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Manuel Levin: “La izquierda tiene que disputar el poder mediático”

Por Ema Zelikovitch

Manuel Levin (Madrid, 1989) es filólogo. Tras trabajar como guionista de televisión en el programa de humor político El Intermedio (España), fue secretario de Discurso y Análisis Político de Podemos y responsable de los discursos y campañas electorales de Pablo Iglesias (2017-2021). Actualmente es colaborador fijo del podcast La Base, donde se encarga de la sección de análisis del discurso mediático Titulares al banquillo.

¿Qué es para ti la comunicación política?

Para mí la comunicación política es el principal terreno de la política en nuestra época y es algo que la derecha ha entendido mejor que la izquierda. Yo creo que la derecha ha entendido mejor a Gramsci que la izquierda y ha construido una enorme hegemonía ideológica y cultural mediante su penetración en el poder mediático.

¿Qué vínculo existe entre los discursos políticos y los medios de comunicación?

Hay un vínculo muy fuerte. Los medios de comunicación de masas (la televisión, la radio) son el principal espacio de socialización política de la población en nuestra época. Son la escuela después de la escuela, son una institución educativa, como la familia y la escuela, a través de la cual, una vez que acabamos la educación formal, seguimos recibiendo un bombardeo ideológico cotidiano de los valores de la ideología dominante. Yo creo que lo que se dice en televisión, en los programas de debate político, es mucho más importante en términos políticos que lo que se dice en los parlamentos, por lo tanto los medios de comunicación son el principal instrumento de difusión de ideología, de valores políticos.

¿Sufren una crisis los medios de comunicación masivos con la llegada de las redes sociales?

Es cierto que hay un lugar común que es que las redes sociales representan una amenaza para los medios tradicionales y que les han comido terreno que puede ser, en un sentido, tendencial. Puede ser verdad que dentro de 30 o 40 años haya medios como la radio o la televisión que se podría pensar que van a quedar obsoletos, igual que han quedado obsoletos otro tipo de instrumentos tecnológicos, pero a día de hoy la televisión y los medios convencionales siguen siendo el espacio donde se ganan las elecciones y donde se determina el destino ideológico de un país. Es más: en las propias redes sociales la influencia de los medios convencionales es enorme. Si miramos cuáles son los trending topic en Twitter, los temas que más conversación generan, nos daríamos cuenta de que, de los diez primeros temas, siete tienen que ver con algo que ha sucedido en la televisión: un partido de fútbol, un reallity, un concurso, algo que dijo un opinador en una tertulia que fue polémico… Lo que sucede en los grandes medios de comunicación permea enormemente también hacia abajo, en la conversación que hay en las redes sociales. Soy escéptico con esa premisa de que los medios tradicionales están en una crisis. Nunca antes ha habido un mayor poder de esas grandes empresas de comunicación que, en los últimos años, sobre todo durante la pandemia, ha transformado mucho la sociedad y que es un antes y un después, y esa transformación no podemos decir que haya sido hacia un menor poder de los medios de comunicación.

Los medios marcan la agenda política. ¿Este hecho es estructural o es coyuntural?

Yo no creo que sea una cuestión coyuntural, yo creo que es una cuestión estructural, si lo ponemos en ese eje. El poder mediático es una de las estructuras de poder más importantes de nuestra época y de nuestro siglo. La existencia de los medios de comunicación de masas, que es un fenómeno muy reciente en la historia, ha transformado el mundo. Pierre Bourdieu decía hace décadas que los medios de masas son el hecho político más importante del siglo. Yo lo pienso así: los grandes medios de comunicación son el principal instrumento de poder en tiempos de paz. La mayoría del tiempo en la cotidianidad el poder no necesita recurrir permanentemente al uso de la fuerza para mantener el orden establecido, sino que basta con el poder de persuasión de sus aparatos ideológicos, que son fundamentalmente los medios de comunicación. Al fin y al cabo, en democracia se gobierna con la televisión y los medios son actores políticos fundamentales, y a partir de ahí asumir eso: que una de las estructuras de poder fundamentales de nuestra sociedad es el poder mediático. Esto no significa llegar a la conclusión de que no hay nada que hacer contra ese poder porque tiene una inmensa capacidad de definir los comportamientos políticos y entonces es un leviatán contra el que no se puede luchar. Precisamente asumir la importancia de lo que sucede en los medios de comunicación y del poder mediático como campo de batalla política a lo que nos tiene que llevar no es a la frustración, a concluir que no hay nada que hacer, sino a dar la pelea para equilibrar la correlación de fuerzas en el campo mediático. No comparto de ninguna manera la afirmación de que el poder mediático no se puede transformar. Me parece que plantear que una estructura de poder es inmutable es un argumento reaccionario. Claro que se puede y se debe transformar el poder mediático, igual que se puede y se debe transformar el Estado, el poder económico u otras esferas del poder que nunca diríamos que no se pueden cambiar. Podemos pensar que es difícil, que la mayoría social que no tiene la sartén por el mango siempre lo va a tener más difícil para ganar poder en ese terreno, pero igual que en otros terrenos de los que no nos planteamos que sea imposible. Aquí es igual. La izquierda tiene que asumir, precisamente por la importancia que tiene esa estructura de poder, la necesidad de disputarla. Hay al menos tres tareas que hay que poner sobre la mesa. La primera es situar a los medios de comunicación como un objeto de comunicación política, como un actor político, porque los medios de comunicación no son mensajeros, no son un mediador, como dice la retórica liberal. Son un actor político y un actor oligárquico y, como tal, hay que situarlo en el blanco de la crítica como parte de la izquierda. En segundo lugar, hay que impulsar leyes de medios y la izquierda tiene que dar ese debate, llevarlo al Parlamento y convencer de que es clave democratizar el campo mediático. Cuando hay un monopolio del poder sobre todos los instrumentos mediáticos hay una democracia limitada y por eso hay que impulsar leyes antimonopolio del campo mediático, como por ejemplo ha sido el modelo de los tres tercios en Ecuador o en Argentina: un tercio de medios privados, un tercio de medios públicos y un tercio de medios comunitarios. Al final el derecho a la información no es un derecho de las empresas de comunicación, es un derecho de la ciudadanía. Para que se cumpla el derecho a la información, que forma parte de la esencia misma de la democracia, la ciudadanía tiene que tener derecho también a un espacio en el poder mediático. El poder mediático no puede ser un monopolio de los millonarios, porque si es un monopolio de los millonarios entonces la democracia está truncada. Hay que democratizar el poder mediático con proyectos legislativos. En tercer lugar, la izquierda tiene que construir sus propios instrumentos mediáticos, sus propios medios de comunicación en paralelo a dar esa batalla legislativa. No hay que esperar a que el Parlamento vote a favor de que esto suceda, que también, sino que por el camino hay que construir instrumentos mediáticos lo más poderosos posibles y eso pasa por lo audiovisual. La prensa nunca ha sido un medio de masas, siempre ha sido un medio de élite. La clase trabajadora no lee la prensa, la clase trabajadora ve la televisión o consume productos audiovisuales por internet. Es lo audiovisual el lenguaje de comunicación de masas. Ahí hay que poner una energía militante por parte de las organizaciones que defienden los intereses de la mayoría, porque mientras nuestros adversarios dominen el conjunto de los aparatos mediáticos y de la producción audiovisual lo vamos a tener muy difícil para poder comprometernos con un proyecto de transformación que sea mayoritario.

¿Cómo se puede analizar la radicalización de la derecha con los discursos de odio a los que dan cabida algunos medios de comunicación?

La radicalización de la derecha política está retroalimentada con la radicalización de los discursos de la derecha en el espacio mediático. Hay un libro de una politóloga alemana, Elisabeth Noelle-Neumann, La espiral del silencio: opinión pública: nuestra piel social, que hace una teoría de la opinión pública. Plantea que la opinión pública es aquello que puede ser expresado en público sin temor al rechazo social. La opinión pública no es lo que piensa todo el mundo, porque “lo que piensa todo el mundo” no existe. Hay pocas cosas que todo el mundo comparte y eso en todo caso sería el sentido común. Pero la opinión pública, como concepto sociológico, sería aquello que puede ser expresado en público sin temor a que el grupo te dé la espalda, entendiendo además que el ser humano es un animal social que necesita al grupo y que no puede permitirse que el grupo le dé la espalda. Está estudiado que el ser humano dedica una gran cantidad de energía a testear y percibir cuál es el clima de opinión, qué es lo que opina el resto de las personas, y eso lo tiene en cuenta a la hora de posicionarse y a la hora de emitir sus propias opiniones porque no puede permitirse quedarse solo, por la propia naturaleza social del ser humano. Partiendo de esta idea de la opinión pública hay que entender que la derecha y la ultraderecha, mediante su penetración en los medios de comunicación, mediante la provocación ideológica en los medios de comunicación, ha logrado incorporar en la opinión pública ideas que antes eran inaceptables al ser expresadas en público pero que ahora sí forman parte de la opinión pública. Ideas racistas, machistas y homófobas que hace diez años podrían ser inaceptables o censurables por el grupo si alguien las expresaba, ahora, después de todo ese proceso de penetración ideológica en los grandes medios de comunicación, han pasado a formar parte de la opinión pública, es decir, de aquello que puede ser expresado sin temor al rechazo del grupo. Eso sucede en los medios de comunicación, porque los medios de comunicación son los grandes escaparates de la opinión pública. Se piensa: “si en la televisión escuchamos discursos racistas, ¿por qué no podemos decir esos mismos discursos en la calle?”. Elisabeth Noelle-Neumann estudia la moda también y lo compara porque es un fenómeno similar. Ella plantea que los escaparates de las tiendas definen lo que es la moda, lo que es válido y aceptable vestir, e ir contra la moda tiene un coste social. Esto es lo mismo: los grandes medios de comunicación son los grandes escaparates de la opinión pública que determinan qué ideas se normalizan y, viceversa, cuáles se estigmatizan. Esta es la manera en la que se genera la radicalización del político de derecha en el Estado y la radicalización de los discursos mediáticos. Una cosa es condición de posibilidad de la otra.

¿Cómo recibe la gente lo que haces en La Base, en tu sección, Titulares al banquillo?

La gente rara vez acepta sobre sí misma la conclusión de que es manipulada por los medios de comunicación. Nadie se mira al espejo por la mañana y dice “a mí me están engañando, me están manipulando, lo que yo pienso en realidad no es un resultado de mi propio razonamiento, sino que lo que estoy diciendo es una repetición de lo que se ha dicho en la televisión”. Es difícil que alguien tenga la humildad de pensarse de esa manera a sí mismo, la gente suele pensarse de otra manera. Solemos pensar que somos librepensadores, que llegamos a nuestras propias conclusiones, que escuchamos todo y después valoramos y sopesamos y llegamos a nuestras propias conclusiones. A mí me parece que los seres humanos somos mucho más influenciables de lo que nos pensamos a nosotros mismos y que a veces hay que tener una idea mucho más humilde de uno mismo para poder analizar de dónde vienen las ideas y de dónde vienen las conductas, porque normalmente no es de la propia voluntad libre independiente de todo lo social y del entorno, sino que viene de afuera, de referentes, de lo que se lee, de lo que se escucha, de la familia, de las y los profesores, y de los medios de comunicación y de los grandes aparatos ideológicos. A partir de ahí, sobre Titulares al banquillo, a mí hay mucha gente que desde que escucha el programa me dice que ya no leen los medios igual que antes, que ahora se fijan mucho más en las imágenes, en las fotografías, en los titulares, en los temas que eligen los medios, en las palabras que utilizan. Estoy muy contento de poder contribuir a que exista una mayor formación mediática en la población, en la audiencia que nos escucha. Pienso que en el siglo XXI la formación mediática, la mirada crítica a la hora de leer los medios de comunicación y a la hora de filtrar ese discurso mediático y de entender por qué dicen lo que dicen, por qué eligen esos temas, esos marcos y esas palabras, es la diferencia entre ser un ciudadano y ser un súbdito. La formación mediática en el siglo XXI, en mi opinión, marca la diferencia entre ser un ciudadano y ser un súbdito.

Recomienda un libro sobre este tema

La espiral del silencio: opinión pública: nuestra piel social de Elisabeth Noelle-Neumann.

Ema Zelikovitch (Jerusalén, Israel) es graduada en Filosofía y máster en Liderazgo Democrático y Comunicación Política por la Universidad Complutense de Madrid, España. Actualmente reside en Montevideo, donde se desempeña como comunicadora en la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración y en la Universidad de la República. Es periodista, productora y conductora radial en Radio Pedal. Actualmente cursa la Diplomatura en Comunicación Política en la Universidad Austral de la Provincia de Buenos Aires, Argentina.
Twitter: @EmaZel

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