organizan en torno a dos clivajes o fisuras principales. El primero y más relevante corresponde al eje izquierda–derecha, el cual explica cerca del 31% de la varianza total y continúa estructurando de manera significativa el paisaje político chileno. En este eje, las distintas opciones del oficialismo se ubican mayoritariamente hacia la izquierda, mientras que las fuerzas de oposición más radicales concentran la orientación hacia la derecha. Si bien algunos autores han sostenido que el plebiscito constitucional de 2022 habría dado origen a un nuevo clivaje, al considerar el conjunto de elecciones posteriores se observa más bien un reordenamiento y realineamiento de este eje clásico, vigente en la política chilena al menos desde la Constitución de 1925.

Por su parte, la segunda división identificada no corresponde propiamente a los clivajes clásicos liberal–conservador ni democracia–autoritarismo, aunque ciertos elementos de ambos se entrelazan con el eje izquierda–derecha en torno a valores materiales y posmateriales. Este segundo eje, que explica alrededor del 12% de la varianza a nivel comunal, puede interpretarse como una dimensión institucional–disruptiva. En un extremo se ubican posiciones claramente proestablishment, asociadas a una mayor adhesión al sistema político tradicional y a liderazgos con fuerte anclaje institucional, como el caso de Evelyn Matthei. En el extremo opuesto se concentran preferencias de carácter antiestablishment o disruptivo, representadas por la votación de Franco Parisi y del Partido de la Gente. De manera relevante, esta orientación también se vincula con una mayor incidencia del voto inválido (nulo o en blanco) en elecciones clave, como la de consejeros constitucionales de 2023 y la segunda vuelta presidencial de 2025, lo que sugiere una expresión electoral de desafección y distancia respecto del sistema político formal. Si Matthei puede reflejar un centro más político y tradicional, Parisi representa un centro apolítico y antiélite, algo inédito en la historia política chilena en base a los partidos de centro del siglo XX (ya sea pragmático o ideológico) (Scully, 1992)

Figura 1. Preferencias electorales en las fisuras ideológicos y (anti)establishment en Chile, 2022-2025

Fuente: Elaboración propia con datos de SERVEL

En el eje principal, tal como se aprecia en la figura 2, el clivaje izquierda–derecha presenta una distribución comunal heterogénea, en la que se combinan territorios urbanos y rurales en ambos polos del eje ideológico. Comunas social y territorialmente muy distintas, como San Pedro de Atacama y Maipú, se ubican hacia la izquierda, del mismo modo que otras igualmente disímiles, como Colchane y Vitacura, se alinean hacia la derecha. Esto sugiere que el eje izquierda–derecha no responde de manera mecánica a la dicotomía urbano–rural, sino que atraviesa configuraciones territoriales diversas. El país aparece fragmentado en bloques territoriales diferenciados: posiciones más cercanas a la izquierda se concentran en comunas insulares, del norte chico y en amplios sectores del espacio metropolitano, mientras que las orientaciones hacia la derecha predominan en el norte fronterizo, en comunas urbanas de altos ingresos y en extensas zonas del centro-sur del país (ver figura 3).

Figura 2. Comunas de Chile en el espacio político chileno, 2022-2025

 Fuente: Elaboración propia con datos de SERVEL

Figura 3. Clivaje “izquierda-derecha” entre las elecciones 2022 y 2025 en Chile

Fuente: Elaboración propia con datos de SERVEL

No obstante, el segundo eje de carácter populista o antielitista presenta una fuerte asociación con la estructura centralista del país. En las posiciones más claramente proestablishment, como se observa en la figura 2, se concentran las comunas del cono nororiente de Santiago, tradicionalmente identificadas como parte de la élite político-urbana, ya sea de izquierda progresista (como Ñuñoa) o de derecha conservadora (Vitacura, por ejemplo) (Bro, 2023).

En contraste, el polo antiestablishment o disruptivo agrupa principalmente comunas rurales o mixtas del norte, del centro-sur y del archipiélago de Chiloé, así como ciertas comunas urbanas periféricas (Alto Hospicio o La Pintana) caracterizadas por mayores niveles de precariedad socioeconómica y distancia respecto del centro político-institucional. Tal como señala Bro (2025), desde el plebiscito constitucional de 2022 se ha profundizado una brecha político-ideológica entre lo urbano y lo rural, estrechamente vinculada a una percepción persistente de abandono por parte de las élites urbanas. En este sentido, la figura 4 muestra que este segundo eje exhibe una marcada polarización territorial, a diferencia del eje izquierda-derecha, que tiende a fragmentar el territorio nacional de forma más transversal y que, con algunas excepciones, opone al centro territorial de la política (encarnado en comunas urbanas de ingresos medios y altos) con periferias regionales históricamente desplazadas por el centralismo chileno.

Figura 4. Clivaje “periferia disruptiva – centro institucional” entre las elecciones 2022 y 2025 en Chile.

Fuente: Elaboración propia con datos de SERVEL

¿Un nuevo paisaje político chileno para el siglo XXI?

La evidencia territorial sugiere que no estamos frente a un único clivaje nuevo, ni ante una simple sustitución del eje autoritarismo–democracia o izquierda–derecha por la dicotomía Apruebo–Rechazo. Más bien, el período abierto tras el estallido social y la reintroducción del voto obligatorio muestra un paisaje político en reconfiguración, marcado por la superposición de fracturas históricas y emergentes. El Apruebo–Rechazo debe leerse de forma complementaria al resto de las elecciones realizadas entre 2022 y 2025, como una fotografía intensa de un momento crítico, pero no como la realineación completa del sistema político.

Los datos indican que el eje izquierda–derecha sigue siendo una estructura ordenadora relevante del comportamiento electoral, aunque distinta que la década del 90. A su vez, emerge con fuerza una segunda dimensión institucional–disruptiva, que no reemplaza a los clivajes clásicos, sino que los cruza y tensiona. En este eje se expresan formas de desafección política, malestar social y distancia respecto de las élites que se manifiestan tanto en preferencias antiestablishment (suena el lema “ni facho ni comunacho” de Parisi) como en el aumento del voto inválido.

En este sentido, analizar el ciclo electoral reciente como un juego binario (el “1 y 0” de una elección puntual) resulta insuficiente. La analogía con la programación es más esclarecedora: lo que estamos observando es un código en ejecución, con líneas heredadas de la política del siglo XX, parches introducidos por el estallido social y nuevas preferencias activadas por el voto obligatorio. El resultado no es un nuevo sistema estable, sino una programación aún en ejecución. Las figuras muestran que el paisaje político chileno no se ha recompuesto en dos bloques nítidos, sino que se fragmenta de manera desigual en el territorio, especialmente entre centros urbanos institucionales y periferias históricamente desplazadas.

Para muchos analistas electorales jóvenes como yo, la sensación es clara: estamos observando un país distinto al que crecimos, aunque nos socializamos políticamente en sus temblores precursores. El estallido social fue el gran terremoto; el plebiscito de 2022 y el ciclo electoral 2022–2025, un tsunami que aún genera réplicas. El nuevo paisaje político chileno del siglo XXI no está completamente definido, pero ya no es el mismo de la posdictadura. Y comprenderlo exige mirar más allá de una elección, especialmente el primer plebiscito de 2022, para entender el movimiento profundo del suelo sobre el que se reorganiza la política.

Vicente Inostroza Sánchez (Chile) es cientista político y Diplomado de Honor en Movilidad y Ciudad de la Universidad Diego Portales. Magíster en Desarrollo Urbano de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Docente de la Facultad de Gobierno de la Universidad de Chile, en los cursos de Gobierno Subnacional, y Gestión Territorial y Descentralización. Sus principales líneas de investigación son: política subnacional, políticas de ordenamiento territorial y geografía electoral.. X: @ViceInostroza

Compartir
Facebook
Twitter
LinkedIn
lo último

El congreso en llamas

Por Marcel Lhermitte La corrupción, la deslegitimación política y la percepción ciudadana de ineficacia han desencadenado episodios de violencia contra