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A 50 años del Golpe de Estado en Chile: La disputa por la interpretación de la historia abordada desde la opinión pública

Por Francisco Córdova Echeverría

En el marco del 50 aniversario del golpe de Estado en Chile, las víctimas de la dictadura pasan a ser los responsables y los civiles colaboradores de Pinochet hacen de luchadores por la democracia. Se presenta una disputa por la (re)interpretación histórica mediante el concepto de “opinión pública”, para con ello situar la discusión en las arenas de la comunicación política.

En la conmemoración de los 50 años del golpe de Estado en Chile ocurrido el 11 de septiembre de 1973, somos testigos de un preocupante y no menos interesante fenómeno de disputa por la interpretación de los hechos previos y posteriores a la instalación de la tiranía de Augusto Pinochet Ugarte, a quien el derrocado presidente Salvador Allende había designado como comandante en jefe del Ejército, el 23 de agosto del mismo año. Pinochet se tomó el poder junto a un cuadro administrativos de leales civiles durante 17 años, donde más de 3.000 muertos y desaparecidos, sumando a decenas de miles de personas torturadas y exiliadas, fueron su rastro de sangre y muerte, de violaciones sistemáticas a los DDHH y de aniquilación completa de toda libertad y forma democrática.

Pero, para algunas y algunos personeros de derechas estos hechos no serían “tan así” o directamente algunas cosas jamás ocurrieron. Además, la responsabilidad principal, o casi única del golpe y la dictadura, estaría en “quienes causaron” que todo ello ocurriera (eso sí, siempre olvidan la ponzoñosa oposición, el rol de los EEUU mediante la CIA y de los grupos terroristas de derechas en esas provocaciones) al mismo tiempo, eso sí, que rechazan toda violación a los DDHH “venga de donde venga”. Ya sabemos que generalizar esconde el detalle y en el detalle está la distinción que marca diferencias, cuestión clave en la toma de decisiones criteriosas, especialmente cuando hay que enfrentar un sostenido y fuerte crecimiento de propuestas políticas reaccionarias, iliberales y antidemocráticas, tanto en Europa, EEUU, como en Latinoamérica. Esta es la batalla cultural por el nombre y el carácter simbólico de los hechos, por su significación y posterior sentido, individual o colectivizado.

A lo que escribo esto, el presidente Gabriel Boric aún intenta convocar a todos los sectores políticos a la conmemoración de los 50 años del golpe, mediante una firma en un acto conjunto de acuerdo y compromiso por la democracia que en resumen expresa que: independiente de la crisis política que viva el país, se rechaza todo medio violento como forma de resolución, pues la vía siempre debe ser la democrática y bajo el respeto por los DDHH. La respuesta de la derecha ha sido negativa y han escrito como contraparte su propia declaración “por la paz y la democracia”, similar a la del gobierno, con algunos énfasis y agregados que dejan en claro que de izquierda no son, claramente. Las negativas son variadas: “no le vamos a hacer el juego al gobierno”, “es un acto que divide al país porque solo ofrece una mirada de lo ocurrido” o “no queremos ser parte de un acto que realza la figura de Allende”, quien sería para ellos el principal culpable del golpe y posterior dictadura.

La Democracia como forma de gobierno es un fenómeno evolutivo en sus significados. Para los griegos clásicos era una forma degenerada de gobierno, algo como entre la mejor de las malas y la peor de las buenas, un eslabón más del ciclo diría Polibio, nada muy de qué sentirse orgulloso que digamos. En la modernidad adquiere cualidad de virtud al ser salida de las monarquías, permitiendo el desarrollo de una nueva forma de producción económica que requería un poder gobernante menos concentrado, especialmente en el control comercial, uno que deje que se desarrolle la burguesía y los mercados. La actual democracia, la burguesía y los principios liberales van de la mano, con ellos salimos de la sociedad estamental para entrar a la sociedad de clases.

En el siglo XX el ingreso de grandes masas obreras y clases medias a militar partidos y tomar acción política, junto con el voto femenino, hicieron que pasásemos de un grupo reducido de personas activas e involucradas en la política a una mayor cantidad y diversidad de voces y actores/as.

Con la llegada de los medios masivos de la comunicación lo que antes se extendió por número ahora se extiende por amplitud de acceso a información y a expresarse. En esta democracia de audiencias, como le denominó Manin, los medios de comunicación levantan un escenario nunca antes visto como campo de lucha de significados y realidades. Una vía de acceder al llamado sentido común o al “pensamiento de la gente”, lo cual estaría directamente relacionado con la conducta electoral de las masas, y de contra flujo, a las conductas de las y los políticos. Ni hablar hoy de este fenómeno con la aparición del internet, de las redes sociales y la utilización del big data.

¿Qué tanto es la política la comunicación de ella misma? Dominique Wolton en la década del 90 afirmó que “la comunicación no ha digerido la política”, pues es que “en la actualidad se representa en un estilo comunicacional”. Las fuerzas políticas buscan llegar a más gente y penetrar con más fuerza en las conciencias de las personas y para ello, utilizan todos los medios disponibles para comunicarse con su público. Pero por otra parte, necesitan tener información para sincronizar sus ideas y expresiones con las ideas y emociones propias de las masas de votantes en las actuales sociedades complejas. Buscan conocer la opinión pública mediante estudios de sondeos para luego tomar decisiones estratégicas y tácticas para influir en ella y/o conseguir su gracia.

Sobre el concepto de lo público, Vincent Price desarrolla varios tipos: el público general, el público que vota, el público activo y el público atento. Nos dice que no podemos reducir la idea de público a algo unívoco y homogéneo, sino más bien estamos frente a una cuestión más diversa y compleja. Sobre el concepto de la opinión, Price destaca sus elementos psicosociales como los valores, esquemas, la identidad grupo, etc., indicando con ello que hay un fuerte componente subjetivo en todo esto.

Desde una perspectiva marxista gramsciana la opinión pública se vincula a la filosofía de la praxis, siendo esta la manera de romper con la hegemonía de la falsa consciencia, con aquel sentido común que se impone desde la clase dominante a las subalternas. José Nun en la revista Argentina Punto de Vista, n°27 (1986) en su texto “Gramsci y el sentido común” expone: “Las clases subalternas de todas las sociedades conocidas no han podido tener, por definición, concepciones elaboradas, sistemáticas y políticamente organizadas y                 centralizadas, sin embargo, un proceso de desarrollo orgánico podría conducirlas ahora del simple sentido común al pensamiento coherente y sistemático. El -buen sentido- del pueblo”.

Estudios a principios del siglo XX dieron por hecho que los medios de comunicación masivos tenían una influencia directa en el electorado, como una inoculación de la opinión del exterior (teoría de la aguja hipodérmica de Harold Lasswell), pero décadas más tarde otras investigaciones desmintieron aquello, como son los estudios recolectados en el clásico libro de The People’s Choice de Lazarsfeld, Berelson y Gaudet (1940), que concluyen que más que decirnos qué pensar, los medios de comunicación nos dicen sobre qué pensar. En otras palabras, marcan la agenda y el nivel de conocimiento de las personas sobre los políticos, pero no el voto.

En Cómo habla la gente, Irving Crespi expone que el abordaje de la opinión pública debe ser multidimensional para “evitar el doble obstáculo del reduccionismo y de la reificación”, pues hay un doble interés en ella: los aspectos individuales y los colectivos. Así evitamos con ello caer en la tentación de explicar los fenómenos colectivos como consecuencia de los procesos a nivel individual, así como también no “asumir la existencia de un nivel colectivo de realidad independiente a esos procesos”.

También hay críticas sobre la idea misma de que haya una opinión pública. El sociólogo francés Pierre Bourdieu afirma en un agudo texto llamado La opinión pública no existe, que aquel concepto carece de realidad práctica porque es imposible que todo el mundo pueda opinar de todo con criterio de validez y que los estudios de sondeos de opinión están sujetos al interés de quien lo ordena: “En la situación actual el sondeo de opinión es un instrumento de acción política”.

Como hemos podido ver en este pequeño trayecto, la complejidad para asir una definición universal de la opinión pública es grande. Pero lo que sí está claro, es que ha habido y hay un esfuerzo, por lograr metodológicamente identificar “lo que dice la gente” respecto a ciertos temas, lo que derivaría en cierto poder de dilucidar la conducta que las personas tendrán en función de lo que creen y desean, y por ello para la política esto tiene un doble juego: el saber lo que piensa la gente para ajustar su discurso con el fin de generar adherencia y, conocer cómo se logran instalar (influir) de manera efectiva sus: ideas, creencias, formas de pensar o qué pensar, especialmente en el que vota.

La propuesta teórica de Elisabeth Noëlle-Neumann, lo que ella denomina “la espiral del silencio” me parece muy útil para ir cerrando estas reflexiones. Grosso modo ella indica que las personas dicen lo que dicen en público en función de mantener su integración con el entorno en el cual están situadas (familia, un club, partido político, país, etc.).

Si lo que realmente pensamos está en condición de minoría, es muy probable que nos quedemos en silencio o digamos algo más “adecuado” para mantenernos siendo parte de ese grupo, y evitemos así decir lo que realmente pensamos, a no ser que uno quiera aislarse en lo que denominó como una “minoría bulliciosa”.

Neumann nos dice que “según el mecanismo psicosocial que hemos llamado “la espiral del silencio”, conviene ver a los medios como creadores de la opinión pública. Constituyen el entorno cuya presión desencadena la combatividad, la sumisión o el silencio”, por lo tanto, de buscar una construcción en la opinión de los públicos, debemos mediatizar nuestro plan de discurso y de simbología.

Desde los 90 hasta antes del espasmo democrático (término que usa E. Rinesi para referirse a lo ocurrido en Argentina en el 2001) del estallido social en octubre de 2019, se podía percibir en Chile un avance en materia de ir convergiendo en la idea de que más allá de los serios problemas del gobierno de Salvador Allende, nada justifica romper el pacto democrático mediante la violencia y menos instalar con ello una delictual dictadura. Además, a esas alturas nadie negaba los horribles crímenes cometidos bajo las órdenes de Pinochet y su grupo de confianza. Hace pocos años el multimillonario presidente Sebastián Piñera reconoció que hubo “cómplices pasivos” en la dictadura (por los civiles que hasta hoy están impunes) y que nada justificaba los crímenes y el golpe.

Pero creo que sumado a la grave crisis institucional y a las revueltas callejeras contra “los políticos de siempre”, que tuvieron al país paralizado por meses, había en el ambiente internacional una sincronía de discursos antidemocráticos, reaccionarios, racistas, xenófobos, aporofóbicos, y un largo etc. de antivalores, que además han tenido exitosos resultados electorales (mas no así sus gobiernos), que hicieron sinergia. Como dice Neumann, una de las razones para cambiar de opinión previsionalmente es que: “si la inseguridad en cuanto a lo que es la opinión dominante, o lo que será, aumenta, es porque está ocurriendo un cambio profundo en la opinión dominante”.

Empezamos a ver en los últimos tres años una serie de expresiones negacionistas atroces de la mano de parlamentarios del Partido Republicano, una reciente organización política más a la derecha que el tradicional partido de la dictadura, la Unión Democrática Independiente (UDI). Solo como botones de ejemplos: su diputada Nevillán, no tuvo asco en decir que los abusos sexuales a mujeres en dictadura no era más que un “mito urbano”, a pesar de los ríos de tinta de informes y sentencias judiciales que dan cuenta de ello, o cuando abandonaron el hemiciclo del Congreso las y los diputados de oposición, en el momento de realizarse un breve acto de conmemoración por los diputados detenidos y desaparecidos por la dictadura. Implacables.

Hoy la derecha en Chile ha roto su espiral del silencio y avanza fuertemente en mostrar su “versión de la historia”, que convenientemente parcela y olvida los factores que les obligarían a asumir serias responsabilidades, y reflejan aquello, como contramedida, acusando a las izquierdas de no reflexionar ni asumir sus responsabilidades por el clima político previo a la dictadura en discusión, a pesar de que ello se ha hecho sistemáticamente desde hace décadas. Las víctimas para ellas y ellos deben salir a pedir disculpas por provocar que las exiliaran, torturaran, violaran, asesinaran o las hicieran desaparecer.

Esto sin duda deja a la democracia en una situación de fragilidad o, mejor dicho, pone en duda que amplios sectores mayoritarios de la población estén significando la historia y sus lecciones de manera coordinada, cuestiones que son sin duda pilares fundamentales de un pacto social democrático, garantía de gobernabilidad a futuro. Hoy el nuevo proceso constituyente está bajo una mayoría circunstancial de personeros de una extrema derecha que ha perdido el pudor, y en el horizonte no se logra ver que haya un espíritu de moderación y consenso, sino más bien de redoblar las apuestas polarizantes, mientras culpan de ello al actual oficialismo.

Las fuerzas democráticas del país deberán más que nunca buscar los modos de entablar esta disputa comunicacional frente a una estrategia revisionista y negacionista de la historia reciente, para disputar las significaciones de los públicos, que últimamente han mostrado una conducta nómade al momento de elegir (o castigar) a cierto sector político.

Que nos sirva de lección esta disputa cultural para comprender que el sostener una versión colectiva de la historia y sus horrores aleccionadores es un trabajo permanente, y que no se puede dar por concluido ningún consenso político, especialmente y para nuestro espanto, el de la promoción y defensa irrestricta de nuestros derechos sociales, políticos y civiles en un marco democrático, que cobraron sangre, sudor y lágrimas a nuestros antepasados.

Francisco Córdova Echeverria (Chile) es magíster en dirección y liderazgo para la gestión educativa. Diplomado en Filosofía, Sociedad y Cultura. Cirujano Dentista de la Universidad de Concepción. Actualmente estudiante de Ciencia Política y Sociología en la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. Ayudante en cátedras de Comunicación Política en facultades de Ciencia Política y Comunicación Social. Ha sido dirigente social y político en Chile.

Twitter: @FCordovaE

Instagram: @depresivoOptimista

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