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Verdades y mitos del comportamiento electoral

Por Federico Irazabal

La explicación de por qué los electores toman determinadas decisiones, o se comportan de una manera es un tema constante a lo largo de la historia de la Ciencia Política y los estudios sobre campañas electorales.

Quiénes votan, cuáles son las motivaciones por las que resuelven participar, qué elementos sociodemográficos o culturales guían sus preferencias, son algunas de las interrogantes que diversas disciplinas y corrientes se han propuesto responder.

Podríamos dividir los principales aportes de quienes intentaron explicar los disparadores de la participación electoral, o del sentido de la misma en tres grupos.

En primer lugar, podemos señalar aquellos autores y estudios que asignan importancia a la configuración del régimen electoral y del sistema de partidos. Para estos autores, por ejemplo, la existencia de un régimen de doble vuelta electoral para la elección del presidente, o la existencia de un umbral de representación parlamentaria inciden en la decisión de los electores por determinadas opciones. En el caso de una elección a dos vueltas, los electores pueden tener la posibilidad de expresar su verdadera preferencia en primera vuelta, aún sabiendo que no resultará en un candidato triunfador, porque después podrían decidir en el balotaje. Si un partido requiere de un mínimo de cinco puntos porcentuales para acceder al parlamento, determinados electores pueden verse incentivados a optar por partidos que consideran que sí pasarán ese umbral, de manera de no desperdiciar su voto. Todas estas combinaciones y reglas electorales que incentivan o no el razonamiento del votante y la asignación de valor del voto van por la línea de lo que Duverger denominó efecto mecánico y efecto psicológico, para señalar el impacto que los sistemas mayoritarios tienen sobre los partidos más pequeños, y al razonamiento que los electores hacen, procurando no desperdiciar su voto, respectivamente.

El segundo grupo está representado por estudios que vinculan la pertenencia a clase social, religión, y otras variables sociodemográficas, a la preferencia por determinadas opciones políticas. Trabajos fundamentales como The People´s Choice de Lazarsfeld, Berelson y Gaudet, de 1944, y Voting, de Berelson, Lazarsfeld y Mc Phee, de 1954 sentaron las bases de la denominada Escuela de Columbia, que resultara fundamental en los estudios de comportamiento electoral en los Estados Unidos.

Finalmente, un tercer grupo está representado por corrientes más vinculadas a la psicología y los estudios sobre la opinión pública. Este enfoque también dio lugar a la generación de una escuela, denominada de Michigan por su vinculación con dicha universidad. La definición del voto, en este caso, está vinculada no a posiciones sociales sino a elementos actitudinales y motivaciones de los electores.

De este último grupo surgen dos efectos señalados por diferentes estudios y autores que trabajan la relación entre la opinión pública y el comportamiento electoral, que son el llamado efecto bandwagon y efecto underdog, y constituyen una suerte de leyenda dentro de los estudios de comportamiento electoral y comunicación política.

El efecto bandwagon refiere a la opción por determinadas actitudes de acuerdo con una expectativa de o que hace la mayoría. Apelando al sentido gregario del ser humano, se estima que los individuos tienden a identificarse con lo que la mayoría hace. Así, la difusión de datos de encuestas, donde claramente se posiciona una opción ganadora, tendrían una suerte de efecto arrastre, sobre todo de electores indecisos o no necesariamente polarizados respecto de esa opción, que tenderían a no querer desentonar, modificando su preferencia inicial, o eligiendo esa en caso de no contar con una previa. El término bandwagon refiere a las formaciones de ferrocarril con las que se hacía campaña durante los siglos XIX y XX, y que llevaban al candidato en el vagón de cola, al que todos los asistentes a los mítines perseguían, queriendo alcanzar a ese candidato para saludarlo, estrechar su mano, etc. Esa idea de subirse al vagón, o al carro ganador puede tener un efecto no deseado, que es instalar una sensación de triunfo sobredimensionada, activando el segundo de los efectos que quiero presentar.

Ese efecto es el conocido como underdog, que genera un sentimiento de solidaridad y empatía hacia opciones consideradas más débiles o menospreciadas por la mayoría. Estos comportamientos de solidaridad y defensa del débil llevan muchas veces, en oposición a quienes se dejan llevar por el efecto bandwagon, a reacciones silenciosas o subdeclaración del voto, generando muchas veces sorpresa en los resultados electorales.

Ambos efectos están claramente determinados por el impacto de los medios de comunicación y la divulgación de resultados de estudios de opinión pública. Por ello, hay que estar muy atentos a la filtración de información falsa, o a la denominada guerra de encuestas, donde un candidato se esfuerza por aparecer siempre como encabezando las preferencias de los sondeos electorales, buscando con eso un posicionamiento como ganador.

Lo único concreto de ambos efectos es la dificultad de probar su verdadera incidencia y magnitud en el comportamiento electoral. Por el lado del efecto underdog, ya comentamos que generalmente son electores que tienden a no expresar su preferencia en un grado significativo. Por su parte, aquellos que “sufren” el efecto bandwagon no siempre son conscientes de ese impacto y difícilmente admitan que su preferencia se basa en una imitación de comportamiento mayoritario.

Federico Irazabal (Uruguay) es sociólogo; consultor en comunicación política; especialista en opinión pública, sistemas electorales y planificación de campañas. Consultor del programa Partidos Políticos y Democracia en América Latina (Konrad Adenauer Stiftung). Participó en procesos electorales y de capacitación en Uruguay, México, Chile y Panamá.

Twitter: @fede_irazabal

Instagram: @fede_irazabal

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