Por Elda Magaly Arroyo Macías
La elección del 1 de junio nos recordó que la legitimidad no solo se construye en los tribunales, también en las plazas públicas, en las pantallas, en los mensajes que se comunican con claridad, honestidad y propósito.
Las campañas electorales suelen tener ciertos códigos preestablecidos: una figura pública sobre la que recae la construcción de una narrativa, un partido político que ofrece un respaldo institucional, una estructura territorial, recursos para la movilización y una lógica de competencia entre opciones visibles. Sin embargo, el pasado 1 de junio, México vivió una elección completamente distinta, la cual dejó un gran número de experiencias y aprendizajes que valen la pena documentar para los siguientes procesos.
Atípica desde su concepción, la jornada para elegir a integrantes del Poder Judicial no solo significó un parteaguas institucional, también representó un reto profesional para quienes tuvimos el privilegio —y la responsabilidad— de acompañar este proceso desde la trinchera de la comunicación. No se trataba únicamente de diseñar una estrategia electoral, sino de traducir un acontecimiento inédito en el lenguaje de la ciudadanía; de generar vínculos de confianza entre perfiles tradicionalmente alejados del espacio público y una sociedad que por primera vez pudo participar en la elección de jueces y magistrados.
Desde el inicio quedó claro que esta no era una elección más. No había partidos, no había financiamiento tradicional, no había candidatos con trayectoria pública ni experiencia en los reflectores. Lo que sí había era una enorme incógnita: ¿cómo hacer campaña en un proceso inédito, sin precedentes y con reglas que las propias autoridades electorales iban definiendo sobre la marcha?
Candidatos que primero tuvieron que creerse candidatos
El primer reto no fue convencer al electorado, sino a los propios aspirantes a cargos tan importantes como jueces, magistrados y ministros. Acostumbrados al ejercicio técnico del derecho, al análisis jurídico y al trabajo institucional reservado, enfrentaron de pronto una exigencia inesperada: salir al espacio público, hablar de sí mismos, pedir el voto. No estaban formados para eso, y tampoco lo deseaban en muchos casos.
Tuvieron que atravesar un proceso emocional profundo, de incomodidad, de resistencia, de replanteamiento personal y profesional. De la duda inicial —“¿realmente tengo que salir a pedir el voto?”— pasaron a la comprensión de que, si querían ser electos, tenían que hacer campaña. Y hacer campaña en serio. No bastaba con tener trayectoria ni conocimiento técnico: se trataba de construir una narrativa propia, organizar sus tiempos, formar equipos de trabajo, asumir un lenguaje ciudadano y conectar con personas que nunca habían escuchado hablar de ellos, pero que sí tenían una pésima imagen de lo que representaba su trabajo, pues dos de cada tres mexicanos consideraron que los jueces son corruptos.
Las encuestas del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) ubican a los juzgadores en la penúltima posición en cuanto al nivel de confianza que generan a los ciudadanos de entre diez tipos de autoridades y representantes de instancias de seguridad y justicia en México. El reto cada vez parecía más complejo. Fue, en muchos sentidos, un ejercicio de transformación. De pasar del escritorio al espacio público. De la sentencia al mensaje. Del currículum a la historia.
Ahí comenzamos, desde cero. Junto a cada aspirante construimos lo básico: su narrativa, sus mensajes clave, su imagen pública, sus canales de comunicación. Pero también les ayudamos a reorganizar su vida: cómo estructurar sus tiempos, cómo priorizar tareas, cómo pararse frente a una cámara o mirar a los ojos a una persona en la calle para explicar, con palabras simples, conceptos profundamente técnicos.
Como consultores, les enseñamos a responder a los medios de comunicación, a distinguir entre una entrevista y una conversación, a manejar preguntas incómodas sin renunciar a su integridad. Les tocó ensayar discursos, revisar decenas de veces una publicación, elegir con cuidado una fotografía de perfil, encontrar el tono justo entre la sobriedad judicial y la cercanía ciudadana. Fue un proceso de pedagogía cívica, pero también de pedagogía emocional.
Porque hacer campaña no es solo comunicar hacia afuera; también es reconstruirse hacia adentro. Aprender a verse desde otra óptica, asumir una voz pública, habitar un nuevo rol sin perder la esencia profesional. Y todo esto, en un entorno inédito, con tiempos limitados y sin fórmulas probadas. Por eso, más que una campaña, fue una experiencia transformadora. Y también, profundamente humana.
Cuando la creatividad suple al recurso
A diferencia de cualquier campaña tradicional, aquí no había presupuesto, ni brigadas contratadas, ni espectaculares en las calles. Solo había voluntad, talento y conexión digital. No había margen para el derroche, pero sí espacio para la creatividad.
Las redes sociales se convirtieron en nuestras mejores aliadas, no solo como plataformas de difusión, sino como herramientas de interacción, pedagogía y construcción de confianza. Diseñamos contenidos con bajo costo, pero con alto impacto: gráficos sencillos, videos explicativos, mensajes breves, sin embargo, potentes. Activamos comunidades jurídicas y ciudadanas, promovimos el diálogo entre personas expertas y personas interesadas, y creamos narrativas visuales claras y accesibles para explicar no solo quiénes eran los candidatos, sino cómo votar por ellos y por qué esta elección importaba para el país.
Todo se convirtió en una oportunidad creativa: desde videos grabados con celulares en salas improvisadas, hasta sesiones en vivo para dialogar directamente con la ciudadanía y resolver dudas en tiempo real. Aprendimos a trabajar con lo que había: buena voluntad, teléfonos inteligentes, y muchas horas de dedicación.
Descubrimos que cuando no hay dinero, se requiere más ingenio, más escucha y más autenticidad. La austeridad no fue una limitante, sino un recordatorio de que la comunicación política también puede ser cercana, honesta y horizontal. En ese terreno desigual, pero genuino, se sembraron los primeros vínculos de confianza entre quienes aspiraban a ocupar un cargo judicial y una ciudadanía que, por primera vez, tenía voz y voto en ese proceso.
Una elección con lecciones para toda la región
Esta elección judicial no solo marcó un precedente en México. Su desarrollo, sus aciertos y sus desafíos técnicos y comunicacionales colocan al país como un laboratorio cívico que puede inspirar procesos similares en Latinoamérica. Pero para que esto sea replicable —y sostenible— necesitamos fortalecer una especialidad aún ausente en la mayoría de los equipos de campaña: la comunicación judicial.
Hace unos meses escribí en Relato que “las instituciones de justicia no pueden darse el lujo de comunicar mal”. Hoy confirmo que tampoco pueden improvisar en los momentos en los que se someten al juicio ciudadano. La elección del 1 de junio nos recordó que la legitimidad no solo se construye en los tribunales, también en las plazas públicas, en las pantallas, en los mensajes que se comunican con claridad, honestidad y propósito.
Es momento de profesionalizar esa comunicación. De formar vocerías jurídicas, de construir equipos mixtos entre abogados y comunicadores, de generar lenguajes puente entre el mundo técnico y el ciudadano. Porque si algo nos enseñó esta elección, es que sin comunicación no hay justicia cercana… y sin perfiles especializados, seguiremos hablando entre nosotros, pero no con la gente.
Elda Arroyo (México) es periodista y comunicadora con más de veinte años de experiencia, especializada en seguridad y gestión pública. Licenciada en Letras Hispánicas por la Universidad de Guadalajara y magíster en Administración Pública. Ha trabajado en medios como Milenio Diario, Notisistema y el Eastern Group de Los Ángeles, California. Su enfoque estratégico en Seguridad, Gestión y Atención de Crisis es clave en la comunicación gubernamental. Fue coordinadora de Comunicación en la Secretaría de Seguridad de Jalisco, México y actualmente es directora de Comunicación Social del Gobierno de Tlajomulco. Ha sido docente en universidades de América Latina, contribuyendo a la formación de nuevas generaciones de comunicadores. X: @elda_arroyo | Ig: @eldamarroyo