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Brasil: las elecciones de octubre y la urgencia de la reconstrucción nacional

Por Jeferson Miola

La elección del próximo domingo 2 de octubre en Brasil, que se realizará en un contexto complejo y de aprensión por los riesgos de violencia política, es la más esperada de la historia de la nación. 

Ni los más pesimistas podían imaginar que durante el breve período de seis años que corresponden a los gobiernos de Michel Temer y Jair Bolsonaro, la oligarquía gobernante sería capaz de promover la devastación del país a un nivel tan asombroso.

Brasil retrocedió económicamente y pasó de la sexta posición en el mundo a la decimocuarta en términos de Producto Interno Bruto (PIB).

El desempleo afecta a unos 12,5 millones de trabajadores. Además de este contingente, el total de subempleados, en condiciones laborales precarias (46,6 millones) y de personas desanimadas, que ya han dejado de buscar trabajo (4,9 millones), representa otros 51,5 millones de personas.

En conjunto, por lo tanto, el número de desempleados, subempleados/precarios y desanimados representa más de 63,5 millones de personas, prácticamente la suma de las poblaciones de Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay.

Más de la mitad de la población brasileña –116,8 millones de personas– vive en situación de inseguridad alimentaria, es decir, no tiene acceso pleno y permanente a los alimentos. Entre estos, 19 millones pasan hambre.

Esta trayectoria de desempleo, hambre y miseria que comenzó con el golpe de Estado de 2016 se profundizó bajo el gobierno de Bolsonaro y volvió a colocar a Brasil en el mapa del hambre de la FAO.

La inflación supera el 10% anual y el costo de vida es insostenible, erosionando fuertemente el poder adquisitivo de segmentos de la clase media que se embarcaron en la conspiración para derrocar a la presidenta Dilma Rousseff y que, posteriormente, eligieron a Bolsonaro en 2018.

La postura del gobierno de Bolsonaro frente a la pandemia de COVID-19 fue irresponsable y criminal. Con un general del servicio activo del Ejército al frente de la desastrosa administración del Ministerio de Salud, el país tiene la segunda tasa de muertes más alta por el virus en el mundo. Los especialistas estiman que alrededor de 450.000 de las 650.000 pérdidas humanas en Brasil podrían haberse evitado si el gobierno hubiera actuado de otra manera.

El gobierno es acusado en tribunales internacionales por el delito de genocidio de poblaciones indígenas. No solo por la conducción de la pandemia, sino también por la complicidad en la invasión de tierras de los pueblos originarios por parte de grileirosfazendeirosgarimpeiros1 y el crimen organizado.

Con una mayoría en el Congreso comprada a través de un esquema multimillonario de enmiendas presupuestarias secretas, el gobierno quedó protegido de los procedimientos de juicio político y radicalizó la ejecución del programa golpista de 2016.

Se desmanteló la legislación laboral y se extinguieron los derechos de los trabajadores. La reforma de las pensiones endureció las reglas y empeoró las expectativas de jubilación al final del ciclo laboral de décadas.

Las privatizaciones pusieron en marcha, se aceleró el proceso de saqueo y liquidación de la riqueza nacional. La cadena de gas y petróleo fue entregada a grupos privados nacionales y extranjeros. Petrobrás dejó de ser un instrumento de desarrollo económico nacional para convertirse en un dispositivo de saqueo de accionistas en el exterior. Solo en el primer trimestre de 2022, la petrolera nacional distribuyó 101 mil millones de reales en ganancias a los depredadores de los ingresos públicos brasileños.

La perspectiva de victoria de Lula y la amenaza a la democracia

Las encuestas de intención de voto muestran un escenario estabilizado en los últimos 18 meses. La disputa electoral se polariza entre dos bloques políticos. Por un lado, el bloque de la candidatura de Lula, que reúne a la izquierda partidista y social, al progresismo e incluso a sectores de centro y centroderecha temerosos del riesgo de ruptura institucional. En promedio en las encuestas, Lula aparece con el 52% de los votos válidos.

El otro bloque, con casi una decena de candidaturas anti-Lula, está formado en su mayoría –con la excepción del candidato del PDT, partido de centroizquierda, Ciro Gomes– por sectores de centroderecha, derecha y las dos facciones de extrema derecha: el bolsonarista y el Moro-lavajatista. En el promedio de las encuestas, este bloque alcanza el 48% de los votos.

A pesar de todas las barbaridades y locuras, Bolsonaro sigue siendo el candidato más competitivo del establishment. Tiene, de media, un 26% de intención de voto.

Las otras siete candidaturas que se presentan como “tercera vía”, aunque defienden la continuidad del programa bolsonarista y anti-Lula de destrucción nacional, alcanzan, en conjunto, cerca del 22% de las intenciones de voto.

Las posibilidades de victoria de Lula en octubre, como puede verse, son prometedoras. Hay un amplio reconocimiento, en el debate nacional, de que dentro de las reglas y de la legalidad, difícilmente algún oponente sería capaz de derrotarlo.

La posibilidad de una nueva farsa al estilo de la Lava Jato en 2018 es totalmente improbable. Pero el riesgo de atentado político no puede, sin embargo, ser menospreciado, considerando la escalada de truculencia y violencia política y el odio de la extrema derecha hacia Lula y el PT.
También es necesario considerar la retórica conflictiva de Bolsonaro, los militares y de los extremistas de derecha que amenazan repetidamente con generar disturbios en las elecciones.

Las cúpulas militares han partidizado a las Fuerzas Armadas y actúan como una facción partidista con un proyecto propio de poder. Ellos deberán resistir la pérdida de cargos y de poder, así como también un eventual regreso de Lula a la Presidencia.

Ante la perspectiva muy plausible de la victoria de Lula en octubre, hay, sin embargo, surge una incógnita sobre el comportamiento de Bolsonaro, los militares y la extrema derecha: ¿aceptarán la derrota o crearán un clima de guerra política, agresividad y caos –el “Capitolio de Brasilia”–?
La gobernabilidad del país exigirá, por tanto, un gran compromiso de todos los sectores democráticos en defensa de la democracia, de la legalidad y contra a la amenaza fascista-militar; pero, sobre todo, necesitará una extraordinaria capacidad de apoyo y movilización popular al futuro gobierno de Lula.

Las elecciones de octubre serán mucho más que un capítulo repetitivo de la rutina electoral del país. Esta elección será una encrucijada; decidirá el futuro de Brasil.

Está en juego la supervivencia de la poca democracia que queda. También está en juego el fin –o la continuidad– del ciclo de devastación, destrucción y barbarie abierto con el golpe de 2016 y profundizado por el gobierno de los generales con Bolsonaro.

1 En portugués original. Se refiere a acaparadores, ganaderos y buscadores de tierras.

Jeferson Miola (Brasil) es periodista y analista político. Publica artículos en diversos medios de comunicación de América Latina.
Twitter @jefmiola
Facebook @jefmiola
 

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