Por Juan Bautista Lucca
“Y serán siempre los valientes estudiantes los que marchen adelante por un nuevo amanecer…” Falta y Resto
El estudiantado argentino tiene una rica historia de luchas y resistencias que comenzaron a principios del siglo XX, padecieron la dictadura y hoy se enfrentan a las políticas de recortes del gobierno del presidente Milei.
El 23 de abril de 2024 se realizó en Argentina la Marcha Universitaria Federal en Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) y en múltiples ciudades universitarias del interior, para protestar contra las políticas públicas del gobierno del derechista Javier Milei y reclamar mayores partidas presupuestarias que le permitan a las universidades estar operativas, ya que el actual presidente les asignó casi el mismo presupuesto de 2023, sin tener en cuenta el 300% de inflación de diferencia, lo cual implicaba un recorte real cercano al 70%.
Ahora bien, escribir sobre la lucha y la resistencia desde el marasmo que impone la administración Milei en Argentina es un intento por hurgar en las contradicciones de la historia para comprender el momento actual, las posibilidades de hacer frente a un presente desolador apelando a una tradición rica de voces enardecidas frente a la injusticia, la desigualdad y los agravios a la política. Es decir, escribimos pensando que la Caja de Pandora del futuro esconde el agridulce mensaje de tener que esperar sin perder la esperanza.
En un trazo grueso, es posible comprender a la política como la disputa por el sentido del orden, como la exteriorización de las formas del desacuerdo que antecede o precede a cualquier páramo de clausuras de significaciones. Por ello, los intentos actuales del gobierno de Javier Milei de creer que la técnica puede suplantar a la política se topa de bruces con ciertos actores de la sociedad civil que abren un punto de fuga en los pliegues e intersticios de lo político alzando la voz y apuntando hacia otras salidas de emergencias cuando se pretende imponer una gris lealtad a un panorama desolador.
En busca de estas voces y resistencias es necesario mirar el pasado para pensar el presente argentino y encontrar un punto de fuga hacia un futuro mejor. En este itinerario, rastrear el derrotero de las luchas estudiantiles en la historia Argentina, es una labor pedagógica y performativa que disputa el orden que el gobierno radical de derecha busca imponer en este país.
Es decir, mirar las luchas estudiantiles a lo largo del siglo XX y XXI en Argentina es una forma de maridar la política, la democracia y la participación, especialmente en aquellos instantes de verdad o coyunturas críticas en que el tiempo y lo político están dislocados, como pareciera ser la Argentina del 2024.
En este sentido, el primer mojón donde la voz estudiantil se lía con la puja democrática y la política es en la Reforma Universitaria de 1918, en el marco del primer gobierno democrático de masas de Hipólito Yrigoyen. Allí, la puja por el cogobierno estudiantil y la solidaridad entre las universidades —que incluso crearon un órgano como la Federación Universitaria Argentina (FUA)— fueron las piedras basales para tornar a las universidades y el estudiantado en actores políticos por antonomasia.
A mediados del siglo XX, en el marco del primer peronismo, se produce la convergencia entre ampliación de la ciudadanía política y social, un proceso de expansión económica y una nueva puja por el sentido del orden político. En este contexto, la politización de las juventudes estudiantiles, no solo continuaban en el marco de las universidades —más distantes al peronismo— sino también entre el estudiantado secundario, encarnado en la figura organizativa de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES).
En Argentina un capítulo más de participación estudiantil por la ampliación del sentido de la democracia y la libertad se da en 1958 cuando —en el marco de la expansión universitaria hacia entidades privadas, mayormente confesionales, que realizó el presidente Frondizi— el estudiantado argentino alzó su voz en defensa de la laicidad de la educación.
Una década más tarde, aunque la politización de las juventudes tendría en el Mayo Francés de 1968 su apoteosis, en Argentina la imposición de un gobierno dictatorial a manos de los militares como Juan Carlos Onganía fue un nuevo escenario en el que el estudiantado alzó su voz para disputar el sentido del orden, defender la democracia y hacer de la política un instrumento de lucha.
Sin embargo, la respuesta vino el 29 de julio de 1966 en “La noche de los bastones largos”, uno de los intentos más sanguinarios de las dictaduras argentinas por destruir la universidad, no solo rompiendo laboratorios, bibliotecas, y bienes materiales, sino también apuntando a quitar toda instancia deliberativa y de cogobierno por un lado y apaleando y coercionando físicamente al estudiantado como forma de despolitización, por el otro.
Esta senda de horror abierta por la dictadura de 1966 habría de profundizarse durante el período autoritario de 1976 a 1983, más allá de la “primavera camporista” tras el retorno de Perón a la Argentina en 1973. “La noche de los lápices” del 16 de septiembre de 1976, en que se secuestraron, desaparecieron y torturaron a un grupo de estudiantes secundarios de la UES, de la Juventud Guevarista, entre otros, fue el punto de partida de una nueva tecnología del horror para borrar por la fuerza el vínculo entre participación, política y estudiantado en Argentina.
Luego de un período de desertificación ciudadana, el retorno a la democracia en 1983 con Raúl Alfonsín imprimió un espíritu de participación y debate político nuevamente en las aulas, que fortaleció la agrupación de su partido denominada Franja Morada, pero también incorporó nuevos exponentes al concierto político, inclusive de la derecha neoliberal, como fue el caso de la Unión Para la Apertura Universitaria (UPAU) en la Universidad de Buenos Aires a la que pertenecieron exponentes juveniles del derechista partido de la UCEDE, pero también del peronismo como Amado Boudou, Sergio Massa o Carlos Rodríguez, entre otros.
La entronización “sin anestesia” del neoliberalismo de la mano de Carlos Menem derivó con el tiempo en mayores niveles de desigualdad, exclusión, deterioro del mercado de trabajo, e inclusive un fuerte deterioro de las condiciones institucionales y materiales de la vida estudiantil en Argentina. Esto llevó, por un lado, a un fuerte activismo sindical de los docentes con protestas memorables como la Marcha Federal en 1994 o la instalación por mil días de una Carpa Blanca frente al Congreso en 1997. Pero también, por el otro, un fuerte activismo de los estudiantes, como por ejemplo, para movilizarse en rechazo de la Ley de Educación Superior en el año 1995 o los resabios de su implementación —como por ejemplo contra el FOMEC en 1997— entre otras.
La crisis orgánica que atravezó la política y la sociedad argentina en el año 2001 no fue ajena al estudiantado y sus casas de estudios, que si bien fungieron como acicates al debate y repolitización de la sociedad en su conjunto, también fueron destinatarios principales de la crisis presupuestaria o la represión policial. En este marco, el estudiantado estuvo en las calles, ya fuere protestando contra el recorte del 13% llevado a cabo por Ricardo López Murphy, como también en las jornadas del 19 y 20 de diciembre que derrumbaron a Fernando de la Rúa de la presidencia o las experiencias de economía social y cooperativa en algunas de las fábricas recuperadas.
La salida a la crisis del 2001 vino con una fuerte repolitización del estudiantado y las universidades, la incorporación de nuevos sectores a la política estudiantil y la revitalización de sectores contestatarios especialmente en la izquierda universitaria. El fervor político e identitario que propugnó el kirchnerismo se hizo eco especialmente en el estudiantado secundario que, a diferencia de otras formas recientes de participación estudiantil en países como Chile —Movimiento de pingüinos—, Colombia o México, en Argentina se canalizaron en expresiones afines a los partidos. Es decir, el kirchnerismo hizo de la escuela y las universidades —especialmente gracias a la creación de 17 nuevas casas de estudio— un espacio de formación de la militancia juvenil oficialista.
Empero, el cambio de rumbo político e ideológico con la llegada de Mauricio Macri al gobierno (2015—2019) puso nuevamente a las universidades y la educación en jaque, tanto por el sistemático ajuste presupuestario como por los discursos persecutorios de la política partidaria en los espacios académicos y educativos. Esto generó un sinnúmero de protestas, destacándose tal vez por su masividad la realizada el 30 de agosto de 2018, en la que confluyeron el estudiantado, el personal docente y las representaciones sindicales.
El retorno del peronismo con la dupla Fernández-Fernández en el 2019 no supuso un cambio de rumbo o sentido, no solo por las limitantes propias de la pandemia, sino también por el deterioro ininterrumpido de la economía por la escalada de la inflación, que impactaron fuertemente en las condiciones materiales de la política universitaria y educativa. Sin embargo, durante este período también se desarrolló el germen para la politización de la juventud en una nueva clave derechista, movilizada por nuevos registros y mecanismos audiovisuales como son las redes sociales, que en gran medida fue seducida por el discurso de incorrección y radicalidad política que propalaba el outsider Javier Milei.
La llegada de La Libertad Avanza y Javier Milei a la presidencia a finales del 2023 supuso un tour de force para todo el sistema político en general y para el ámbito educativo en particular. La brutal política de recorte del déficit, aunado a una radical devaluación y una economía en caída fueron engranajes que se activaron para deteriorar las condiciones materiales; pero también el discurso presidencial al proponer “denunciar el adoctrinamiento en las aulas” fue un push discursivo sin precedentes en contra de la posibilidad de hacer de las aulas un espacio democrático y político en el sentido planteado aquí: como una disputa por el sentido del orden.
En ese sentido, la gestión material y discursiva del actual gobierno va a contrapelo de una larga y rica historia del estudiantado y los espacios educativos en Argentina, pero sobre todo aboga por la clausura de significaciones que deriva —sin más ni menos— en travestir la política y reemplazarla por la gestión y la técnica. Por ello, escuchar la voz resonando de casi 800.000 personas en defensa de la Universidad Argentina a finales de abril en la Marcha Federal Universitaria es una esperanza que surge nuevamente de la Caja de Pandora de la política argentina. Ahora solo resta esperar si la historia se repite, sin comedias ni tragedias, en donde la educación y la universidad argentina, junto a sus estudiantes y trabajadores sean baluartes fundamentales para un futuro nuevamente de igualdad y participación democrática.
Juan Bautista Lucca (Argentina) es licenciado en Ciencia Política por la Universidad Nacional de Rosario (UNR); Diploma Superior en Pensamiento Social Latinoamericano y Caribeño por CLACSO; Máster en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Salamanca (España), Doctor en Ciencias Sociales por FLACSO (Argentina) y Postdoctorado por la UNR. Profesor Titular de Elecciones y Partidos en la Licenciatura en Ciencia Política de la UNR.