Por Marcel Lhermitte
El miedo es un sentimiento que tenemos todos los seres vivos. Lo utilizamos como un mecanismo de precaución y defensa que se vincula con nuestro milenario instinto de sobrevivencia. Pero el miedo también es en un sistema de manipulación individual y grupal, ejercido por nosotros mismos con el único fin de alcanzar determinados objetivos.
Desde muy pequeños nuestros padres cumplían con una tradición que se trasladaba de generación en generación: nos exigían tener un comportamiento adecuado, que entre otras cosas podía incluir comer determinados alimentos, dormir en horarios estipulados o sencillamente obedecer el mandato de los mayores, porque en caso contrario el cuco, el hombre de la bolsa u otra multiplicidad de personajes imaginarios vendrían por nosotros para sacarnos del calor del seno familiar y llevarnos vaya a saber dónde.
A través del arte de la manipulación se trataba de crear una amenaza externa –en este caso sin demasiadas bases sólidas– que generaba inseguridad, pero fundamentalmente miedo, y ese temor a las fuerzas ocultas y desconocidas nos moldeaba la conducta al antojo de los adultos.
Con el paso de los años los miedos del ser humano van cambiando. Descubrimos que las amenazas de antaño solo vivían en nuestra imaginación, pero nos encontramos con otro tipo de inseguridades, que también son milenarias: la alimentaria, el hábitat, los daños morales y los físicos; lo que significa que tememos no contar con un empleo que nos dé las garantías de alimentarnos a nosotros y a nuestras familias, no poder contar con una vivienda que nos proteja de las inclemencias climáticas, así como también vivimos alerta ante posibles agresiones, que pueden estar vinculadas a inseguridad ciudadana, conflictos bélicos, discriminación, etc.
También en la estrategia política el miedo es un elemento que se utiliza para persuadir y manipular a las sociedades. Ya Maquiavelo, en El Príncipe, su célebre libro de consejos sobre el arte de gobernar, analizaba si era mejor ser amado que temido.[1]
Cuando se tiene el poder “es mucho más seguro ser temido que amado”, explicaba el asesor florentino, porque en la gente siempre está presente el miedo al castigo. Por lo tanto, es más fácil rebelarse ante un gobernante que uno ama que ante el que uno teme. Además, diferenciaba entre ser temido y odiado, ya que este último sentimiento debería ser evitado también por el gobernante.
No es muy difícil encontrar ejemplos en la historia contemporánea de administraciones que han hecho uso del miedo para conseguir objetivos políticos, quizás uno de los mejores ejemplos de ello haya sido la invasión de Estados Unidos a Irak en búsqueda de armas químicas que podrían haber puesto en riesgo la vida de millones de seres humanos del planeta entero; un equipo bélico que finalmente nunca fue encontrado, pero un argumento que sirvió para justificar una invasión.
En nuestra América Latina también podemos identificar casos de sobra, los más emblemáticos los encontramos en muchos golpes de Estado de la región, que se daban bajo el argumento de culminar con grupos terroristas, con élites corruptas o con sistemas políticos catalogados como perjudiciales para los pueblos. Se trataba de generar un enemigo que se constituyera en una amenaza –muchas veces imaginaria– del pueblo, por lo que este finalmente, a través de estrategias de manipulación, terminaba generando un consenso que permitía las acciones finales que estaban programadas por parte de los golpistas.
“El miedo es el medio más efectivo de control sobre los grupos humanos por parte de las élites. Es imposible un control de las poblaciones sin un miedo concreto del que deseen ser protegidas”, explica José María Perceval en su libro El terror y el terrorismo.[2]
También en las campañas electorales el miedo es una herramienta utilizada por estrategas y políticos, con el objetivo de persuadir o manipular a las ciudadanías y obtener el beneficio del voto.
Dentro de los grupos conservadores del mundo entero es muy habitual utilizar determinados frames sobre el miedo, entre ellos al comunismo, al chavismo, a Venezuela, a la inseguridad ciudadana, etc. En cambio, de parte de los grupos progresistas, encontraremos que se utiliza como amenaza la posibilidad de perder la democracia, el terror del fascismo, el retroceso en derechos y políticas sociales, entre otros.
Es que, como dice Perceval, “el miedo como inquietud ante una acción futura imprevisible o una situación catastrófica puede ser el desencadenante de una gran cohesión social, mediante el desarrollo del sentimiento de protección y de la necesidad de proteger al grupo”.
Y por tal motivo es que dentro de los procesos electorales también se generan muchas “campañas negativas”, que apuntan justamente a sensibilizar a la ciudadanía apelando a determinados miedos que están asociados con la opción que encarna el adversario político, mientras que el promotor del mensaje debe ser percibido como un salvador de dicha situación o, al menos, como la garantía para que no se desencadene el mal.
Está comprobado que el miedo ejerce un gran poder de persuasión en las ciudadanías, pero así como sucedía cuando éramos niños, muchas veces llega el momento en que un electorado “crece” y deja de temer el relato basado en los personajes maquiavélicos que amenazan nuestra existencia, y cuando eso acontece la estrategia de manipulación cobra un efecto inverso, resultando nocivo para el emisor del mensaje.
Marcel Lhermitte (Uruguay) es periodista, licenciado en Ciencias de la Comunicación y magíster en Comunicación Política y Gestión de Campañas Electorales. Ha sido consultor en campañas electorales en América Latina, el Caribe y Europa. Asesor de legisladores y gobiernos locales en Iberoamérica. Autor de los libros La Reestructura. La comunicación de gobierno en la primera presidencia de Tabaré Vázquez y La campaña del plebiscito de 1980. La victoria contra el miedo. Es coordinador del Diplomado de Comunicación Política de la Universidad Claeh en Uruguay.
Twitter: @MLhermitte
Instagram: @marcel_lhermitte
[1] Maquiavelo, Nicolás. El Príncipe, capítulo XVII. De la crueldad y la clemencia, y si es mejor ser amado que temido o viceversa.
[2] Perceval, José María. El terror y el terrorismo. Cómo ha gestionado la humanidad sus miedos. Ediciones Cátedra, 2017, Madrid, España.