Por Oscar Brando
La historia, las ciencias sociales, en particular las ciencias políticas, se han encargado abundante y reiteradamente de estudiar los partidos políticos uruguayos, sus dramáticos alumbramientos, el desarrollo empedrado de violencias, contradicciones y tradiciones, sus largas vidas, muertes y resurrecciones.
Menos habitual ha sido una explicación de sus mundivisiones y su actuación en el gobierno de la sociedad uruguaya a partir de la producción artística que adentro y en torno a ellos se produjo, con los propios artistas como protagonistas de las peripecias políticas y como dadores y receptores de las ideas con las que esos partidos se iban diseñando.
En Los partidos políticos y las ideas se pone en juego esa mirada desde la cultura, en particular desde la literatura, entendiendo a ambas entidades como circuitos de intercambios y relaciones, más rígidos los partidos, más fluida, flexible y registradora la literatura, tal como lo vio Carlos Real de Azúa en el ensayo madre de este libro, Partidos políticos y literatura en el Uruguay (1958).
El libro traza un arco que va desde fines del siglo XVIII a 1972, año clave de la historia reciente del Uruguay. En los albores reconoce, como lo ha hecho la mejor historiografía uruguaya, la inexistencia de partidos y la presencia, durante décadas, de bandos, facciones o agrupamientos en torno a caudillos.
En el terreno de las letras también plantea la demora en la determinación de un cuerpo escrito que pueda definirse como “literatura uruguaya”. De ahí que una primera pregunta acerca del artiguismo, formado en torno a la figura de José Artigas, jefe regional y cabeza de un fugaz gobierno de la Banda Oriental entre 1815 y 1816, resulte orientadora: ¿fue el artiguismo un protopartido y las composiciones gauchescas de Bartolomé Hidalgo sus portavoces republicanas? Desde ese remoto origen el libro va eligiendo, con razonada arbitrariedad, momentos y acontecimientos que ilustren el vaivén de las ideas.
El siglo XIX es rico en mostrar la ligazón entre partidos, pensamiento y creación: los artistas son todavía los letrados que acometen sin hesitar el protagonismo político. Bernardo Prudencio Berro, autor de unas de las principales piezas neoclásicas de la poesía uruguaya, fue presidente de la República. Francisco Acuña de Figueroa, dilatadísimo poeta y autor del Himno Nacional, tuvo entre sus manos los más importantes cargos en administraciones de gobierno. Melchor Pacheco y Obes, Antonio Lussich, Carlos Villademoros fueron poetas y políticos en diferentes bandos. Andrés Lamas junto a los argentinos exiliados en Montevideo (el libro destaca la figura de Esteban Echeverrría), Alejandro Magariños Cervantes, Juan Carlos Gómez, Juan Zorrilla de San Martín, al tiempo que escritores fueron operadores políticos encumbrados de la empedrada política del siglo XIX.
Se llega entonces a un primer nudo del libro: el que ocupa la figura de Eduardo Acevedo Díaz a quien merecidamente se dedica un capítulo. Tal como allí se expresa “Acevedo Díaz es un mundo entero”. En él coagula y concilia el hombre de acción que se inicia en 1870 en la Revolución de las Lanzas, el exiliado que va y viene entre Argentina y Uruguay, el escritor que encuentra en la novela histórica un medio para “instruir almas y educar muchedumbres”, el líder civil, el más importante del Partido Nacional en el cierre del siglo XIX.
El 900 va a ser otra de las encrucijadas en la historia que despliega el libro. En ese pasaje de siglos maduran los partidos (la historiografía habla de la “profesionalización” del aparato político y de las distancias relativas que traza con el patriciado y las viejas clases dirigentes) y también se autonomiza el arte, que ya no aparece como apéndice de intereses partidarios. Si bien los hombres del 900 tuvieron, en buena parte, vocaciones políticas, no aceptaron el carácter ancilar de su obra y no pocas veces les resultó cárcel el alvéolo partidario. Pudieron y debieron recorrer también su camino de “profesionalización”, tanto en el sentido estético como en el económico. Viana, Sánchez, Herrera y Reissig, Quiroga preparan la presentación de la figura central de José Enrique Rodó, intelectual por antonomasia, miembro activo del Partido Colorado y creador de una obra que se desprende de la misión partidaria y apunta a la gesta de la forma.
El siglo XX será entonces un ir y venir entre estética y política, presentados los partidos a veces como movimientos, proponiendo relaciones menos lineales que en el siglo anterior. Los llamados partidos de ideas, el batllismo y su larga presencia de décadas, cruces extraños como el anarcobatllismo, configuran un clima cultural de gran riqueza en las primeras décadas del siglo. El teatro de la mano de Sánchez, Herrera, Bellán traza un interesante derrotero que se acompaña con un cine incipiente, esmirriado, con una literatura moderadamente innovadora y con una prensa que se desprende de las misiones partidarias para modernizar sus contenidos y sus lectores. Se anuncia el imperio de los medios. La década del 30 será un torbellino ideológico: la crisis del capitalismo provoca sacudones de los que no son ajenos los partidos y la política uruguayos y las manifestaciones artísticas se ven muchas veces conquistadas por las ideas novedosas que circulan en el mundo. El regreso de Torres García al país, los comienzos de la obra de Juan Carlos Onetti, la guerra civil española, la fundación del semanario Marcha explanan conceptos y polémicas que harán que esos años sean de los más elocuentes para el tema tratado en el libro.
No es extraño entonces que se vea a la cultura como reclinada sobre la izquierda política (la “gravitación del polo rojo” al decir de Ares Pons), así la llamada “generación del 45” o generación crítica, tan llevada y traída por las historias de la cultura, no respondió en principio a esa señal. “Lúcida, pesimista, aunque no inevitablemente pasiva ni derrotista, en la búsqueda de un pasado útil, esta generación en sus distintas constelaciones, echó por tierra la idealización de un país falseado por las versiones oficiales. Apartidaria, en consecuencia, dice Real (de Azúa) que de ninguna manera pudo ser apolítica, dada su preocupación nacional y latinoamericana por encontrar un destino”.
Figura señera de esa generación, la más conocida, la más popular, la más atacada y controvertida, fue Mario Benedetti medida de las distintas inflexiones que se vieron hacia el medio siglo XX. Él y sus coetáneos resistieron la influencia de sus predecesores, se reconocieron con la generación del 900 a quien homenajearon y, a la altura de 1960, con el sacudimiento que produjo la revolución cubana y la emergencia de la joven generación de la crisis, tomaron partido. Ya los años sesenta mostraron la desarticulación de las relaciones más fieles entre organizaciones partidarias y artistas, así quedara, como excepción, un Zavala Muniz militando sin pausa en el batllismo hasta su muerte en el emblemático 1968.
Crítica y crisis dominan la última década tratada en el libro. El derrumbamiento de la imagen de país sostenida durante décadas da lugar a las conmociones conocidas y estudiadas en esos años. Algunas imágenes metaforizan el período: del país de la cola de paja (Benedetti), denuncia ética, a las venas abiertas de América Latina (Eduardo Galeano), denuncia económica y política, se transita entre la pluma y el fusil, figura retórica utilizada por la escritora argentina Claudia Gilman. La función del intelectual, su coincidencia y litigio con el hombre de acción protagonizan las polémicas de los sesenta y alimentan y argumentan la interrogación: ¿literatura en la revolución o revolución en la literatura? (Julio Cortázar).
El libro se cierra con la presentación de dos artistas: Íbero Gutiérrez, militante, escritor, pintor, asesinado a los 22 años por el ultraderechista escuadrón de la muerte el 28 de febrero de 1972; y Carlos Maggi, dramaturgo, escritor en todos los géneros, que va desde el Partido Colorado al Frente Amplio para regresar a sus orígenes a partir de 1985. Con ese broche el libro, que había sido pensado para llegar a la actualidad, cierra esta primera entrega y abre un prometedor y clásico “continuará”.
Oscar Brando (Uruguay) es profesor de Literatura y doctorado en Lille 3, Francia. Docente y crítico literario, integrante del Sistema Nacional de Investigadores de la ANII. Ha trabajado sobre Morosoli, Saer, Felisberto Hernández y Arlt entre muchos temas. Fue profesor de Formación Docente, impartió cursos en la Maestría de Teoría e Historia del Teatro de la FHCE. En la actualidad da clases de Arte y cultura uruguaya en la Facultad de la Cultura del CLAEH.