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La anomalía chilena

Por Francisco Córdova y Marcos Funes (Universidad Nacional de Córdoba – Argentina)

Es sabido que por lo general en los análisis de campañas electorales lo que ordena un resultado es la gestión en curso. Es decir, si un gobierno está bien conceptuado por la opinión pública repite en la misma figura o en otra del mismo espacio, y si por el contrario su balance da negativo se cambia por otra fuerza (lo más común es que lo haga por la principal fuerza de la oposición).

Este clivaje de análisis es el que no podemos corroborar en las elecciones presidenciales de Chile que llevaron a Gabriel Boric a la Presidencia. No es que ningún chileno tuviera o no una opinión sobre el gobierno de Sebastián Piñera, sino que justamente esto no fue lo que articuló la elección. La administración del Estado fue una variable que estuvo lejos de ser el eje vertebrador de las decisiones electorales de la ciudadanía chilena.

¿Y qué fue lo que vertebró la elección chilena? Fundamentalmente el proceso constituyente. Afincado en las revueltas que comenzaron en octubre de 2019, fue el elemento dinamizador por excelencia de todo el ciclo electoral chileno del 2021.

Esto nos indica que hubo una inversión en los términos: si comúnmente entendemos las elecciones como un elemento que refuerzan en términos sistémicos a la política, en el caso chileno funcionaron como un elemento que estaba articulado por una gramática social de desestabilización del sistema. Ahí radica lo particular del proceso, la anomalía chilena. No fueron las élites políticas las que llevaron adelante el proceso, sino que siempre fungieron como caja de resonancia de un conflicto social que no necesariamente veía en ellas su desenlace.

Por lo tanto, las conductas electorales de los votantes no dialogaron con propuestas programáticas que funcionaran en el orden de la administración pública del Estado, sino con un proceso que tenía como horizonte la refundación de la estatalidad. No se trataba tanto de mejorar un gobierno, como de construir otra gubernamentalidad.

Es por esto que el posicionamiento de los candidatos tuvo como clivaje su comprensión de cuál debía ser el nuevo texto constitucional. Por el lado de la ciudadanía, esto fue madurando hacia definir en las presidenciales quién podía ser el mejor custodio de esa reforma.

La reforma constitucional fue la materialización discursiva e institucional de ese proceso, que es en definitiva el de un reclamo histórico de Chile por abandonar los “residuos” de la dictadura pinochetista. Fue la persistencia del Estado subsidiario la que aglutinaba a las expresiones de derecha, como así también la posibilidad de construir un Estado social el que organizaba a las izquierdas.

Este pasaje subrepticio que representa dos mundos antitéticos en la forma de comprender la estatalidad, funcionaba como clivaje a la hora de pensar la igualdad y de presentarse socialmente para construir representatividad política. Tan es así que no es casual que el nombre de la fuerza que llevó a Boric a la presidencia fue Apruebo dignidad. Pero del otro lado también ajustaba la apelación emotiva de las derechas haciendo del miedo la principal emoción para limar a las izquierdas.

Si bien la expresión de casi el 80% por la reforma constitucional y la constituyente fue un mazazo sobre las expresiones de derecha, estas rápidamente supieron interpretar la coyuntura y responder discursivamente no cuestionando tanto la necesidad del cambio como la profundidad del mismo.

Pero también las movilizaciones de octubre instalaron que gran parte del problema eran las élites políticas. Esta fue una de las claves de José Antonio Kast y su discurso disruptivo y por fuera de los canales de la corrección política, pero también un problema para Boric por su procedencia social y universitaria. Es por eso que en su estrategia para la primera vuelta la cercanía popular no fue una de las consignas principales.

Aquí hay un péndulo de la elección que los equipos de campaña de Boric interpretaron con gran corrección: la primera vuelta fue por polarización (el centro perdió su capacidad de articular la oferta electoral), pero la segunda por el centro. Fue esta matización del candidato la que le permitió superar la derrota por dos puntos a manos de Kast (25,82% y 27,91% respectivamente) en primera vuelta para transformarla en una victoria de casi doce puntos: 55,87% vs 44,13%.

Fue crucial en el debilitamiento del centro político la pandemia, ya que la gestión de Sebastián Piñera fue duramente cuestionada por la ciudadanía debido a los problemas económicos que las cuarentenas generaron, como así también su primera reacción ante los sucesos de octubre (fundamentalmente la represión policial y militar).

La disputa presidencial fue también una disputa por el sentido político de la transición: la ruptura del centro hacia los polos es lo que explica que los protagonistas de las elecciones hayan sido dos candidatos que pertenecían a fuerzas que hace treinta años no tenían protagonismo sólido en la vida política chilena.

Respecto de los núcleos conceptuales de la campaña, también estos se vieron fuertemente atravesados por el octubre chileno. Revisemos en forma resumida los ejes principales del ganador: 1) Perspectiva feminista; 2) Transformación social y ecológica; 3) Descentralización. Todos estos puntos formaron parte de los debates más álgidos de la nueva constitución chilena: la coincidencia de agendas es prácticamente total.

Así como hoy no podemos caracterizar ninguna identidad social o electoral de forma fuertemente racional, es decir, con una gran coherencia interna y temática, debemos entender que comunicacionalmente esto tampoco les permite a los equipos de campaña idealizar a los votantes y trabajar en un anclaje rígido e innegociable. Más bien se trata de romper con los sentidos de cómo desde la dirigencia política se entiende a la ciudadanía, y de reconstruir en su lugar cómo la ciudadanía se entiende a sí misma para desde allí poder construir un diálogo entre candidatos y opinión pública.

Las complejidades políticas de Boric, su enorme capacidad de negociación y su flexibilidad como dirigente y candidato formaron parte esencial para adherir a su figura significantes que en una etapa no necesariamente coincidieron del todo con la otra. Si es cierto que la elección presidencial definió qué partido debía custodiar el proceso/desempeño de la constituyente, no es menos cierto que este ya viejo manifestante de las protestas del 2006 fue quien mejor supo interpretar las claves y los vaivenes de dicho proceso.

Francisco Córdova Echeverría (Chile) ha sido dirigente social y político en Chile. De profesión cirujano dentista hoy estudia Ciencia Política y Sociología en la Universidad Nacional de Córdoba.

Twitter: @FCordovaE

Instagram: @depresivoOptimista

Marcos Funes (Argentina) es activista de la comunicación, analista político y media trainer. Semiólogo en construcción.

Twitter: @marcosjfunes

Instagram: @marcosjfunes

La anomalía chilena es una síntesis del trabajo final presentado por los autores en el curso de Comunicación Política y Opinión Pública de la Universidad Nacional de Córdoba en el año 2022.

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