Pepe, Francisco y la compol

Siempre es un motivo de alegría lanzar una nueva edición de Relato. En nuestras páginas confluyen profesionales de la comunicación política de toda América Latina desde hace ya casi cuatro años (en septiembre estaremos de aniversario).

Hoy queremos saludar a la cuarta generación del Diploma de Comunicación Política de la Universidad Claeh en Uruguay y Relato, que comenzó a tomar clases en el pasado mes de abril. También queremos felicitar a las tres generaciones de egresados, muchos de los cuales han asumido responsabilidades como candidatos, consultores, legisladores, ediles o en diferentes puestos de las administraciones nacionales y departamentales.

Con nuestro equipo regional estamos trabajando también en una nueva edición del Diploma de Comunicación Sindical que comenzará en el mes de julio en la República Dominicana, junto al Defensor del Pueblo del país caribeño.

Además de eso, hay otros cursos de formación que venimos trabajando junto a universidades de la región y también en nuestro campus.

Pero más allá de las novedades que tenemos de nuestro colectivo y queremos compartir con ustedes, esta edición es propicia para compartir una reflexión.

Habitualmente en nuestros editoriales les narramos noticias vinculadas a nuestra revista, a la formación y que atañen al colectivo en particular, pero en esta edición no podemos ser ajenos a un trimestre en el que hemos perdido físicamente a dos personas que han marcado la profesión de la comunicación política y también la historia de la humanidad: el papa Francisco y José Pepe Mujica.

En la segunda edición de Relato, en diciembre de 2021, Hernán Reyes –desde Roma- nos compartía un informe sobre la comunicación del papa Francisco y en esta edición número 16, por primera vez presentamos un texto sobre Pepe Mujica.

Pepe Mujica y el papa Francisco son dos figuras emblemáticas cuya influencia en la comunicación política trasciende fronteras y contextos. Ambos, desde sus respectivos roles —Mujica como expresidente de Uruguay y Francisco como líder de la Iglesia católica—, han revolucionado la forma de conectar con las audiencias mediante estilos auténticos, empáticos y centrados en valores humanos. Su importancia radica en su capacidad para transmitir mensajes profundos con simplicidad, inspirando a millones a través de la coherencia entre sus palabras y sus acciones.

Mujica, conocido por su vida austera y su pasado como guerrillero, redefinió la imagen del político tradicional. Su estilo de comunicación se caracterizó por la autenticidad despojada de lujos y artificios. Su coherencia entre el discurso y su estilo de vida le otorgó una credibilidad excepcional. Sus mensajes, cargados de reflexiones filosóficas sobre el consumismo, la felicidad y la desigualdad, resonaron globalmente.

También el papa Francisco transformó la comunicación desde el Vaticano. Desde su elección en 2013, adoptó un enfoque pastoral que priorizó la cercanía con los más necesitados. Combinó un discurso claro con un tono conciliador. Sus encíclicas abordaron temas globales como el cambio climático y la desigualdad con un lenguaje accesible pero profundo, apelando tanto a católicos como a no creyentes. Fue el primer “papa digital”. Su habilidad para usar las redes sociales y los medios digitales amplificó su mensaje, adaptándose a los nuevos canales de comunicación sin perder su esencia.

Ambos líderes comparten rasgos clave: la humildad, la empatía y la coherencia. Mujica apela desde la política laica, con un enfoque en la justicia social; Francisco, desde la fe, pero con un mensaje universal. Sus estilos, aunque distintos —Mujica más directo y filosófico, Francisco más pastoral y simbólico—, convergen en su capacidad para inspirar cambios de actitud. En un mundo marcado por la desconfianza hacia las instituciones, sus dotes comunicativas demuestran que la autenticidad y los valores éticos pueden movilizar masas.

En conclusión, Mujica y Francisco han redefinido la comunicación política al priorizar la conexión emocional y la credibilidad. Su legado enseña que un mensaje poderoso no requiere grandilocuencia, sino verdad y compromiso con los ideales que defienden. Su influencia perdura como un faro para líderes y ciudadanos en busca de un mundo más justo y humano.

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