Por Francisco Córdova Echeverría
El realismo político es un concepto que marca una distancia que hay entre la teoría política y la práctica política. No es sinónimo de pragmatismo, sino conlleva algo más profundo. En base a Maquiavelo, Max Weber y Portinaro, entro en sus profundidades y tomo de ejemplo el discurso electoral de la candidata comunista para las presidenciales en Chile 2025.
En Chile por primera vez existe la seria posibilidad que en una segunda vuelta en las presidenciales haya una candidata comunista, me refiero a la exministra Jeannette Jara. Ello ocurre frente a otra excepcionalidad, pues en mi país, en los 35 años desde el retorno de la democracia, jamás alguien que haya apoyado la dictadura ha tenido posibilidades de ganar una presidencial, cosa que sí podría ocurrir en esta elección, pues todas las alternativas de derechas han comentado de una u otra forma un apoyo al golpe de Estado (y sus consecuencias) del dictador Pinochet, y dentro de esos nombres, según los actuales sondeos, José Antonio Kast tiene altas posibilidades de ser el próximo presidente si se mantiene la actual tendencia.
Se podría pensar que Chile, así como se ve, está en una disputa de extremos: una comunista por izquierda que alimenta el macartismo nacional y un neoliberal conservador por derecha que, además, reivindica sin pudor la horrible dictadura y que presenta un programa tipo “motosierra” como el de Javier Milei en Argentina, además de declarar que puede perfectamente gobernar sin conseguir acuerdos en el Congreso[1], una clara señal de la tendencia autocrática de los nuevos gobiernos de extremas derechas 2.0[2]. Pero ¡cuidado! que esta idea de enfrentamiento entre extremos tiene sus matices, especialmente por el polo de la izquierda.
Realismo político
Para abordar el realismo político hay tres pensadores que son fundamentales: Maquiavelo, Weber y Portinaro.
Hannah Arendt afirmó que Maquiavelo era un gran republicano pues fue “el único teórico postclásico que, en su extraordinario esfuerzo por restaurar la vieja dignidad de la política, captó dicha separación (lo privado de lo político)[3] y comprendió algo del valor necesario para salvar esa distancia” [4].
Lo “maquiavélico” usado como el apetito de una finalidad a toda costa y medio es una manera poco honrosa para quien fuera un gran pensador político. Y para salvar de aquello me parece apropiado traer al académico y doctor en Filosofía (UNC), Sebastián Torres, con su libro Maquievelo, una introducción.
En aquel libro Torres nos plantea los conflictos políticos a los que Maquiavelo enfrenta en su Florencia querida: la paradoja entre la libertad común, política y la libertad individual, privada; y la polémica con el humanismo cívico que “va más allá de la oposición entre los valores de la república y el principado”. Frente a esas dificultades el académico cordobés expone que Maquiavelo “enfrentó su tradición con los defectos y debilidades […] Para alcanzar el bien hay que partir del mal, para alcanzar la estabilidad hay que partir de la corrupción, para alcanzar lo común hay que partir del interés […] para salvar a Florencia hay que reconocer su ruina. Y ese tránsito es de nunca acabar […] No hay que confundir el fin de la política con el fin de los conflictos […] Es lo que la acción virtuosa y las instituciones virtuosas deben conocer y contener”.
Para Maquiavelo no se trata simplemente de medios para tal o cual fin, sino de los fines sobre repúblicas que realmente existen, donde el conflicto jamás acaba, y que aquello debe tener en consideración quien gobierna.
Torres invita a pensar el realismo político de Maquiavelo lejos de la forma conservadora tradicional, aquella que establece un orden natural de dominación política, como sinónimo de relaciones de poder, en aquel desplazamiento de secularización del poder divino como elemento ordenador. No es ese realismo “para asumir con cierta resignación pragmática grados mínimos aceptables de libertad e igualdad bien administrados”.
Para Torres el realismo de Maquiavelo es que los términos de política, libertad e igualdad no se enmarcan en una naturaleza y un determinismo insalvable, sino que son productos de la acción del hombre en búsqueda de una forma de vida, “que se enfrenta al permanente desafío de inventarlas, sostenerlas y recrearlas en un mundo que constantemente encuentra un conflicto en y a partir de ellas”.
No es así el realismo utópico de repúblicas que jamás han existido, ni tampoco es el realismo conservador. Maquiavelo expresaría un realismo político libertario, indica el académico cordobés. Critica el florentino tanto al pensamiento utópico como al pragmatismo conservador porque pecarían de ingenuidad: “porque no se gobierna con «padrenuestros» o con las bondadosas virtudes, pero tampoco con la mera fuerza o el engaño”.
No cabe duda que la política trata de fuerzas y de poderes, pero estos conceptos son plurales, nos dice Torres, “definen relaciones sociales complejas que la política debe conocer, recrear, combatir, transformar”, así entonces, el realismo político de Maquiavelo no es aquel que reduce la política a solo relaciones de poder y fuerza.
Aquella necesidad de “entrar en el mal cuando fuese necesario”, no es entonces un medio para un fin a secas, desconsiderando la moral de manera frívola, sino está dentro de la comprensión del dinamismo propio de la política donde los medios, más allá de las utopías (sobre lo que no existe) y del pragmatismo conservador (la moral), se adaptan a los cambios constantes de la acción política humana en relación al ejercicio y búsqueda del poder.
El segundo pensador que abordo es Max Weber, que en su conferencia: El político y el científico[5], publicada en 1919, hace algunas advertencias a quien desee hacer de la política una profesión.
Primero tener en claro que el ejercicio de la política a través del Estado es por medio de la violencia, legítima, pero violencia, al fin y al cabo, así “quien quiera hacer de la política en general, y quien quiera ejercerla sobre todo como profesión, tiene que ser consciente de esas paradojas éticas y de que es responsable de lo que el mismo pueda llegar a ser bajo la presión de estas”.
Esas paradojas éticas están entre el ejercicio de la política basado en los ideales y el ejercicio basado en las consecuencias de las decisiones. Así nos habla de la ética de convicción y de la ética de la responsabilidad, que en la realidad no son tipos puros o ideales pues “no es que la ética de la convicción signifique una falta de responsabilidad o que la ética de la responsabilidad suponga una falta de convicción”. Eso sí, el ejercicio de la distinción permite una mayor comprensión analítica.
En ese caso, quien actúa solo en la ética de la convicción, por lo general, no se hace responsable de las consecuencias, porque no es consciente “de aquellos poderes diabólicos que están en juego”[6], pues está atrapado en lo que Weber denomina como lucha religiosa, que no admite concesiones frente al mundo; así el político que actúa solo en base a sus valores expondría: “Yo hago lo correcto según mis principios, y si el mundo se desmorona, no es mi responsabilidad”, y sobre aquel que diga aquello, Weber hace una crítica implacable: “[…] yo sacaría la conclusión que no habría estado a la altura de su propio hacer, de que no habían estado a la altura del mundo, tal como realmente es, ni de su cotidianeidad: yo sacaría la conclusión de que, objetiva y realmente no habían tenido la vocación para la política en su sentido más íntimo, que ustedes habían creído tener[…] Solo quien esté seguro de no derrumbarse si el mundo es demasiado estúpido o bruto, visto de su punto de vista, para lo que él quisiera ofrecerle; solo quien esté seguro de poder decir ante todo esto dennoch (no obstante, a pesar de todo), solo ese tiene «vocación» para la política”.
¿Qué podemos extraer de Weber? Que quien actúa únicamente desde sus convicciones, sin combinar convicción con responsabilidad y descarga las consecuencias de sus decisiones en el mundo mismo, no tiene la verdadera vocación para la política.
Pier Paolo Portinaro, italiano, profesor titular de Filosofía Política en la Universidad de Turín y miembro de la Academia de las Ciencias, por su parte, es bastante más directo con la problematización del concepto, afirma que “el realismo es por lo tanto un comportamiento que deriva de la experiencia de la praxis política, y es consecuentemente, la concepción de la política que tienen no los filósofos, que piensan la política, sino los políticos, que concretamente la hacen”[7], y esto no es propiedad de quien ejercita el poder sino también está “en los autores que han conocido el peso de la acción y la frustración de sus ambiciones de influir”.
El realismo político está tanto en quien ha vencido como en quien ha sido derrotado, es más nos dice Portinaro: “Solo la pérdida de poder y la derrota agudizan el sentido de la realidad”.
Portinaro toma ejemplos desde Tucídides en la Antigüedad, Maquiavelo en el Renacimiento, Hobbes, Hegel, Marx, Nietzsche, Weber, Schmitt, etc., haciendo una genealogía del realismo, mostrando sus variaciones según la sensibilidad histórica de cada época. Y una de las enseñanzas centrales de este amplio análisis, es que los actores políticos deben verse dentro de un campo donde hay luchas de poder, siendo unos más fuertes que otros, inmersos en dinámicas de fuerza, intereses, conflictos.
El filósofo italiano resalta que para “mantener los peligros del mundo a raya” (es decir, para evitar catástrofes políticas, excesos de poder, irracionalidades) se necesitan diagnósticos profundos y estrategias de amplio alcance. No se trata, indica, de discursos idealistas sino de una mirada crítica, práctica, que contemple las limitaciones de los posible.
El realismo político de Jara
Jeannette Jara nació el 23 de abril de 1974, en una población llamada El Cortijo en la comuna de Conchalí, en Santiago de Chile. Es hija de una trabajadora de casa particular y de un técnico mecánico, es la mayor de cinco hermanos y madre de un hijo de 18 años. Profesionalmente es administradora pública y abogada. A los 14 años entró a militar a las juventudes comunistas y en su paso por la universidad, en 1997, fue presidenta de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Santiago (Feusach) y, posteriormente, cuando ejercía su carrera de administradora pública en el Servicio de Impuestos Internos, fue dirigente sindical de la Asociación de Fiscalizadores del SII (AFIICH). Ya por 1999 se integró al Partido Comunista, donde desde el 2015 forma parte de su Comité Central.
Fue ministra del Trabajo y Previsión Social del actual presidente Gabriel Boric, y en ese cargo cuenta con lo que se pueden denominar triunfos políticos como la reforma de pensiones y la ley de 40 horas laborales. Es justamente en esas negociaciones cuando Jara da a conocer su carácter realista y negociador, pues ninguno de aquellos resultados hubiera sido posible sin convenir con las bancadas de derecha y con el mundo empresarial, lo que le llevó a ser considerada como expresión del ala social demócrata del partido comunista, recibiendo críticas desde sectores de izquierda más más idealistas que la califican de entreguista al “transar con la derecha”.
Jeannette Jara durante esos procesos de negociación como ministra y como candidata en instancias posteriores a las primarias del sector, que ganó con más del 60% de los votos, expresó que no está en política para darse “gustitos personales”, sino para solucionarle los problemas las personas.
Así, a pesar de expresar el deseo político de que las Administradores de Fondos de Pensiones (AFP) desaparezcan, el resultado de sus negociaciones para sacar adelante la reforma previsional logró que estas cuenten con más fondos que administrar, fortaleciéndolas como sistema de pago de pensiones, lo que generó denuncias desde sectores de izquierda[8]. Pero por otra parte, logró con ello que las y los jubilados en Chile reciban un aumento casi de inmediato de sus pensiones, lo que es un alivio directo y concreto a los bolsillos de las personas mayores[9]. Beneficios que comienzan a materializarse semanas antes de las elecciones presidenciales.
Jara en lo que ha sido su campaña y su gestión previa como ministra, ha dado cuenta de una comunicación política y una dirección decisional que sin dudas responde a los marcos del realismo político, con un claro predominio de la ética de la responsabilidad y de adaptabilidad a las condiciones objetivas de la realidad[10] que disponen de sus propios tiempos.
Maquiavelo seguramente alentaría esta postura de táctica de Jara, pues frente a un escenario político de clima social de inseguridad e incertidumbre (que como encuadre beneficia a las lógicas electorales de las extremas derechas), potenciar su capacidad negociadora y pluralista permiten diferenciarse de las posturas radicales de sus contrincantes que, como Kast, han expresado la inutilidad del Congreso o que en su gobierno se perseguirán a los izquierdistas radicales, sin expresar cuáles serían las características de estos[11].
En términos de Portinaro, si deseamos mantener los peligros del mundo a raya, sin duda proteger la democracia y sus instituciones es una demanda, por lo cual las propuestas radicales por la izquierda no tienen espacio ni respaldo. Por otra parte, Jara al ser candidata de una amplia coalición política que articula desde los comunistas hasta la democracia cristiana, bloque que podría denominarse pro democracia, requiere de un discurso que no es propio de ideario comunista, sino más bien propio de una socialdemocracia sin ánimos de grandes cambios estructurales, más sí de un rol fuerte en la justicia social y de defensa de los avances en materia de pluralidad civil y social.
Esa capacidad de adaptación realista es lo que la hace una candidata competitiva, a pesar de ser comunista en un país de cultura, hasta hoy, macartista, dentro de un escenario internacional y local que pareciera dar sus vientos a favor a los proyectos de extrema derecha. Quedan algunos meses de campaña y quién sabe, quizás Chile tenga por primera vez una presidenta militante comunista encabezando una coalición progresista-socialdemócrata, superando todo obstáculo de los fantasmas históricos que hoy rondan en las elecciones.
Francisco Córdova Echeverría (Chile) es magíster en dirección y liderazgo para la gestión educativa. Diplomado en Filosofía, Sociedad y Cultura. Cirujano Dentista de la Universidad de Concepción. Actualmente estudiante de Ciencia Política y Sociología en la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. Ayudante en cátedras de Comunicación Política en facultades de Ciencia Política y Comunicación Social. Ha sido dirigente social y político en Chile. X: @FCordovaE / Instagram: @CordovaEstrategia
[1] Ver en https://www.emol.com/noticias/Nacional/2025/08/12/1174818/kast-debate-congreso-no-importante.html
[2] Steven Forti en https://revistacrisis.com.ar/notas/steven-forti-la-explicita-estrategia-de-los-nuevos-fachos
[3] Lo que está entre corchetes es agregado por mi parte y no corresponde a la cita.
[4] Arendt, Hanna. “La condición humana” (pag 47). Editorial Paidós. 1998.
[5] Según la editorial se puede encontrar esta obra como: La ciencia como profesión, La política como profesión.
[6] Entender la referencia que hacer Weber de lo “diabólico” como una metáfora y no como algo literal.
[7] Portinaro, Pier Paolo. El realismo político. Madrid: Editorial Trotta, 2012.
[8] https://www.laizquierdadiario.com/La-reforma-que-legitima-a-las-AFP
[9] https://www.gob.cl/noticias/beneficios-mejoras-reforma-pensiones/
[10] Gramsci, A. (1999). Cuadernos de la cárcel (ed. V. Gerratana, trad. A. García Ruiz). Madrid: Trotta.
[11] https://eldesconcierto.cl/2021/10/08/kast-propone-crear-una-coordinacion-internacional-anti-radicales-de-izquierda