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Nihilismo y pasiones de la derecha

Por Francisco Córdova Echeverría

Las pasiones se ponen al centro de la relevancia política. Las elecciones del electorado parecieran estar motivadas por cuestiones que superan la racionalidad utilitarista e ideológica. La frustración nihilista provocada por el capitalismo neoliberal es cosechada por líderes de derechas y se transforma en fuerza movilizante.

Wendy Brown, filósofa y politóloga estadounidense, nos invita a pensar al neoliberalismo más allá de una racionalidad económica y política para así poder captar otros efectos que causaría, como los que ocurren en ciertos grupos cargados de resentimientos que asumen poseer o al menos tener expectativas de gozar de ciertos privilegios y supremacías (dando de ejemplo a los hombres blancos en los EEUU que eligieron a Trump) y que, ante la sensación de pérdida o de debilitamiento de estos, desarrollan formas de expresión violentas, antidemocráticas, xenófobas, entre otras. Todo ello se produciría debido al surgimiento del nihilismo en el marco de un estilo de vida mercantilista-financiero y digitalizado, donde los valores se hacen triviales e intercambiables (al vaciarlos de verdad y fundamentos), con lo cual la capacidad de la conciencia se debilita al no tener los elementos que le permite operar, así como también ocurre en las demandas sobre el intelecto, las cuales se ven sustancialmente relajadas. Nos dice la autora: “Como la devaluación nihilista de los valores aligera la fuerza de la conciencia, nos libera del control, de la culpa y de la autodestrucción que la conciencia impone”.[1]

Esta conciencia que se ve damnificada, hace referencia a la capacidad del individuo de torcer su voluntad y volverla contra sí misma, es una vuelta de la voluntad de poder hacia dentro del sujeto. Es el autocontrol de nuestra voluntad sobre sí, aquello que llama Nietzsche, la sublimación de nuestra voluntad de poder. Pero este proceso en el nihilismo se revierte, se produce una desublimación que “envía la voluntad de poder hacia fuera de nuevo, mientras libera al sujeto del látigo y del control de la consciencia”.[2]

Brown realiza una articulación entre la idea de “desublimación de la voluntad de poder” de Nietzsche y la “desublimación represiva” desarrollada por Marcuse en donde las fuerzas de nuestro instinto ya no ofrecen resistencia a los mandatos sociales y económicos, sino más bien están cooptadas por las lógicas productivas y de consumo, por lo cual no se requiere una “pesada represión y sublimación”[3], lo que conlleva goce y liberación en lo sexual, por ejemplo, pero no causa emancipación en el individuo. Acá estaríamos presentes ante una sublimación controlada que no solo relajaría la conciencia sobre la propia conducta del sujeto, sino también frente a los males de su sociedad. Lo cual sería amplificado por las lógicas del sistema neoliberal que ataca tanto lo social como al conocimiento intelectual, además de deprimir la consciencia por el nihilismo. En términos de la autora: “(…) la desublimación represiva combina «libertad y opresión», transgresión y sumisión, de una  manera distintiva, como se ve en las expresiones de patriotismo y de nacionalismo, salvajes, iracundas e incluso proscritas que frecuentemente brotan desde la extrema derecha actual”.[4]

Entonces aquella sublimada voluntad de poder, la conciencia, ante un contexto donde la venta de nuestra alma se hace cotidiana, a tal punto que no genera escándalo alguno, termina desublimándose, llevando hacia fuera a esa voluntad de poder, liberando al sujeto del control y dominio de su propia conciencia. Brown expresa que este fenómeno está impregnado, además, por el dolor que causa la herida del destrono de la masculinidad del hombre blanco.

Esto recién dicho puede ser reforzado por lo que Fukuyama expresa en su libro Identidad[5], en donde trabaja la idea de una política de la identidad en crisis, en tanto y en cuanto los cambios acelerados que ha llevado la modernización, especialmente en la sociedad liberal moderna, generaría infelicidad y lejanía entre las personas. Habría un sentimiento de nostalgia ante una comunidad y vida perdida. Tal grupo de personas afectadas, serían blancos políticos de líderes que les indican que han sido traicionados y les han faltado el respeto, prometiéndoles por ello el recuperar una grandeza perdida (¿No suena algo parecido el que se diga: “Argentina debe recuperar su grandeza como cuando fue el país más rico del mundo hace cien años”?). Esos grupos desplazados de sus contextos culturales de supremacía percibirán una disminución de su estatus, lo que termina desencadenando una política del resentimiento y una reacción violenta. Nos dice el politólogo estadounidense, apuntando no poca responsabilidad a la política correctiva identitaria adoptada por las izquierdas que: “La política de la identidad produce corrección política, cuya oposición se ha convertido en un importante argumento movilizador para la derecha (…) habla de aquello que no se puede decir en público sin temer un fulminante oprobio moral”.[6]

Retomando a Brown, esta nos indica que el neoliberalismo crea nuevas formaciones en la subjetividad y en la política, y dentro de esos cambios está una destrucción de lo social donde desaparecería la preocupación por el bien común. Jorge Santiago[7] nos da una serie de elementos conceptuales de Jacques Rancière que podrían servir como ejemplo de aquellos cambios que crea el neoliberalismo. Por ejemplo, como cambio en la formación de subjetividad está en cómo entiende Rancière a la política y a la democracia, pues le atribuye a ambas el ser modos de subjetivación, donde un hecho y una forma de llamar a tal hecho, se articulan frente a una experiencia completamente nueva, creándose un nuevo significado de la situación contextual. Lo que permite al sujeto político siempre poder crear una experiencia de desacuerdo interrumpiendo el orden determinado, esto dice Santiago, transforma las identidades asignadas por el orden policial, por eso su democracia es de conflicto, lo cual funda la política para el filósofo francés, discutiendo así con las ideas de la política del consenso racional. Por otra parte, el concepto de Policía de Rancière nos permite trabajar la destrucción de lo social y la despreocupación por el bien común que nos exponía Brown, pues esta es la forma que tienen el poder de repartir lo sensible que permite acceder a la interlocución, a la esfera pública. La policía es lo que ordena quién tiene y quién no tiene parte, toma los cuerpos y los ordena para definir a quién le corresponde cada manera de ser, de hacer y de decir. Distribuye lo que es visible y lo que no, lo que se entiende y lo que se puede decir. No hay sociedad ni bien común con este formato para crear orden. Y como cambio en la política, en la acción urgente de las fuerzas democráticas (las que irrumpen el orden policial) tiene como propuesta, nos dice Santiago, el ensanchamiento de la esfera pública, para atacar la incesante privatización de la vida pública que es propio del accionar del neoliberalismo.

Brown afirma que otro punto central de nuestra era es el “sufrimiento experimentado como victimización injusta”.[8] El resentimiento, la rabia, el rencor, la reacción a la humillación son parte de los insumos que usa el populismo de derecha y también explican el auge de los apoyos a regímenes autoritarios, pero que esta vez estas pasiones tristes vienen de quienes históricamente han sido dominantes[9] y sienten la decadencia del dominio, especialmente de la blanquitud y de la masculinidad. Es una sensación de agravio por destronamiento, donde la neoliberización de la vida cotidiana es clave para acentuar su ardor pasional. Cito:

“La estratificación, determinada por la riqueza, del acceso y la provisión no es algo nuevo bajo el sol. Pero la privatización neoliberal y la legitimación de la desigualdad la hacen más intensa, más ampliamente diseminada y más profundamente penetrante en la vida cotidiana que en ningún otro momento desde el feudalismo”.[10]

Frente a lo dicho me parece apropiado tomar ciertas similitudes que percibo entre los afectos movilizadores del electorado que votó al expresidente de los Estados Unidos, Donald Trump, y al reciente electo presidente de Argentina, Javier Milei. Nos dice Brown que el electorado adhirió con Trump, en la medida que se sentían reconfortados con su violencia discursiva y gestual, y se identificaban con las “faltas de respeto” que él recibía por parte de sus opositores. Su electorado sentía aquello como un insulto hacia ellos mismos. Trump encarnaría su dolor, lo replicaría en sí mismo. Les da lo mismo las políticas que pueda poner en práctica, mientras se oponga a quienes consideran responsables por su situación actual desmejorada (¿la casta, el kirchnerismo, los ñoquis, los chorros de los políticos, los que no agarran la pala?), en ese caso del país norteamericano; los inmigrantes, las feministas, los movimientos radicales negros, entre otras y otros. La gente no eligió a Trump (¿o a Milei?) por sus cualidades morales intachables, y menos por sus habilidades políticas, sino, cito textualmente: “por venganza contra la herida del vacío al destruir el agente imaginario de esa herida. Este es el resentimiento en un asqueroso estofado con el nihilismo”.[11]

Eso se debería, nos dice la politólogo y filósofa, porque la sublimación represiva libera otra fuente de instinto humano, el Thanatos, que, entremezclado con un Eros que ha sido parcialmente comprimido, y parcialmente liberado (sublimación controlada), esencialmente al espacio de la sexualidad, “un eros desublimado puede entonces estimular, mezclase o incluso intensificar, la agresión”.[12] El Nihilismo de Nietszche, sería intensificado por el neoliberalismo en donde el mercado es principio y verdad, y el aparato económico toma el rol de agente moral. Todo esto, nos dice Brown, permitiría explicar por ejemplo el resurgimiento del tribalismo como “la ruptura de la relación con la población del mundo lejana y posterior a uno mismo”[13], instaurando una política de la indiferencia que mediante el nihilismo desintegra los pactos sociales.

Refuerza la autora: “La combinación del desprecio del neoliberalismo por lo político y lo social y una masculinidad herida desublimada genera una libertad desinhibida, que es el síntoma de la destitución ética aun cuando por lo general se disfrace de      virtud religiosa o de la melancolía conservadora de un pasado fantasmático”.[14]

Para cerrar, creo clave para entender los comportamientos electorales que están dándole triunfos a representantes de la extrema derecha, el tomar la invitación que nos hace Wendy Brown, de no quedarnos en una lectura economicista del neoliberalismo, pues no solo quedan sujetos excluidos y resentidos por factores económicos como la desigualdad, el desempleo y la desindustrialización, hay además otras dimensiones de análisis, como desde los afectos de resentimiento que se generan en quienes han perdido sus privilegios de blanquitud o de por el solo hecho de ser hombre, o desde aquella construcción de las identidades que nos relata Fukuyama mediante la relevancia de la experiencia vivida, en la conformación de verdades y posturas de demandas políticas. Cada una de estas dimensiones que se encuentran sumergidas en una hegemonía racional económica maximalista globalizada, deberán ser tomadas en cuenta para hacer el esfuerzo de comprender la sociedad en que vivimos y cómo se están moviendo o mutando los fundamentos y el ejercicio del poder, como así también evolucionan o involucionan las bases del orden político y del orden social de nuestros países.

Francisco Córdova Echeverría (Chile) es magíster en dirección y liderazgo para la gestión educativa. Diplomado en Filosofía, Sociedad y Cultura. Cirujano Dentista de la Universidad de Concepción. Actualmente estudiante de Ciencia Política y Sociología en la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. Ayudante en cátedras de Comunicación Política en facultades de Ciencia Política y Comunicación Social. Ha sido dirigente social y político en Chile.

X: @FCordovaE / Instagram: @depresivoOptimista


[1] Brown, W. (2015). En Las ruinas del neoliberalismo. El ascenso de las políticas antidemocráticas en Occidente (p.221). Madrid: Tinta limón.

[2] Íbidem (p.221)

[3] Íbidem (p.222)

[4] Íbidem (p.225)

[5] Fukuyama, F. (2019). En Identidad: la demanda de dignidad y las políticas de resentimiento. ISBN: 978-84-234-3036-9 (epub)

[6] Íbidem (s/n)

[7] Santiago, J. (2009). Democracia, ciudadanía y derechos humanos en la obra de Jacques Rancière. Astrolabio: revista internacional de filosofía, N° 9, pp. 268-277.

[8] Brown. W. (2015), p.232

[9] En Nietzsche el resentimiento provenía de los débiles quienes instalan mediante el cristianismo una asociación de la fuerza con el mal y la debilidad con el bien. Creando así un nuevo cuerpo de valores de sublima la voluntad de poder sobre sí, lo cual, una vez llegada la modernidad y el triunfo de la razón (“Dios ha muerto”) se desublima desarrollado en nihilismo, pues el hombre ahora vaciado de valores fundamentales, intenta mediante la razón ocupar infructuosamente ese espacio de guía moral.

[10] Íbidem (p.235)

[11] Íbidem (p.238)

[12] Íbidem (p.225)

[13] Ibidem (p.227)

[14] Íbidem (p.229)

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