Un relato de izquierda para un nuevo sujeto sociopolítico

Por Francisco Córdova Echeverría

Las transformaciones estructurales de la sociedad ocurren en interdependencia con los procesos de subjetivación de los individuos sociales. El nicho vital conformado por la economía, cultura y orden social neoliberal más los nuevos medios de socialización, han conformado un tipo de sujeto para el que se requiere un ajuste discursivo por parte de las izquierdas que se resisten a la idea de una imposibilidad de la superación del capitalismo.

Quienes resistimos a la idea thatcheriana de que no hay alternativa al capitalismo, tenemos miradas sobre el futuro que hoy son imposibles de construir porque para ello se necesita que grandes masas de personas se coordinen sin más coerción que la que le aplica su propia convicción de que, justamente, es eso lo que se debe hacer. Para eso se requiere difundir ampliamente un marco de ideas, un esquema interpretativo lógico que operativice hacia la acción los “input” del mundo para darle previsibilidad, sentido y motivo a lo que acometen las personas en su entorno cotidiano.

Esto dicho, que habita en la esperanza de que toda persona es racional y que entiende y obedece a argumentos lógicos y a la evidencia empírica, se acompaña en igual intensidad por una dimensión que se experimenta en la experiencia de lo emergente en tanto devenir de los acontecimientos. La espontaneidad frente a lo que ocurre, reinado de las emociones y de sus significaciones previas (prejuicios en términos arendtianos[1]), es también base propia de lo que nos constituye. No siempre “pensamos” lo que pensamos y lo que actuamos, nuestros hábitus[2] son fuertes.

Esos reflejos de respuesta de comprensión de las cosas son en gran parte conformados por lo que algunos sociólogos llaman la “internalización de las estructuras sociales”. Construimos nuestra subjetividad con las normas e instituciones del ambiente social en el cual nos desarrollamos desde el momento de nuestro nacimiento hasta nuestra muerte. La sociedad en la que vivimos está tanto dentro como fuera de nosotros.

Así, la socialización primaria (niñez) y la secundaria (adultez)[3], son los modos en que la abstracción del individuo histórico se expresa en su realidad como sujeto social, pues mientras construye su identidad y sus sentidos de vida, actúa en el mundo en el que está inserto participando en su construcción como ser social. El sujeto y su mundo son en esencia una relación, el Ser es un fenómeno relacional. La persona humana es persona porque es una experiencia de Ser socializado y socializante.

Esto dicho me obliga a pensar a que se deben buscar por dos caminos las condiciones para la transformación de la realidad mediante el contagio de ciertas convicciones: buenas razones para tener esas convicciones y en armonía con estas, experiencias de vida significadas (en esas razones) que otorguen sentido a las emociones que se producen. Todas y todos inconscientemente buscamos ordenar el mundo para poder procesarlo, lo justificamos, tenemos un relato del por qué las cosas son como son o por qué no lo son, incluyéndonos.

El “sector” de la izquierda encontró sus razones argumentativas en las ciencias sociales de Marx y Engels (entre otras y otros referentes intelectuales) y por otra parte, encontró las bases de esas razones en la experiencia de vida mediante identificaciones universales coherentes con su realidad inmediata que permitía crear categorías que ejercían como identidades: clase trabajadora, proletariado, campesinado, mundo obrero, etc. Las experiencias de los sujetos sociales del siglo XX generaron pasiones que se comprendieron y tomaron cuerpo de relato en ser parte de “algo más”, ese algo más allá de mí que me constituye la identidad política.

Hasta la segunda mitad del siglo XX, los sujetos políticos estaban asociados en gran parte a los partidos de masas y a las identidades universales que emanaban del orden capitalista. Pero una vez expandido salvajemente el neoliberalismo en Latinoamérica a sangre y fuego, sacrificando democracias y vidas humanas, en los 90 surgen movimientos de resistencias a las distintas políticas neoliberales que comenzaron a implantarse en sendas dictaduras en el último tercio del siglo XX. Los movimientos estudiantiles, pueblos originarios, los sin tierra, sindicalistas, etc., toman protagonismo. La investigadora argentina, Maristella Svampa, afirma que ante la reprimarización de la economía latinoamericana a partir de los 80 – 90 del siglo pasado, que conllevó a la expansión de las fronteras extractivistas, surgen además una serie de movimientos por la defensa de los territorios y del medio ambiente[4].

Así entramos al siglo XXI con la experiencia histórica acumulada de los movimientos sociales “tradicionales” y con el auge de los movimientos ambientalistas y de pueblos originarios. Pero este siglo prontamente nos muestra sus particularidades. La seguidilla de crisis económicas, la precarización de la vida en general, la uberización del trabajo, la elitización y corrupción de los partidos (que se traduce en desconfianza con “la política y los políticos”), el realismo capitalista que devoró a las izquierdas atrapadas, muchas de ellas, en un discurso correctivo progresista, el debilitamiento o incluso caídas de las instituciones modernas, se ensamblan históricamente con la expansión del internet, las tecnologías de la conectividad, las inteligencias artificiales, las plataformas o redes sociales, el big data, el machine learning, los medios alternativos, los influencers, la posverdad, el capitalismo de la vigilancia, la gubernamentalidad algorítmica, etc.

Este ensamblaje entre el despliegue del neoliberalismo en todas las dimensiones de nuestras vidas y las nuevas tecnologías de la socialización (prefiero decirle así antes que tecnologías de la comunicación), dan cuenta de un nuevo sujeto político al que se le pueden distinguir ciertas características. Svampa expone que son actores sociales que tienen una narrativa autonomista, que su experiencia de vida y subjetividad son preponderantes en sus convicciones y valores, desconfían de los partidos políticos y de las instituciones en general, tienen prácticas de horizontalidad y frecuentan el acuerdo por consenso, pertenecen a múltiples identidades, mueven la comunicación alternativa y se vinculan por relaciones de afinidad y solidaridad.

Benjamín Arditi[5] expone que entre la realidad del mundo físico y la realidad del mundo virtual, se genera un espacio multimodal, por donde se mueve una nueva forma de ser y estar juntos mediante una conectividad viral, rizomática. A lo anterior a lo descrito por Svampa, Arditi agrega que además estos sujetos (los alteractivistas de Goeffrey Pleyers[6]), ponen en práctica sus convicciones en la vida diaria, son activistas de tiempo completo; una fusión entre el activismo, la identidad mediante la experiencia vivida y una forma de vida coherente con ello.

Las olas de movimientos sociales durante las primeras dos décadas del siglo presente estallaron y se desbordaron por fuera de cualquier conducción de los partidos políticos, pues este nuevo sujeto desconfiado de las instituciones modernas y sus liderazgos, que practica otras formas de relaciones democráticas más autónomas y horizontales, que además desarrolla nuevas formas de relaciones sociales y de construcción de subjetividades mediadas por la tecnología y la virtualidad, expresa su adhesión política ya no bajo los grandes relatos universales, sino mediante su nómade sentir subjetivo según el presente contextualizado mediante estímulos algorítmicos entremezclados con su altamente conectada y estimulada experiencia de vida.

El sociólogo Vincenzo Susca[7] afirma que “la demanda latente que expresa la cultura digital y la duda que debe colarse en las clases políticas, son las siguientes: ¿hasta qué punto todavía es posible orientar a las multitudes y sus tribus? ¿Cómo podemos pensar y actuar sobre el poder de representar lo irrepresentable?”

Mucho ya se ha escrito y bastante bien de cómo las derechas más radicalizadas mediante mecanismos discursivos populistas han logrado cosechar electoralmente la decepción, sino la rabia, de ciertos sectores poblacionales que han sufrido la precarización económica/laboral o al menos la pérdida de privilegios de clase, de sexo y de raza. Los culpables apuntados en general son “los políticos corruptos”, los inmigrantes y algunos otros grupos de la sociedad como los homosexuales, las feministas, los ecologistas y todos aquellos que han venido a alterar el “orden natural de las cosas”. Hay un éxito en estas derechas que logran conectar con emociones generalizadas (las pasiones tristes que nos describe muy bien Dubet[8]) y le dan un relato que ordena el mundo y explica el porqué de las injusticia que sufre y quiénes serían los responsables de ello.

Como he venido trabajando en otros textos para Relato, la comunicación política de las izquierdas ha sufrido un desplazamiento que se ha llenado de identidades en tanto luchas de igualdad de derechos y oportunidades, mientras que al mismo tiempo se ha vaciado de principios universales y propuestas estructurales en materia de lo económico y propiedad.

En palabras de Chantal Mouffe[9]: “El ‘significante’ socialismo ha perdido, por múltiples razones el poder movilizador que supo tener en el pasado en nuestras sociedades […] Las urgencias de todas estas diferentes movilizaciones estaban relacionadas con la justicia social y con la igualdad, pero no formularon demandas en un vocabulario socialista con el cual no se identificaban. Un proyecto político debe dirigirse a la gente sobre la base de sus experiencias vividas y sus aspiraciones concretas […] y la retórica anticapitalista abstracta no logrará encontrar eco en muchos de los grupos cuyos intereses (los radicalizados) pretenden representar”.

El cambio de narrativa de las izquierdas entonces claramente requiere de una transformación que represente un ajuste en los diagnósticos y una actualización en los cómo y los para dónde, en relación a las formas simbólicas y de comunicación que hoy operan en las conexiones de socialización.

Como decía al comienzo, las razones y la significación de las experiencias de vida en coherencia con las razones, son los ámbitos que en un gran primer paso nos permitirían ordenar en parte la desorientación ideológica y de proyecto que muchas izquierdas padecen, pues lo que es llamado progresismo puede incluso ser abrazado por parte de derechas liberales en tanto lo económico como en lo social/moral, sino cómo olvidar que el proyecto de matrimonio igualitario en Chile se impulsó bajo el gobierno del magnate de derecha Sebastián Piñera.

Latinoamérica luego de las implementaciones de políticas neoliberales sufrió una amplia ola de protestas que derivaron en un ciclo de gobiernos progresistas (algunos populistas) como: Hugo Chávez, Lula da Silva, Evo Morales, Pepe Mujica, el matrimonio Kirchner, Michelle Bachelet, etc., para experimentar un reflujo de derechas: Jair Bolsonaro, el rechazo de la nueva constitución en Chile, Javier Milei, Dilma Boluarte y Santiago Peña (aunque estos dos últimos los trataría en una categoría diferente). En todo este pendular, la democracia ha perdido adhesión, las líneas de contrapesos republicanos han intentado hacerse más difusas, el iliberalismo no causa mucha resistencia social, el lenguaje político se ha vuelto más excluyente y violento, y lo que es peor, es una fórmula que no pierde eficiencia electoral. Si no ganan el Ejecutivo, crecen en los cargos más locales o incluso obtienen mayorías en el Legislativo.

Asumo que las y los seres humanos sometidos a un nicho ecológico neoliberal y tecnológico, internalizarán esos valores, principios y maneras de socialización como formas de vida. Las resistencias a estas estructuras establecidas ya no están desarrollándose por dentro colectividades de tipos universales e institucionales, sino más bien en tribus de identidades de sujetos autónomos y nómades, que se agrupan por afectividades y no por razones lógicas desligadas de su experiencia inmediata. No es que no haya resistencia al capitalismo, sino que esta está atomizada, licuada, en forma de rizoma y con enlaces débiles.

El mayor desafío para la comunicación política de las izquierdas que no desean abandonar la idea de la superación del capitalismo, entonces, es coordinar sus razones con las experiencias cotidianas actuales de sujetos neoliberalizados, pero que no por ello han perdido cierta capacidad de oponerse a formas de vida competitiva, depredadora y deshumanizante del ahora tecnocapitalismo.

Francisco Córdova Echeverría (Chile) es magíster en dirección y liderazgo para la gestión educativa. Diplomado en Filosofía, Sociedad y Cultura. Cirujano Dentista de la Universidad de Concepción. Actualmente estudiante de Ciencia Política y Sociología en la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. Ayudante en cátedras de Comunicación Política en facultades de Ciencia Política y Comunicación Social. Ha sido dirigente social y político en Chile. X: @FCordovaE / Instagram: @depresivoOptimista


[1] Arendt, Hannah. ¿Qué es la política? (2019). Editorial Ariel.

[2] Bourdieu, Pierre. La distinción: Criterio y bases sociales del juicio (1979).

[3] Berger y Luckmann. La construcción social de la realidad (2021). Editorial Amorrortu.

[4] Svampa, Maristella. Movimientos Sociales, matrices sociopolíticos y nuevos escenarios en América Latina. Working Papers n°1. 2010.

[5] Arditi, Benjamín. La política distribuida de los rebeldes del presente: la acción en la era de la Web 2.0. Documento realizado dentro del marco del proyecto PAPIIT IN 308313 Política viral y redes: invención y experimentación desde el Magreb al #Yosoy132. UNAM.

[6] Pleyers, Geoffrey. Movimientos sociales del siglo XXI (2019). CLACSO.

[7] Susca, Vincenzo. Afinidades Conectivas. Sociología de la cultura digital (2021). Editorial Prometeo.

[8] Dubet, Francois. La época de las pasiones tristes. De cómo este mundo desigual lleva a la frustración y el resentimiento, y desalienta la lucha por una sociedad mejor (2021). Editorial Siglo XXI.

[9] Mouffe, Chantal. El poder de los afectos en política. Hacia una evolución democrática y verde (2023). Editorial Siglo XXI.

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