Por Pedro Cribari
Días antes del 27 de junio de 1973 la inminencia del golpe de Estado en Uruguay era una posibilidad muy firme. El deterioro de la vigencia de las libertades había comenzado un lustro atrás con el gobierno autoritario de Jorge Pacheco Areco y año tras año se había agravado.
La democracia uruguaya, hasta entonces admirada en el mundo, se deslizaba sin freno hacia un abismo, una suerte de agujero negro manipulado por una alianza de militares que despreciaban los valores de la República y de la democracia, y de un grupo no pequeño y muy influyente de civiles, fundamentalmente políticos y economistas de pensamiento ultraconservador y empresarios afines al modelo de pensamiento único, a sangre y fuego.
Fueron horas difíciles, se enfrentó al malón golpista sin saber qué podía deparar la hora siguiente. En juego la libertad, en juego la vida. Los datos están al alcance de quien quiera conocerlos: el régimen cívico-militar de la región con mayor número de presos políticos por habitante, la categorización de la población en función de sus ideas, la tortura sistemática, el crimen y la desaparición como argumentos de “persuasión” y disciplinamiento.
Mientras unos transitábamos las últimas horas de cuestionada vigencia de libertades, cada vez más amputadas, para organizar la resistencia, en los círculos del poder se aprestaban a celebrar lo que inexorablemente asomaba como un gran zarpazo, para enquistarse en la sociedad uruguaya con un horizonte que no se alcanzaba a divisar. Llegaban para quedarse. Alegría en los cuarteles, alegría en los medios afines al golpe lanzados a formar opinión y dar sustento ideológico a la aventura militar, alegría en aquellos círculos empresariales que auguraban un tiempo de fáciles ganancias en connivencia con corruptos y permisivos gobernantes, sin sindicatos que se opusieran, sin periodistas que hurgaran, sin prensa libre, sin que la cultura pudiera expresarse.
Los escribas del poder
Bueno, es necesario aceptar que hubo margen para la libertad de prensa. Claro que entendida esta como libertad de empresa periodística y no como libre ejercicio de la profesión. No hubo lugar a la crítica, a la información que pusiera en duda alguna decisión del régimen, mucho menos a la investigación. Solo rigió el pensamiento único de los altos mandos militares, de sus obsecuentes socios civiles y de quienes se encargaron a conciencia a la labor de transformar los designios dictatoriales en verdad oficial. La totalidad de los medios opositores fueron silenciados, otros medios gráficos y radiales si bien no fueron clausurados padecieron la censura y sobrevivieron como pudieron. Los pocos que gozaron de amplia libertad de expresión se erigieron en la voz de los dictadores. La historia se encargó de identificarlos y ningún artilugio podrá sacarles el mote de prensa comprometida ideológicamente con quienes asaltaron las instituciones.
La década de los 70 transcurrió entre las amenazantes cadenas y comunicados de los golpistas, la cárcel para los opositores y los edulcorados editoriales de los amanuenses. Basta repasar titulares y editoriales de algunos medios para concluir que la dictadura sí fue posible por el terror aplicado, pero tan importante como el lenguaje de las armas, de la tortura y de la prisión, lo fue el de la pluma de los entusiastas escribas del poder.
Los subterráneos de la libertad
Para enfrentar la aceitada y todopoderosa red mediática del régimen, las fuerzas políticas y sociales opositoras dispusieron de escasos recursos técnicos y de mínimas o nulas posibilidades de expresarse públicamente. Todo estaba prohibido, fue el imperio del pensamiento único, de la verdad oficial.
Sin embargo ¿cómo explicar el rotundo triunfo del NO en 1980[1] si no es por la inteligente resistencia popular, por el mano a mano, por el boca a boca, por el volante o el boletín clandestino? Tampoco puede explicarse aquel histórico revés para la dictadura sin tomar en consideración cómo se dio su comienzo. Hubo resistencia organizada, una huelga de obreros, empleados y estudiantes que duró quince días y condicionó el desarrollo del proceso golpista. Dominaron, pero no convencieron y cuando se creyeron el cuento y convocaron al plebiscito para eternizarse en el poder sobrevino la avalancha de votos por el NO.
Cincuenta años después de los dolorosos acontecimientos del 73 han cambiado de modo radical las formas y las estrategias de comunicación. No obstante los simples y modestos recursos aplicados por la resistencia dejan enseñanzas que deben ser tenidas en cuenta por los profesionales, no para poner en práctica los mismos procedimientos, sí para entender que la mejor estrategia comunicacional puede ser decisiva siempre y cuando sea acompañada por una amplia movilización ciudadana.
Pedro Cribari (Uruguay) es periodista y editor. Fue preso político durante la dictadura cívico-militar de Uruguay. Integró los elencos periodísticos de El Popular, La República y revista Posdata. Fue cofundador del diario Cinco Días, La Hora, coeditor de la revista Latitud 3035 y de revista Túnel. Dirige una editorial que ha editado más de sesenta libros en Uruguay. Recibió el Premio Morosoli a la trayectoria periodística. Twitter: @PedroCribari – Instagram: @pedrocribari
[1] El 30 de noviembre de 1980 se celebró en Uruguay un plebiscito constitucional, impulsado por el gobierno de facto, para modificar la carta magna del país. El resultado electoral dijo NO a la reforma.