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Vitale: “La comunicación política es un buen cuadrilátero de disputas de ansiedades”

El relato es una decisión política, no aparece por generación espontánea. El relato, como un paraguas, como una película, puede abrazar formas distintas de narrar. Para que eso sea posible hay que definir y construir un lenguaje común: identificar quiénes lo construyen, cómo, desde dónde y para qué. 

Por Ema Zelikovitch

Angélica Vitale Parra es feminista, licenciada en Sociología, diplomada en Educación, imágenes y medios por Flacso (Argentina), candidata a doctora por la Universidad de Alicante (España), del Programa Bienestar Social y Desigualdades. Cuenta con la totalidad de los cursos de la Maestría en Filosofía y Sociedad de la Universidad de la República (Uruguay). Es experta en comunicación institucional, género y violencia institucional. Dirigió equipos de comunicación en instituciones del Estado y organizaciones de la sociedad civil, coordinó campañas y estrategias de comunicación en estos y otros ámbitos incorporando la perspectiva de género.

¿Qué es para ti la comunicación política? 

Hoy no hay la posibilidad de pensar la política sin pensar la comunicación política. Es algo tan central como eso. Durante mucho tiempo la comunicación, y de hecho en la práctica, en muchas instituciones y en algunas campañas, la comunicación se pensó y se produjo como una cuestión instrumental de la política. Esa concepción producía esta práctica: “la comunicación transfiere contenidos que la política define”. De un tiempo a esta parte, por muchas razones, se ha podido salir de esa idea –hay formación sobre estos temas, hay un mayor desarrollo institucional de comunicación en el Estado y otras instituciones–, entonces, la comunicación política se ha repensado a la luz de nuevos paradigmas y esto necesariamente ha hecho revisar las prácticas de la profesión. 

Sobre comunicación política, como entre otros tantos temas, hay mucha gente que sabe, sin embargo, todavía no hay tanta gente que haya pasado por situaciones concretas de estar en ámbitos de toma de decisiones sobre comunicación política y menos sobre comunicación de política institucional, y eso es un dato, porque creo que la comunicación política, me podrán decir como en casi todos los temas, se puede conceptualizar pero se termina de conceptualizar en la práctica, porque en realidad la comunicación política es fundamentalmente praxis política, con un marco teórico de referencia. 

Los contextos y las realidades desde donde se tramita la comunicación tienen un peso significativo en la toma de decisiones comunicacionales, sobre todo en tiempos donde el vértigo que signa la época que vivimos, tensa de forma permanente los tiempos de las decisiones. Te podría decir que la comunicación política es un buen cuadrilátero de disputas de ansiedades y este no es un dato menor, porque para hacer buena comunicación hay que tener un ojo siempre puesto en la ecuación de las emociones que atraviesan los ámbitos –políticos u organizacionales– desde donde se comunica.

La otra cuestión que me parece fundamental de la comunicación política es que permite rescatar la ideología como dimensión de la política. Por lo menos hay una vertiente académica que rescata la ideología como una dimensión importante y, sobre todo, toma a la ideología como una dimensión sustantiva y no como un adjetivo descalificante. Si la comunicación política logra darle a la ideología un papel para la comprensión y la interpretación de los contextos logrará un abordaje de mayor calado. Estoy convencida de que es por ahí por donde se tiene que ir, pero esta es una convicción personal más amplia, que incluye a la comunicación, pero la trasciende en mucho.

Con los conceptos –con el de ideología también– pasa como con casi todo: hay conceptos que toman auge y otros que, en determinado momento, se entienden que son vetustos y se dejan de usar cuando en realidad no han perdido su potencia explicativa e interpretativa. Eso no es una cuestión de modas, es una cuestión de disputas discursivas, con “la idea de ideología” –y uso esa redundancia a propósito– pasa eso.

Hay algunos abordajes y reflexiones sobre la práctica que permiten que hoy a la comunicación la podemos entender como algo más que una cuestión instrumental de la política y algo más complejo que una serie de dispositivos técnicos. La comunicación política exige entender el humor social, el humor institucional.

¿Cómo es la cultura de la comunicación política en las instituciones públicas de Uruguay?

En primer lugar, las instituciones son muy heterogéneas en cuanto al desarrollo de la comunicación institucional. En segundo lugar, en los últimos tiempos, hay una identificación clara de que la comunicación es importante pero no todo el mundo sabe qué hacer con eso. En tercer lugar, la comunicación política institucional no debería distar mucho de lo que una institución quiere decir de sí misma y quiere contar a los demás, y también de cuánto está dispuesta a escuchar de los demás para tomar algunas decisiones. También hay algunas confusiones que dificultan los análisis sobre la comunicación. Cuando la gente dice “no se comunica bien” lo que muchas veces hay es un traspaso analítico de la política y la gestión a los aspectos específicos de la comunicación. Lo que quiero decir con esto es que la comunicación no puede sustituir ni el papel de la política ni el papel de la gestión y, por tanto, que la comunicación no puede revertir –por lo menos de una forma sostenida y verosímil– lo que no puede revertir un mala gestión o definiciones políticas desacertadas. En todo caso se pueden producir destellos de marketing pero no puede haber una comunicación “exitosa” (aunque ahí me meto en otro berenjenal que habría que problematizar), porque de la misma manera que una mala comunicación puede deteriorar aún más una mala gestión, no necesariamente una buena comunicación es capaz de revertir, a nivel de la opinión pública, una mala gestión. 

Hay que decir que hay mucha fantasía con esto de “la comunicación” y muchas veces, cuando se empieza a hacer agua políticamente o a nivel de la gestión, se quiere solucionar con la comunicación lo que no se pudo solucionar en esos otros planos, y eso es un espejismo. Quizás lo que sí puede hacer la comunicación frente a una mala gestión es advertir o blindar de cometer errores peores, pero no puede sustituir los malos pasos, porque entre otras cosas, uno de los principios más importantes de la comunicación política es que se tiene que parecer bastante a la realidad que vos querés comunicar. Si no se termina transformando en una caricatura, en un gesto de marketing, cuando en lo que tenemos que pensar –y esto da para una conversación aparte– es en ciudadanas y ciudadanos que necesitan información de calidad para tomar decisiones y ser personas plenas, y no en meros consumidores de oferta electoral. Es discutible también porque obviamente los ciudadanos nos hemos vuelto consumidores de la política en el sentido más mercantil pero hay un componente ciudadano que tiene que ver con los derechos y con las subjetividades que se sigue distanciando de las cuestiones estrictamente comerciales. En todo caso, quienes nos dedicamos a la comunicación lo que podemos hacer es dar pautas y pistas, poner sobre la mesa otros aspectos a tener en cuenta y, sobre todo, participar de las discusiones de fondo para poder hacer algo de todo esto. 

Si tenés buenas definiciones políticas y de rumbo y tenés un buen planteo estratégico, la comunicación puede jugar un papel hiperrelevante.  

Hay un tema sobre el que todo el mundo habla, sea o no del ámbito de la comunicación, que es sobre “la construcción del relato”. Este es un concepto importante y muy útil para resumir un montón de cosas, pero es un concepto que también se ha vaciado mucho y se usa con significados y sentido muy distintos e incluso equívocos. Por ejemplo, en los períodos de gobierno del Frente Amplio mucha gente de izquierda criticó la comunicación política que se llevó adelante y llegó a esgrimirse como una de las razones de la pérdida del gobierno bajo el enunciado “la gente no se enteró de lo que hacíamos”, y creo que ahí hay varios enunciados falsos. En primer lugar, creo que cuando se dice esto hay una hiperinflación de lo que la comunicación puede explicar acerca de comportamientos humanos complejos que tienen que ver con qué cosas pongo en mi menú para decidir lo que decido y para armar mis ideas y juicios sobre las cosas.

En segundo lugar, creo que otra opinión habitual es pensar que comunicar bien es atosigar con información y estoy convencida que ahí anida un error, otra falacia. Hay mucho escrito de por qué pensar eso es por lo menos una verdad a medias. No necesariamente un mayor flujo de información garantiza que las personas recepcionemos o procesemos lo que se nos quiere contar. Hay un volumen tan impresionante de información circulando sobre los más diversos temas que pensar que las personas estamos allí, como en un juego de estatuas, ajenas al ametrallamiento constante de estímulos y que nos activamos cuando recibimos “el mensaje” (ese que yo como ejecutor de la comunicación quiero dar) es de un simplismo insostenible. Me parece que pararse ahí es presumir de que la gente va a pensar en función de lo que yo le diga y que componentes de su vida, de su trayecto vital, intereses y prejuicios no juegan a la hora de formar opinión. La cuestión de construir un relato, de transmitir un conjunto de ideas generales, no tiene que ver con la sumatoria de información. Creo que la construcción de un relato es otra cosa: es construir cuatro o cinco ideas básicas que tienen que ver con un modelo político y con la filosofía, con la ideología y con la forma en cómo vas a implementar algunas cosas centrales de la política. Un relato es como un gran paraguas. Un relato político no tiene un nivel de detalle sobre cada una de las políticas sectoriales, se arma en base a tres o cuatro ideas fuerza que engloban una visión de país y del mundo, que deben ser claras respecto de en quién estás pensando cuando hacés política y en “dos o tres” decisiones que vas a tomar frente a las disyuntivas más sustantivas que presenta la política. Ese es el relato político. Las dos o tres grandes ideas acompañadas de otros ingredientes muy importantes como la mística, un humor, un estado del alma colectivo y de un sistema de valores que te interesa promover, que también es una cosa de la que la derecha se ha apropiado y que la izquierda ha tenido mucho prejuicio en abordar. 

En eso la batalla la ha ganado esa máxima tan conservadora de “se han perdido los valores” cuando en realidad la visión de izquierda perfectamente podría capitalizar haber promovido algunos valores como la no violencia, el respeto a los derechos de las personas, de la diversidad, los valores de la solidaridad y de lo colectivo. El discurso sobre los valores siempre ha estado muy asociado a la narrativa conservadora, también a la visión de la izquierda conservadora –que obviamente existe– pero creo que en la construcción de un relato esa dimensión tiene que estar (mejor dicho, está) aunque sea por ausencia. Ahí se te abre otra nueva cuestión, y es que para “hacerte” de esas cosas la comunicación y la política tienen que estar en la misma conversación y eso debe estar en diálogo estrecho y permanente con la gente, la de a pie. Si eso no ocurre, el relato puede estar “muy bien construido técnicamente” pero es muy probable que la gente no tenga ningún grado de identificación con eso. 

Es un ejercicio precioso pensar en estas cosas, porque hablar de relato político te exige pensar en cuestiones profundas de la política y también te exige pensar mucho en las palabras, en los conceptos, en el sentido de lo que se dice y el calado político de lo discursivo, en los sistemas de expectativas, en la construcción de subjetividades, en el valor de la política como herramienta emancipadora.  

Volviendo a la palabra (relato), hay como oleadas conceptuales; por ejemplo, en los últimos tiempos se habla mucho de empatía. Esto ya venía, pero se disparó en la pandemia. Ya sabemos, la empatía trata de ponerse en el lugar del otro y suena muy bien, pero me gusta pensar lo siguiente: cuando hablamos de esto, por ejemplo de empatía, ¿de qué estamos dejando de hablar? Estamos dejando de usar otras palabras, en este caso, por ejemplo de solidaridad, y esto tiene sentidos distintos pero también configuran cuestiones distintas. La solidaridad está mucho más vinculada como principio y como valor a las cuestiones que tienen que ver con la justicia, y la empatía está mucho más vinculada a las cuestiones de las decisiones personales.

Entonces, el conglomerado de conceptos que aparecen y que han permeado las narrativas, hacen que también las conversaciones públicas y políticas empiecen a estar colonizadas por determinados conceptos y que otros conceptos se manden al trastero. Algunos se ponen en desuso, otros se dejan en espera y a otros se les empieza a atacar por molestos. 

Pensemos en palabras como imperialismo y colonización, aparecen como conceptos viejos –y seguro que esas palabras que definían una realidad hoy están necesitando de otras explicaciones o que haya que enriquecer las interpretaciones buscando nuevas palabras– pero eso no quiere decir que las cuestiones centrales que definían ese concepto hayan desaparecido. No nombrar o denostar un concepto obtura una realidad y también una posibilidad. Y de todas estas cosas se debería hablar cuando hablamos de la construcción de un relato político.

Después, para que un relato se consolide y pueda ser “apropiado” por los distintos sectores sociales, además de su verosimilitud, tienen que aparecer narrativas particulares sobre distintas cosas: si es desde el Estado debería surgir desde las políticas sectoriales, y si es desde un partido político debería surgir del programa electoral o del programa de gobierno. Antes usamos la metáfora del paraguas, pero un paraguas no se abre si no tiene muchos rayos que lo sostengan, que le den soporte. Esas narrativas son los rayos del relato general.

Esto que estoy diciendo no ocurre por generación espontánea, hay que definirlo y construirlo. Para eso es necesario conocer el proyecto político y sus lineamientos, las definiciones, hacia dónde se quiere ir, cuáles son los problemas, las mayores debilidades y cómo se van a transmitir las debilidades. Eso es muy importante porque me parece un error pensar que la comunicación tiene que solo contar. Por supuesto que hay que transmitir logros, pero eso es tan importante como saber transmitir los problemas y las dificultades. A todos nos pasa que cuando entendemos, cuando tenemos elementos para saber por qué algo no sucede, nuestros juicios son distintos.

A mi entender, esas son las cosas que quienes trabajan en comunicación política –no en marketing político, que es pariente pero no es lo mismo– tienen que pensar, remover, para que eso que se llama relato empiece a “aparecer”, como quien trabaja en fotografía y empieza a revelar. 

¿Qué debería hacer entonces un equipo de comunicación política? Creo que tiene que haber un buen revelado y tiene que mostrar una película y una foto. Estamos todos muy preocupados por la foto, por el impacto, pero quienes saben de fotografía saben que la foto también tiene un proceso, una composición, una luz, un encuadre, la foto no es solo resultado. Pero también hay que poder construir película, incluyendo todo aquel momento de la comunicación en el que aparentemente hay silencios pero en el que no paran de suceder cosas.

Otro tema que me parece interesante vinculado a esto del relato es que se usa la idea de relato como una construcción mentirosa, mientras que los datos y la realidad son “la verdad”. Hace relativamente poco, aparecieron unas placas en las redes que decían relato VS datos. Bueno, eso entraña una discusión filosófica en sí misma que no abordaremos acá pero para bajarla a lo más concreto, diría que en realidad no hay relato si no hay datos y los datos son un relato. Esa dicotomía no existe, por lo menos en esos términos: poner al relato solo como una cuestión narrativa estéril que no tiene asidero en datos y construcción real es una equivocación. Es poner lo discursivo en el plano de “la mentira”, del engaño. Es un error conceptual y, por lo tanto, es un error político. Todos los relatos tienen una pretensión de verdad, el asunto es qué hace la política con eso.

Hay otra cuestión que me parece fundamental: las capacidades diferenciales que tiene la izquierda y la derecha para hacer esto de lo que venimos hablando. Hay diferencias, muchas y sustantivas. 

Una amiga me regaló un bolso hermoso que dice “son malos tiempos para los soñadores” y aunque me resista, hay algo de cierto. Son épocas de fuerte individualismo, la vida está colonizada por el mercado y no hay nada más individualista que la ideología mercantil, el relato de “salvate a ti mismo” está a la orden del día –tenés el bonus track de ser empático–. 

La pandemia dio flor de empujón a todo eso y con ese telón de fondo es que la política busca decir lo que tiene para decir. Las narraciones políticas tienen poros grandes por donde se cuela ese espíritu de época. La comunicación que produce la derecha tiene mucha más afinidad con la época, y la izquierda va dando voleas a contrapié. Y me dirán “¿el huevo o la gallina?”. Las dos cosas, aunque parezca imposible.

Otro punto al hilo de lo anterior es que la derecha es pragmática y resultadista y su comunicación es pragmática y resultadista. No le importa demasiado hacer el cuento largo, sin embargo, por la propia concepción de “lo político” la izquierda genera narrativas siempre parada en los procesos y en la construcción colectiva y eso exige un cuento largo. Es fácil darse cuenta que la época también es poco amable con los cuentos largos y procesa bulímicamente procesos cortos, resultados, información suelta. Ahí la derecha también tiene más posibilidades de estar en sintonía con los tiempos.

Un tercer asunto es que las narrativas políticas están asociadas a la defensa de distintos intereses y el cómo construyo esa narrativa básicamente tiene que ver con qué intereses defiendo y, por tanto, a quiénes hablo y de qué manera. Esos públicos a los que le hablás y que sienten que defendés sus intereses van a ser los mejores aliados para reproducir el relato. Está claro que la narrativa que construye la derecha tiene socios potentes, con mayores posibilidades y oportunidades en todo sentido. Los contratos narrativos de la derecha son mucho más compactos, más rígidos y más permanentes y cuentan con un elemento diferencial: manejan la agenda de los grandes medios de comunicación. Por el contrario, si los intereses que defendés son los de los más débiles, desprotegidos y vulnerados, tus socios son potencialmente más, aunque eso no necesariamente se traduce en su capacidad de reproducir la “narrativa que los defiende”. Es como si el relato de izquierda se construyera con perifoneo, mientras el relato de la derecha se construye a partir de los intereses de las corporaciones, de los grandes medios y del mercado. 

¿Qué elementos se están utilizando para la construcción del relato o de la identidad de la y el ciudadano desde los diferentes espacios políticos y sociales?

El gobierno está haciendo un gran despliegue de construcción de relato. Creo que en el primer tiempo el gobierno lo hizo muy bien. La pandemia le dio un leit motiv para su narración de los hechos. Al principio tuvo que recurrir bastante más a la idea de la herencia maldita, pero ni siquiera necesitaron mucho de eso porque como la realidad era tan dura, no tuvieron necesidad de enchastrar demasiado la cancha –aunque despuntaron el vicio con algunas denuncias que van cayendo por infundadas–, porque el gran mérito era timonear un barco en plena pandemia. Si bien en el sentido de la gestión y de la administración no querría estar en su piel porque pandemia y recesión económica son dos cuestiones difíciles, también hay que decir que hicieron cosas atroces –como el desmantelamiento de políticas dirigidas a poblaciones vulnerables– y sin embargo la evaluación pública no es mala. Es comprensible que frente a escenarios de crisis, de miedo y de sensación de que todo puede ser mucho peor, una gestión medianamente sobria se evalúe bien. Cuando las preocupaciones están más centradas en vivir o morir, obviamente otras cuestiones se desdibujan y en el sentido comunicacional eso fue claro. 

Por otro lado, en el caso de la izquierda o, mejor dicho, del campo popular, entiendo que la mejor decisión –no sin titubeos de algunos dirigentes– que tomó el conglomerado social progresista fue haber definido juntar las firmas para el referéndum. Eso es un hito político que tiene que aquilatar el campo progresista para construir su propio relato. La épica que construyó la levantada de firmas es un punto muy importante. 

Óscar Botinelli dijo que cuando las victorias o las derrotas no se leen bien, las derrotas pueden ser más derrotas y las victorias pueden ser espurias. Creo que, como siempre exige la política, hay que interpretar esa victoria para tener nuevos elementos para la práctica política y también para la comunicación.

Lo interesante de este momento es que cada uno pueda alinearse frente a un objetivo concreto que ahora va a ser el referéndum –no como objetivo final pero sí como una oportuna escala– y los distintos actores pueden aportar desde sus perspectivas particulares. Sin canto coral no es posible. Esas son para mí las narrativas que soportan el relato común de que “este es un gobierno de derecha, que excluye y que defiende intereses que son antipopulares y que las medidas que tiene la Ley de Urgente Consideración (LUC) van en esa dirección”. Ese es un relato para construir. Después, aunque parezca simplificador, la narrativa de los que trabajan en la educación tendrá que ver con las cuestiones vinculadas a la educación; la narrativa que harán los que trabajan con los temas de seguridad será la de los temas de seguridad; la narrativa que hacen quienes trabajan con temas de adopción será las cuestiones que tienen que ver con la infancia, y así con los múltiples asuntos. 

La idea básica que entiendo que una comunicación de izquierda debería transmitir es que detrás de este objetivo de derogación de la LUC, hay objetivos políticos mayores, que hay una trama amplia de sectores del campo popular que tienen en común el resultar perjudicados con medidas como las que componen la LUC y que tiene que haber muchas voces diciendo esto, desde sus lugares. Es una gran oportunidad política y también comunicacional y si la izquierda no sabe leer eso Uruguay va a tener otro período de gobierno a la derecha en el poder. Me parece que eso es lo que se está o se debería estar construyendo a nivel de relato. Debe haber gente haciéndolo. Después hay detalles y disquisiciones, pero básicamente es eso. 

¿Qué pasa con la polarización? 

Es real que por lo menos electoralmente Uruguay se agrupa en, más menos, mitades, y esto es un dato más contundente a partir del surgimiento de la coalición multicolor, pero la realidad es bastante más compleja y tiene muchos matices para que la analicen los cientistas sociales que se dedican a eso. En el orden de cosas de las que veníamos hablando, puedo decirte que también en este terreno, así como hablamos de conceptos como “relato”, hay otras palabras que toman centralidad: con esto de la polarización hay una palabra que se está usando mucho, muy en boga, importada de la otra orilla, que es la palabra “grieta”. Es un concepto que han construido y catapultado fundamentalmente los medios y la comunicación política de derecha. Creo que hay que tener especial cuidado con reproducir palabras que aparentemente lo explican todo pero que en la práctica –también en la teoría– difuminan cualquier posibilidad interpretativa de los contextos políticos. 

Cuando se dice que hay grieta, y se queda con ese concepto como un concepto totalizante y omni senso, en realidad está usando una coartada para no ir al tuétano y hablar de confrontación y contradicción de intereses. Si la grieta, si la polarización, es una forma de resumir conceptualmente la lucha de intereses me parece que flaco favor se le hace a la potencia que tiene la interpretación política de los hechos. Si se usa como síntesis de una dinámica de confrontación de intereses, es una forma de describirlo y punto. El problema es cuando los conceptos empiezan a usarse de forma tal que pretendiendo decirlo todo no explican nada y la polarización es un poco eso: si el país votó dos modelos de país tan diferentes efectivamente hay una polarización. Ahora, ¿efectivamente cada mitad está en las antípodas de la otra? No lo creo. De hecho para mi gusto, la izquierda uruguaya perdió mucho protagonismo y mucha posibilidad de construir un modelo con sello propio en la medida en que empezó a disputar la derecha y dejó de ser radicalmente antagónica con el modelo de derecha. En esa disputa por el centro, en esa disputa por “seamos lo más parecido a lo que la gente quiere”, la izquierda perdió pie narrativo. De todas maneras acá hay fenómenos muy complejos para analizar, porque el hecho de que muchos votantes del MPP hayan votado a Cabildo Abierto, supone todo un análisis. Uno puede hacer un análisis estrictamente económico o de clase, pero también hay un análisis en términos de cultura política, de narrativa política y de cómo la gente construimos a nuestros líderes que vale la pena hacer. 

¿Qué papel juegan los medios de comunicación tradicionales y las redes sociales en la comunicación política, en la construcción del líder y en el afianzamiento del relato?

Lo primero que te diría es que la importancia que tienen los medios en la construcción de la cultura política y el humor social es casi toda. 

Cuando nos referimos a medios hablamos de narraciones que recibimos, de las cosas que deciden que veamos a través de las imágenes y de las cosas que no. No hay más que poner hoy un informativo –aunque hoy la gente recibe información por mil canales que no son los informativos– para darse cuenta de quiénes son los que hablan, cuántos minutos tienen de pantalla y quiénes no, quiénes no aparecen nunca. Todos tenemos un poco esa sensación de que lo que no aparece en los medios no existe. Lo que consumimos como información es producto de un montón de decisiones, que no están en un solo lugar, que afectan nuestra forma de ver y de entender las cosas. En realidad hay un flujo informativo que ni siquiera tenemos condiciones biológicas, cerebrales, de incorporar, entonces nos quedan algunas imágenes, destellos de algunas cosas, titulares, pero en profundidad conocemos poco, en algunos temas puede incluso que menos que antes. 

El otro aspecto que me preguntabas es que las redes no son un gran diálogo como buscan presentarse, son generadoras de sentido común, tiradoras de carros. De hecho la gente que maneja profesionalmente las redes sabe que en realidad lo que sucede es que genera agenda y genera “noticia” que después los medios masivos van a replicar. Hay toda una cuestión sistémica mucho más compleja en la que cada uno hace la partecita que le toca pero todos contribuyen a esa gran confusión. Los medios afectan, construyen realidad, proyectan voces y acallan otras, construyen humor social. Lo medios en apariencia grandes reveladores, son una máquina de tapar cosas y de amplificar cosas vacuas en nombre de la nota de color, como el chancho que se estrelló contra una vidriera en un pueblo estadounidense que nadie conoce. Pero después el tiempo es tirano y los tiempos escasos para detenerse en temas profundos. Te dirán: aburre, no entretiene.

Las redes sociales creo que son una gran plataforma para algunas cosas que están muy buenas, pero el tema es cuando eso empieza a sustituir a la acción colectiva y el encuentro con el otro. Creo que los movimientos sociales en su conjunto tienen que pensar muy bien su militancia en términos de estos nuevos tiempos. En mi opinión, por ahora, la construcción mano a mano, la corporalidad de la lucha, sigue siendo sustantiva. 

¿Qué desafíos crees que son necesarios abordar por parte de la izquierda en el campo de la comunicación política?
 
Debería haber una conversación, un intercambio y un sinceramiento interno en el ámbito más estrecho de lo político partidario, que incorporara a muchos actores del campo popular, sobre la comunicación política. Cuando uno está tan desnorteado en un ámbito, como creo que estamos en el ámbito de la comunicación política desde la izquierda, se tiene que ir a los fundamentos de las cosas, y los fundamentos de las cosas es que volvamos a hablar, volvamos a intercambiar. 

Otra cosa que me parece muy básica y que me resulta útil pensar así, en todos los órdenes de la vida, es que vamos a hablar para saber que cuando hablamos estamos hablando de lo mismo. Parece un trabalenguas pero eso también es construir relato. Construir relato es construir un lenguaje común. ¿Qué denominador básico común tenemos y compartimos para que todos salgamos abajo de esa bandera? Después pongamos los matices que queramos en nuestros grupos, pero sentémonos a hablar, que es casi como una ley primera.

Recomienda un libro sobre este tema.

Informar no es comunicar. Contra la ideología tecnológica, de Dominique Wolton.

Ema Zelikovitch (Jerusalén, Israel) es graduada en Filosofía y máster en Liderazgo Democrático y Comunicación Política por la Universidad Complutense de Madrid, España. Actualmente reside en Montevideo, donde se desempeña como comunicadora en la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración y en la Universidad de la República. Es periodista, productora y conductora radial en Radio Pedal. Actualmente cursa la Diplomatura en Comunicación Política en la Universidad Austral de la Provincia de Buenos Aires, Argentina.
Twitter: @EmaZel

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