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Las plataformas y el riesgo del discurso único neoliberal

Por Luis Lazzaro

La comunicación, como proceso social inherente a la dimensión humana de la vida, y la comunicación política, como insumo central para la generación de opinión pública en la democracia, están siendo interpelados por un modelo de producción que despojó a la información de su significado y lo convirtió en procedimiento técnico de capitalización de las conductas personales. Esa reconfiguración del capitalismo postindustrial hacia la economía de plataformas conlleva una pérdida de la soberanía personal en cuanto a las identidades culturales y políticas, así como la ausencia de jurisdicción –y poder– estatal para fijar regulaciones.

Este reordenamiento ganó centralidad con la pandemia de la Covid-19 en 2020, cuando se introdujo la mediación tecnológica como nueva articuladora del trabajo, la educación, las relaciones sociales y el entretenimiento. Desde entonces, la gestión de la vida, el acceso a la información y la cultura se desplazan de manera imperceptible hacia mediaciones automatizadas que cada vez más condicionan –o interfieren– el pensamiento y nos anticipan respuestas surgidas de una lecturade nuestra huella digital.

Las plataformas se vuelven dominantes no por lo que poseen en forma tangible, sino por la dinámica que crean conectando a los usuarios. “No son dueñas de los medios de producción como eran los monopolios de la Revolución Industrial. En cambio, son propietarias de los medios de conexión”, dice Suazo (2018). Las plataformas de hoy se basan más en la participación que en la propiedad y dominan porque los usuarios las elegimos. Al hacerlo, alimentamos el circuito. La minería de datos y la automatización de los procesos, están consolidando ese nuevo ecosistema.

El actual no es un escenario ajeno a las lógicas de concentración que caracterizaron el ciclo neoliberal de los años 90, pero funciona en una escala exponencialmente superior: sus mercados se expanden sin fronteras ni obligaciones regulatorias, posibilitando la fuga de divisas en forma directa desde el consumo doméstico, cada vez más predictivo para los operadores.

Sabemos que el uso de datos personales de 50 millones de británicos procesados por AggregateIQ (AIQ) –de Cambridge Analityca– incidieron en el referéndum de 2016 inclinando la decisión final -por un exiguo 2%- a favor del Brexit. Luego, el uso encubierto de un simple test de personalidad en 78 millones de usuarios de Facebook en Estados Unidos terció en las elecciones presidenciales que ganó Donald Trump por escaso margen en 2016. La empresa informática reconoció también ante el parlamento inglés, haber participado en los comicios argentinos de 2015, donde Mauricio Macri se impuso por algo más del 1,5% de los votos.

En la Argentina, la concentración multimedia clásica se continuó en los nuevos monopolios de conectividad y paquetes de servicios cruzados de comunicaciones. El ciclo neoliberal 2015-2019 permitió que “cuatro empresas acumulen el 80% de las conexiones de banda ancha fija, aunque uno solo de ellos –grupo Clarín– concentró el 46% de los accesos. Le siguen Movistar (Telefónica de España) Telecentro y Grupo Supercanal, según CABASE[i]”. De acuerdo con la misma fuente, la red social Facebook fue la principal plataforma de acceso a las noticias en 2020 (65%), seguida de WhatsApp (38%), YouTube (26%), Instagram (23%), Twitter (14%) y Facebook Messenger (10%).

La confluencia de los emporios mediáticos con el mundo digital creó un verdadero polo dominante en el sector info-comunicacional en Argentina. Las empresas con poder editorial hegemónico también gestionan “medios de conexión” en el nuevo sistema. Desde allí potencian la narrativa conservadora mediante la descalificación sistemática de lo estatal, el menosprecio de la política –señalada como refugio de una casta–, o las prácticas discriminatorias de todo tipo, incluyendo el uso sesgado de redes, que tironean claramente hacia la derecha la circulación de sentido.

Compartir una noticia es hoy más importante que consumirla; y esa dinámica es propia del algoritmo, ese jerarquizador matemático de la información, que nos propone “encerrarnos en todo aquello que nos gusta que nos cuenten”, dice Verdú, en un crítico análisis publicado en El País[ii]. Según Chul-Han (2022) “el ser humano pierde su autonomía a manos de decisiones algorítmicas que no puede comprender”. La circulación de sentido se impone hoy más desde los memes, los emojis o los clips que desde la argumentación.

Las redes dominan el flujo informativo. Según el Observatorio de Medios & Entretenimiento de la UADE, siete de cada diez jóvenes argentinos acceden vía streaming al consumo audiovisual. Una encuesta[iii] (2022) mostró que el 85% navega en sus smartphones o tabletas para acceder a contenidos (Netflix, Disney+, Amazon Prime Video, HBO Max, Star +, Cinear, Apple TV, Pluto Tv y Qubit, en ese orden) mientras que el restante 15% se reparte entre la TV abierta o cable. Según el Observatorio Audiovisual del INCAA, el 85% de esos consumos digitales en hogares fueron importados desde los Estados Unidos con un costo de U$S 340 millones en 2021.

La utopía fundacional de internet deja rápidamente lugar a la evidencia de nuevas restricciones a la libre circulación de ideas y opiniones. Según estudios publicados por OBSERVACOM[iv], el 96,3% de los millones de búsquedas realizadas en Sudamérica en agosto de 2022 ocurrieron en Google, siendo que un 28% de los usuarios se quedó con el primer resultado. Son prácticas que están minando los fundamentos mismos de lo público, los procesos de deliberación y de crítica, al tiempo que crean la ilusión de un proceso sin interpretación ni jerarquía. Según López[v] (2003) se “fortalece la creencia en que el individuo puede comunicarse prescindiendo de toda mediación social, y se acrecienta la desconfianza hacia cualquier figura de delegación y representación”.

Estas reglas de juego cancelan el debate democrático y lo reemplazan por el impacto emocional de falsas noticias, discursos de odio, desinformación y otras prácticas que cercenan la discusión en que debe apoyarse la democracia. El riesgo de divorcio con la realidad quedó de manifiesto con los recientes atentados antidemocráticos en Argentina, encabezados por el intento de magnicidio contra la vicepresidenta Cristina Kirchner: pese a lo abrumador de los hechos, el grueso de los encuestados consideró que se trató de “un invento kirchnerista”.

Las dificultades de la comunicación son más que evidentes y será difícil abordar escenarios favorables para el posicionamiento y la gestión de proyectos inclusivos y democráticos a menos que el orden actual entre en un profundo replanteo.

Luis Lazzaro (Argentina) es magíster en Educación, Lenguajes y Medios (UNSAM). Docente de Derecho de la Comunicación y Convergencia Digital en Medios (UNDAV-UNM).

Correo electrónico: luislazzaro@hotmail.com


1 Observacom. Citado por Piazza, Andrés y otros en ¿Hay concentración en Internet en América Latina?

 El caso Argentina. (Febrero de 2021)

[ii] 2Verdú, Daniel, Esta historia nunca será viral, en El País, 7/2/2015

[iii] Respighi E. en Página 12: La generación stream: el consumo audiovisual de los “millenials”

https://www.pagina12.com.ar/441755-la-generacion-stream-el-consumo-audiovisual-de-los-millenial?

[iv] Pérez Bertrán, Martínez Elebi. Moderación privada en Internet y su impacto en el periodismo. Observacom. Octubre 2022.

[v]López, Guilebaldo. La Utopía de la Comunicación, entre las Fronteras de la Sociedad de la Información y la Comunidad de Comunicación. Octubre 2003.

Suazo, Natalia. Los dueños de Internet. Debate. Bs. As. 2018.

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