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Las internas de 1982 en Uruguay: la dictadura herida

Por Marcel Lhermitte

En 1980 apareció el documento elaborado por los militares que buscaban perpetuarse en el poder. Ese plebiscito, no puede tomarse como un hecho aislado

Hay elecciones que marcan la historia de un país e incluso que pueden ser tomadas como referencia de nuestro continente. Ese es el caso de las elecciones internas de 1982 en Uruguay, comicios que no se han valorado en su justa medida y que significan uno de los grandes hitos de la recuperación democrática de este pequeño país del Sur del continente.

Todo tiene un punto de partida, también los actos electorales que se celebraban en plena dictadura. Fue el 27 de junio de 1973 que se dio un golpe de Estado en Uruguay que hizo que se instalara una dictadura cívico-militar en el país. Desde ese entonces, el presidente de facto Juan María Bordaberry, anunciaba que era necesario reformar la Constitución.

El proyecto demoró varios años, fue recién en 1980, cuando el dictador era Aparicio Méndez que apareció el documento elaborado por los militares que buscaban perpetuarse en el poder. Ese plebiscito, no puede tomarse como un hecho aislado, porque el 11 de setiembre de ese mismo año, pero en Chile, fue Augusto Pinochet el que elevó una iniciativa similar ante la ciudadanía. En Chile ganó el SÍ, y más de una cuarenta años después se siguen sufriendo las consecuencias de esa elección; en Uruguay ganó el NO.

El triunfo electoral de los demócratas opositores más acérrimos de la dictadura cívico-militar “obligó” –según ellos– a elaborar un nuevo cronograma que desembocara en una salida democrática, para ello era necesario volver a habilitar a los partidos políticos que no funcionaban desde el mismo golpe de Estado, por lo que era imperioso elegir autoridades para los mismos.

En un marco de libertades recortadas, con censuras, actores políticos proscritos, exiliados, presos, desaparecidos y asesinados, así se convocó a una elección interna de partidos políticos, en donde el régimen cívico-militar ejercía sus influencias para promover a los colectivos más afines ideológicamente a la dictadura.

El Frente Amplio, la coalición de izquierdas uruguayas que había nacido el 5 de febrero de 1971, con motivo de las elecciones que se celebraron ese año fue inhabilitado, por lo que no pudo participar de ese proceso; al mismo tiempo el máximo líder del Partido Nacional, Wilson Ferreira Aldunate fue proscripto, pero desde el exilio hacía llegar sus mensajes a la militancia blanca; por último, el líder colorado Jorge Batlle, también fue proscripto e inhabilitado de participar en esas elecciones internas.

Solo tres partidos pudieron participar de los comicios: el Partido Colorado, cuyos sectores mayoritariamente eran opositores a la dictadura, aunque el colectivo más poderoso, que era liderado por el expresidente Jorge Pacheco Areco, era catalogado como oficialista de la dictadura –incluso el exmandatario había sido embajador del régimen cívico-militar–; el Partido Nacional –con Wilson Ferreira a la cabeza, sin dudas una de las figuras más destacadas en la lucha contra la dictadura–, que contaba con sectores opositores al régimen, pero también con un colectivo liderado por Alberto Gallinal que era oficialista al proceso dictatorial; y finalmente la Unión Cívica, un grupo muy minoritario que tuvo una votación residual.

Ante la imposibilidad de participar formalmente en las elecciones, el Frente Amplio, a través de misivas que escribía su líder en prisión, el general Liber Seregni, y que se sacaban clandestinamente de la cárcel, se convocó a votar en blanco, en una elección que no era obligatoria, para de esta manera marcar presencia en el acto comicial.

La izquierda decidió armar una comisión que militara por el voto en blanco, que la presentó en sociedad a través de una conferencia de prensa, sin prever que al día siguiente todos sus integrantes serían convocados a la Jefatura de Policía y encarcelados. De todas maneras, el voto en blanco, a pesar de no poder hacer campaña formal llegó a un heroico 6,83%.

En tanto, los colectivos opositores al régimen llevaban adelante una campaña en desigualdad de condiciones con sus adversarios; era dificultoso el acceso a la prensa grande, sus mítines eran grabados y algunas de sus principales figuras fueron encarceladas por emitir mensajes en sus discursos que el régimen cívico-militar consideró lesivo para su imagen.

El resultado final es conocido. A pesar de tener un escenario sumamente adverso, los colectivos opositores al régimen vencieron ampliamente a los tildados de oficialistas de la dictadura, lo cual redundó en una transición democrática en la cual los oficialistas de la dictadura tenían menos poder de negociación, y por ende la dictadura se vio más debilitada, e incluso imposibilitada de conseguir algunos beneficios que habían buscado desde el plebiscito de 1980 y a los cuales no habían renunciado.

Fue el triunfo de los militantes anónimos, verdaderos héroes de esta historia que no dudaron en ofrecer su vida para construir un país para sus hijos. Fue la demostración de que siempre existe una manera de vencer a las adversidades más duras; pero sobre todo la prueba cabal de que la participación es la única manera de generar cambios reales en las sociedades y de que los partidos son las herramientas imprescindibles de una democracia.   

Marcel Lhermitte (Uruguay) es periodista, licenciado en Ciencias de la Comunicación y magíster en Comunicación Política y Gestión de Campañas Electorales. Ha sido consultor en campañas electorales en América Latina, el Caribe y Europa. Asesor de legisladores y gobiernos locales en Iberoamérica. Autor de los libros La Reestructura. La comunicación de gobierno en la primera presidencia de Tabaré Vázquez, La campaña del plebiscito de 1980. La victoria contra el miedo y Las elecciones internas de 1982. Los ecos del NO. Es coordinador del Diplomado de Comunicación Política de la Universidad Claeh en Uruguay. 

Twitter: @MLhermitte

Instagram: @marcel_lhermitte

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