El Uruguay de la bisectriz

Por Linng Cardozo

Recientemente fue publicado el libro El país de la bisectriz. La polarización amable. La excepcionalidad uruguaya, del periodista y diplomado en comunicación política Linng Cardozo. Este texto es un resumen del capítulo que le da nombre al libro.

Una clase media extendida y las dimensiones mismas de Uruguay, parecen ser los pilares de una sociedad que presenta un sistema de partidos estable (los fundacionales tienen cerca de 190 años y la izquierda agrupada en el Frente Amplio tiene más de medio siglo) y niveles de convivencia aceptables en una democracia reconquistada en 1985. En este “país de la bisectriz”, los extremos –tanto a izquierda como derecha– casi no existen o son testimoniales. La exploración de este “país de la bisectriz” –comenzada con Carlos Real de Azúa con su trabajo Uruguay, una sociedad amortiguadora (1973)– expone hoy una suerte de “polarización amable”, que distingue a Uruguay de otros países en donde la radicalidad de los discursos y el crispado relacionamiento personal de los dirigentes políticos, domina el escenario. Real de Azúa (1973) había escrito: “Partiría de suponer que en un país geográficamente pequeño, habitado por una población reducida y más integrada espacial, racial y socialmente que cualquiera otra de Latinoamérica (…) los conflictos, las tensiones son, de alguna manera, más manuables” (página 15, del citado libro de Real de Azúa). El “liberalismo humanista” es el eje dominante de dos mitades. Nadie se aleja de ese eje; conviven tratando de no dinamitar los puentes.

Derecha “a la uruguaya”

El 24 de abril de 2024, el presidente Luis Lacalle Pou concurrió a Buenos Aires a un encuentro de la Fundación Libertad, una cena junto con otros líderes de la derecha regional. El principal orador fue el presidente argentino Javier Milei, con su retórica anti-Estado.

¿Qué dijo Lacalle? Cómo habrá sido que enseguida los trolls libertarios comenzaron a decir que Lacalle era «socialista». (Aparte, es interesante esta reacción porque fue similar a la de Donald Trump, que llamó “chavista” y “ultraizquierdista” al candidato demócrata Bernie Sander, en las elecciones estadounidenses pasadas). Lacalle Pou se diferenció de Milei y defendió el rol del Estado “para alcanzar la libertad”. Y enseguida señaló que “no se puede tener libertad individual si se vive en un rancho sin acceso a la salud” y llamó a que el Estado “haga piecito” a la gente. Obsérvese que Milei con su retórica anarco-capitalista ubica al Estado como una “organización criminal”.

Un referente liberal de la centro-derecha hablando de cohesión social; lo ubica más en los espacios del relato socialdemócrata que como neoliberal. O mejor dicho, expresa ese mundo de sensibilidades que trabaja en el subángulo de la derecha, pero cercano a la bisectriz. Habla de la “libertad”, pero no la del universo libertario.

En su discurso habla de la “uruguayidad”, un concepto con alcance ideológico que distingue al sistema político uruguayo. El punto de mayor diferencia con Milei se dio cuando planteó que “hay cosas que están en el adn de nuestro país y ya nadie discute, como un Estado fuerte”. “No quiere decir un Estado grande. Seguramente no tenga que tener mucha dimensión para ser fuerte”, aclaró.

Lacalle afirmó esa noche de abril que un Estado fuerte “significa tener instituciones fuertes y para ello tiene que haber una clara separación de poderes, que no es divorcio. Tiene que haber una democracia fuerte y no es muy popular lo que voy a decir, pero se la debemos en Uruguay a los partidos políticos. Sin ellos, la democracia es más riesgosa”. “Qué difícil gozar de libertad si se vive en un rancho y mis hijos no tienen una luz al final del camino para esforzarse. Tenemos que tener un Estado fuerte para que el individuo pueda gozar de la libertad”, remató.

La “polarización amable” en Uruguay

En un estudio de Latinobarómetro (2023), a diferencia de otros países de América Latina, en Uruguay tan solo el 9% de los ciudadanos apoya una opción autoritaria. El Salvador es el país latinoamericano donde se registra mayor satisfacción con la democracia, de 64%, más que duplicando el promedio regional de 28%. Le siguen Uruguay (59%) y Costa Rica (43%). Al final de la lista hay seis países cuya satisfacción con la democracia es inferior a 20 puntos porcentuales (Colombia, Ecuador, Panamá, Paraguay y Venezuela). El sexto es el Perú, con 8%, único país que tiene solo un dígito. Obsérvese este otro dato de Latinobarómetro: los insatisfechos son más del 80% de la población en cinco países: Perú (91%), Ecuador (87%), Venezuela (84%), Panamá (83%) y Colombia (80%). Otros cinco países tienen 70% o más de insatisfacción, cuatro países superan 60%, sigue Costa Rica (56%) y solo dos países logran menos de 40%: Uruguay (39%) y El Salvador (32%). Leído de otra manera, en Uruguay un 61% está satisfecho con el sistema democrático.

¿Qué explican esos guarismos democráticos en Uruguay? Algunos datos objetivos: 1) Sus partidos fundacionales —vigentes hoy— tienen 150 años de antigüedad. 2) El Parlamento muestra cinco partidos, dos de los cuales son claramente minoritarios. 3) La izquierda, agrupada en el Frente Amplio (tiene más de 50 años de historia), gobierna la capital (Montevideo) desde 1990. 4) Durante quince años consecutivos (de 2005 a 2020) la izquierda gobernó el país sin crisis institucionales y con el período de mayor crecimiento prolongado de la economía, combinando crecimiento con desarrollo e inclusión. 5) La derecha y los liberales conservadores asistieron a las elecciones en forma separada y no pudieron vencer a la izquierda, pero en 2019 conformaron una coalición que alcanzó para desplazar a los gobiernos de izquierda.

La tolerancia, la convivencia

Resulta interesante observar el trabajo realizado por la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (2018) —organismo del Poder Ejecutivo— sobre valores y creencias de los uruguayos. Allí se anota que uno de los rasgos de Uruguay es su tolerancia. El dato aparece cuando se pregunta a los adultos respecto de las cualidades que desean alentar en los niños dentro del hogar. “Dicha pregunta refiere a la importancia que tiene fomentar la ‘tolerancia y el respeto hacia otras personas’”. Más allá de la bondad del término tolerancia, que es muy discutido como categoría analítico-teórica, esta pregunta se puede interpretar como una aproximación, en un sentido amplio, a la capacidad de aceptar y tolerar al resto, al otro. Uruguay es uno de los países mejor situados a nivel mundial en este aspecto y se equipara con los países con mayor desarrollo humano, a considerable distancia de sus vecinos Argentina y Brasil (Montevideo Portal, 2024). Este índice señala que Uruguay se encuentra en el puesto 52 de 193 países, según ONU. El último informe (año 2024) señala que el país creció 18,2% en este indicador al pasar de 0,702 en 1990 a 0,830 en 2022. Este dato no es menor a la hora de observar la cartografía de las emociones y las sensibilidades en Uruguay. Véase que en 1996 la “tolerancia” era respondida por 70% de los encuestados y casi 20 años después esa cifra trepa a 82%.

La izquierda también se mueve en ese arco de tolerancia en el país de la bisectriz. La última campaña de la izquierda –su candidato resultó triunfante– se movió escrupulosamente en ese territorio nítido de la bisectriz, en el campo de la izquierda.

Ese enorme paraguas de sensibilidades —sobre todo en la población urbana, aunque hay indicios claros de penetración de esos valores en el resto de los ciudadanos— es leído por los actores políticos y por lo tanto se transforman en intérpretes fieles de estos con los matices y el énfasis correspondientes. Si ese es el marco general, no hay casi espacio para el discurso disruptivo o altisonante. Las diferencias ideológicas —que están claramente expresadas por los protagonistas políticos y sociales— parecen no tolerar el discurso “incorrecto”. Es cierto que existen actitudes crispadas, pero son residuales y con expresiones únicamente en redes. Esos actores de elocuencia disruptiva parecen estar cayendo en las simpatías dentro incluso de sus mismos seguidores.

Linng Cardozo (Uruguay) es periodista, artista plástico y sommelier. Como periodista ha trabajado en distintos medios, tanto gráficos, como radio y televisión. Ha colaborado como editor, coautor y autor de diversos libros, como El baúl de Yhavé, (2010) y La caja de fósforos (2022). Fue columnista en la FM 97.9 (M24) como analista de asuntos públicos. Actualmente escribe sobre los mismos temas en la revista Caras y Caretas. Obtuvo el premio “Vladimir Herzog” de “Periodismo y Derechos Humanos (Brasil, 1986). X: @linng55 / Ig: @linngcardozo

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