Por Marcel Lhermitte
Los orígenes del término Terrorismo se encuentran en el período de la Revolución Francesa, más precisamente en el Reinado del Terror, en el año 1793. Casi dos siglos después, en América Latina convivíamos con el Terrorismo de Estado que aplicaron varias dictaduras del continente contra sus pueblos, pero no será hasta el atentado neoyorquino del 11 de setiembre de 2001 que la palabra en cuestión cobre un nuevo significado y surja la Guerra contra el Terror, un marco cognitivo que encuadrará una nueva manera de entender las cosas.
El lingüista norteamericano George Lakoff, en su libro No pienses en un elefante, explica que “los marcos son estructuras mentales que conforman nuestro modo de ver el mundo. Como consecuencia de ello, conforman las metas que nos proponemos, los planes que hacemos, nuestra manera de actuar y aquello que cuenta como el resultado bueno o malo de nuestras acciones”.
El marco de la Guerra contra el Terror, en particular, se nutrió de varios contenidos que se nos fueron presentando, entre ellos que el mundo dejó de ser un lugar seguro, por lo que se impone una sociedad vigilada, restricciones a la movilidad y la carta libre de algunos “elegidos” para realizar acciones represivas cuando consideren que existe un riesgo vinculado al terrorismo.
La profesionalización de la comunicación política trajo consigo que lingüistas, politólogos y comunicadores aportaran a la construcción de marcos cognitivos que son de uso habitual en el discurso político y resultan amplificados por los medios de comunicación, llenando de significado determinadas palabras. Es que todas las palabras se definen en relación a marcos conceptuales y cuando las escuchamos se activan en nuestro cerebro.
En las dictaduras latinoamericanas de la década del 70, por ejemplo, era de uso corriente la lucha contra la subversión y contra el marxismo. Con ese marco se combatía guerrilleros, pero también movimientos sociales y todo aquello que representara intereses diferentes a los que promovían los regímenes autoritarios.
La lucha contra el marxismo –leninismo de los años de la Guerra Fría fue utilizado por los colectivos más conservadores en la batalla dialéctica contra todos los progresistas en general. Existía una construcción que asociaba la ideología en cuestión con la cortina de hierro –otro gran marco cognitivo–, las faltas de libertades individuales, la represión y el oscurantismo que se le adjudicaba a la Unión Soviética y al eje que lideraba.
Actualmente los conservadores de muchos países utilizan algunos marcos que descienden directamente de estos ejemplos mencionados anteriormente: el comunismo, Cuba y Venezuela.
Decía la entonces candidata del Partido Popular a presidenta de la comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, en un debate televisado en 2021, que la decisión era entre “comunismo y libertad”. Pedir el voto de esa manera implicaba que ella era la garantía de libertad mientras que el resto de los candidatos con posibilidades de triunfo se enmarcaban dentro de “comunismo”, trascendiendo lógicamente el significado ideológico de la palabra y apelando exclusivamente al marco cognitivo de la misma.
“El comunismo avanza y con él, se busca normalizar la expropiación de ahorros, las tomas de casas y la violencia sin sanción. Chile necesita una alternativa política que busque recuperar el estado de derecho y la libertad que hemos perdido. Los vamos a enfrentar y vamos a ganar!”, tuiteaba el candidato presidencial de derecha chileno José Antonio Kast en la campaña de 2021.
En este caso, el “comunismo” con el que se asociaba a quien resultó electo presidente chileno, Gabriel Boric, ya incluía contenidos habituales del marco cognitivo. Sabido es que Boric es de tendencias socialdemócratas, sus ideas no pueden ser catalogadas como comunistas, pero la apelación de Kast buscaba asociarlo a la “expropiación”, las “tomas” y la “violencia”.
Los ejemplos de España y de Chile grafican un uso y abuso de un marco cognitivo que aún sigue funcionando para desacreditar un político ante ciudadanos conservadores, en lo que podemos definir como parte de una campaña discursiva negativa, que tiene como objetivo hacer bajar las adhesiones del adversario.
“El enmarcado tiene que ver con elegir el lenguaje que encaja en tu visión del mundo. Pero no solo tiene que ver con el lenguaje. Lo primero son las ideas. Y el lenguaje transmite esas ideas, evoca esas ideas”, explica Lakoff.
Hay otro elemento sumamente interesante que se utiliza cognitivamente en política que es la personalización de los países. El generarnos un marco que nos lleva a ver naciones como si fueran personas. Allí nos vamos a encontrar con el policía del mundo, que es Estados Unidos, y que como tal está habilitado para hacer uso de la fuerza. Luego están “los malos de la película”, entre ellos se destacó Irak en la década del 90, cuando era gobernada por Saddam Hussein, un país que –presuntamente– tenía armas químicas. Los actuales villanos son la Venezuela chavista y la Cuba comunista, países que portan su nombre propio y cargan con un adjetivo que aporta el enmarcado cognitivo, así como también Rusia, que se ha visto potenciada en el marco de la reciente invasión a Ucrania.
Respecto a Venezuela existe un marco utilizado discursivamente por las derechas vinculado a activos económicos de dudosa procedencia, por lo que vamos a encontrar acusaciones de financiación de campañas electorales dirigida hacia los partidos progresistas latinoamericanos, pero también encontraremos esas acusaciones a grupos como Podemos en España o Francia Insumisa en el país galo.
El marco Venezuela también se ha cargado de otros contenidos negativos que son utilizados en las confrontaciones dialécticas de otros países. Se lo vincula con el desorden administrativo, corrupción, escasez de recursos materiales, crisis económica y social, etc. Es habitual en las campañas latinoamericanas, por ejemplo, escuchar neologismos como Chilezuela, Argenzuela y otros tantos con el mismo sufijo, cuando desde el conservadurismo se habla del proyecto de país de colectivos progresistas.
En cambio, la personalización que se realiza con Cuba difiere. Es una afiliación directa con el marco cognitivo del comunismo –no con la ideología– y también con la escasez, pero lógicamente desestiman características de la isla que son reconocidas, como el buen sistema de salud y la educación.
La proliferación de estos marcos se ha dado por varios motivos: la exposición continua a la que estamos sometidos de los medios de comunicación que hace que estemos saturados de mensajes; el auge de nuevas tecnologías y redes sociales; el profesionalismo e ingreso de nuevas técnicas en la política; y fundamentalmente la caída descendente de credibilidad que gozan los políticos y el sistema democrático en general hizo que ante la devaluación de las ideas se apelara al miedo como elemento de persuasión y manipulación.
No importa que los contenidos sean verdaderos, sino que el objetivo es que calcen en los marcos que ya tienen configurados los ciudadanos, porque en caso que eso no suceda no prenderán. Por eso, dice Lakoff, que confrontar a los conservadores con argumentos “tiene escaso o nulo efecto, a menos que los conservadores tengan un marco que dé sentido a los hechos”.
Marcel Lhermitte (Uruguay) es periodista, licenciado en Ciencias de la Comunicación y magíster en Comunicación Política y Gestión de Campañas Electorales. Ha sido consultor en campañas electorales en América Latina, el Caribe y Europa. Asesor de legisladores y gobiernos locales en Iberoamérica. Coordinador del Diplomado de Comunicación Política de la Universidad Claeh en Uruguay. Autor de los libros La Reestructura. La comunicación de gobierno en la primera presidencia de Tabaré Vázquez y La ca