Por Pablo Escandón Montenegro
Con una cerradísima elección en primera vuelta, con tan solo una diferencia de 0,2% entre Luisa González y el actual presidente Daniel Noboa, ambos candidatos que pasan al balotaje del 13 de abril de 2025, van por ese 9% de votantes que anularon y votaron en blanco el pasado 3 de marzo.
Si sumáramos los votos de los otros catorce candidatos, tan solo por afinidad ideológica y práctica política, veríamos que Luisa González podría conseguir 1,67% de los cuatro candidatos de izquierda y centroizquierda, más los 5,25% de Leonidas Iza; mientras que Daniel Noboa rentabilizaría los 4,95% de los candidatos que nunca tomaron contacto con la campaña de la Revolución Ciudadana.
Con estos números, en el hipotético caso de que se endosaran los votos, lo cual no es real, Luisa González obtendría un 50,83% de los votos válidos y Daniel Noboa tendría un 49,12%, lo cual está muy en concordancia con los últimos sondeos que les siguen dando un empate, pues tienen una diferencia de intención de voto de 3%, con lo cual entran en el rango del error de las mediciones.
Pero no todos los electores de la tendencia de centro izquierda votarán ciegamente por Luisa González, ya que, en las conversaciones iniciales previas a la primera vuelta, los movimientos y partidos que conversaron con la Revolución Ciudadana comentaron sus diferencias radicales y dejaron sola la mesa de los acuerdos. Y lo mismo sucede con el otro lado de la balanza electoral, pues entre la propia derecha ecuatoriana no hay unidad en torno a la figura del actual presidente y candidato.
Entonces, qué les queda a ambas candidaturas, si no convencer a ese porcentaje que ronda entre el 8 y 9%, que a la final suman un millón de votos. Estos votantes son los desencantados del sistema, son quienes no confían en la democracia tal y como funciona y a quienes las campañas deben afectar; utilizo esta palabra precisamente porque la campaña debe alterar al elector en su postura y movilizarlo a que la defina por uno de los dos finalistas.
En ese sentido, los estrategas de uno y otra candidata tienen el trabajo de buscar finamente, dónde están esos electores, por qué votaron nulo o blanco en la primera vuelta y afectarlos en contra de uno u otra, porque este tipo de electores son más emocionales que los que votaron por un candidato puntual, ya que no solo que no gustan de quienes participaron, sino que disienten del proceso y no están de acuerdo con el sistema.
Para quienes no conozcan el sistema electoral ecuatoriano, el voto es obligatorio para ciudadanos desde los 18 hasta los 65 años de edad y opcional para los mayores de 16 y de 66 años, así como facultativo para policías y miembros de las fuerzas armadas. Pero el voto obligatorio es el que se cuestiona, en muchos casos, por quienes votaron nulo o blanco, y hacia ellos se deben orientar y dirigir los contenidos de los finalistas, pues allí están quienes les pueden hacer ganar.
Y si no es así, entonces otro escenario es revertir los votos de la tendencia, con acciones gubernamentales de servicio rápido, en el caso del candidato presidente, y acuerdos a futuro en el caso de Luisa González, pero nada de esto garantiza un voto de quienes desconfían de uno u otra candidata.
Votar nulo o blanco en primera vuelta no es indicativo de que se hará lo mismo en el balotaje, pues la emocionalidad de este elector debe ser reforzada por cada uno de los candidatos, con la finalidad de encauzar los elementos negativos del sistema político y encarnarlos en el contrincante.
La campaña de esta segunda vuelta deberá ser sinestésica, es decir, estimular la razón desde lo emocional y viceversa, con la finalidad de que el votante nulo o blanco se convierta en un voto válido, se empodere de su decisión y sea un divulgador de esta postura. Más allá de las tácticas de influencia y de construcción de mensajes, los estrategas deben conocer mucho más a fondo las causas por las cuales los votantes no creen en el sistema ni en los candidatos, para elaborar mensajes personalizados y geográficamente ubicados para la acción.
De acuerdo con Jaime Durán y Santiago Nieto, los electores de esta nueva sociedad son impredecibles, porque viven en un mundo más hedonista, individualista, con mayor información, con concepciones y prácticas efímeras y plurales, que las generaciones anteriores consideraban inamovibles y eternas.
Toda elección es emocional y las campañas se han vuelto experiencias de usuario, es decir, con mensajes, propuestas y formatos para cada sector de la población, para cada grupo humano y para cada localidad, que tiene diferentes necesidades, anhelos y pulsiones.
En ese sentido, la campaña se centrará en la construcción de mensajes que afecten y viralicen esa afectación entre votantes similares, que ven en el otro candidato la forma de perpetuar los malestares de la sociedad, la educación, la economía… A final de cuentas, las campañas deben convertir al adversario en ese enemigo contra el cual votan los electores del nulo y el blanco.
No debemos olvidar que los nuevos electores son cada vez más independientes de la militancia dogmática de un partido o de la obediencia al líder, y que la comunicación política busca generar contenidos que impacten en los ciudadanos y, en este caso, entre los electores, y por ello es necesario que conozcan quiénes son y dónde están, y lo más importante, cómo llegar a ellos y ellas o elles, con mensajes cercanos, que afecten a su razón y a su emoción.
El sesgo de confirmación, en este caso tiene que orientarse a que el votante a conquistar tiene que visualizar en el candidato o candidata, todo lo que más odia del sistema y que su voto por una o por otro será un rechazo de esa pasión racionalizada, de esa sinestesia de la desconfianza y del error social, que se logró personificar en cada candidato.
Hoy más que nunca, los estrategas deben conocer más a sus electores, para poder llegar con mejores mensajes que afecten su decisión, pues el cambio que ellos buscan es más radical y no está en la política, únicamente, sino en una propuesta social que se puede plasmar en una opción electoral, como una vía o forma de llegar a ese cambio y no como el cambio en sí.
El votante indeciso, es decir, del nulo y del blanco es a quien apuntarán las baterías de las campañas de Luisa y Daniel, con la construcción de mensajes emocionales que provoquen una racionalidad efímera, como las decisiones a cambiar de ese un millón y más de ciudadanos.
Pablo Escandón Montenegro (Ecuador) es doctor en Comunicación e Información Contemporánea, docente de la Universidad Andina Simón Bolívar, sede Ecuador. Investigador en narrativas digitales, storytelling y opinión pública. X: @pabloescandon Ig: @pabloescandon