Honduras, entre la revolución y la involución

Por Luis Lezama Bárcenas

“Honduras espera demasiadas cosas como para contarlas”, escribió el presbítero y poeta Spencer Reece, tras vivir en el país entre 2012 y 2013. Pero el 28 de noviembre de 2021, alrededor de las 8:00 p.m., Honduras dejó de esperar dos cosas: a la primera mujer presidenta de su historia y al primer partido abiertamente socialista en alcanzar el poder. La mujer se llama Xiomara Castro; el partido, Libre (Libertad y Refundación). Desde entonces, la lista de cosas que Honduras espera es más corta. Pero sigue siendo grande.

El gobierno de Xiomara Castro

Desde su llegada al poder, Xiomara Castro ha impulsado subsidios a la energía y los combustibles, abaratado medicamentos, estimulado la producción agrícola con créditos y fertilizantes (beneficiando a más de 450 mil productores), y generado más de 343 mil empleos ligados al agro. En educación, implementó programas de tutoría rural que mejoraron las competencias en matemáticas y castellano. Solicitó a la ONU la creación de una comisión internacional contra la corrupción, reactivó el caso Berta Cáceres[1] con respaldo de la CIDH, y restableció relaciones diplomáticas con China. Bajo su gobierno, Tegucigalpa y San Pedro Sula salieron de la lista de las cincuenta ciudades más violentas del mundo. En síntesis: Xiomara ha acercado a Honduras al modelo de democracia que su Constitución promete.

Pero el suyo ha sido un mandato opacado por una guerra cognitiva y mediática sin cuartel. Desde el inicio, su gobierno ha sido sitiado por una maquinaria comunicacional y corporativa que responde a las élites agrarias, económicas y mediáticas del país. Se le ha acusado de nepotismo, vínculos con el narcotráfico y excesiva cercanía con gobiernos socialistas. Ninguna acusación ha sido probada. Sin embargo, un video filtrado en septiembre de 2024 generó la crisis más grande que ha vivido su gobierno.

El video muestra a Carlos Zelaya, diputado de Libre y secretario del Congreso, reunido con Devis Leonel Maradiaga, alias El Cachiro, hablando sobre un supuesto apoyo para la campaña de Xiomara en 2013. No se trata de la campaña presidencial que la llevó al poder en 2021, sino de la primera incursión de Libre en las urnas, tras el retorno de José Manuel Zelaya Rosales —expresidente y esposo de Xiomara— mediante el Acuerdo de Cartagena. El video fue grabado en secreto por El Cachiro con un reloj-cámara, como parte de una estrategia para negociar con la DEA antes de entregarse en 2015.

La grabación fue filtrada por Insight Crime, sin revelar su fuente. Aunque para muchos es obvio que quien está detrás de la filtración es el gobierno de los Estados Unidos. ¿Por qué? Porque semanas antes, el hijo de Carlos Zelaya —José Manuel Zelaya, entonces secretario de Defensa— viajó a Venezuela y apareció en un video junto al ministro de Defensa venezolano, Vladimir Padrino, en lo que era una visita oficial para atender a una suerte de juegos olímpicos militares. La embajadora de EEUU en Honduras, Laura Dogu, reaccionó de inmediato desde su cuenta de X, calificando la reunión como un encuentro con “narcotraficantes”. Poco después, el video de Carlos Zelaya con El Cachiro apareció.

La reacción inmediata del gobierno fue exigir en privado la renuncia de Carlos Zelaya y remover a su hijo del cargo de Defensa. Carlos Zelaya también admitió la reunión en una entrevista, afirmando que había sido engañado creyendo que se reuniría con empresarios. Aunque el video no constituye prueba judicial —y ya no puede usarse en tribunales estadounidenses—, el daño estaba hecho: la mediática opositora hondureña tenía lo que necesitaba. Tenía algo con qué erosionar la legitimidad del gobierno, aislarla diplomáticamente y desgastar a su relevo presidencial: Rixi Moncada Godoy; quien para sorpresa de muchos fue la designada por el gobierno para asumir el cargo de secretaria de Defensa que José Zelaya había dejado vacante.

El Big Stick estadounidense

Según encuestas de un mes antes de la filtración del video, Rixi Moncada Godoy —que había anunciado su candidatura nueve meses antes— lideraba por un margen de más de 25 % puntos sobre su principal contendiente, Nasry Asfura, del Partido Nacional. Es decir, ni sumando los votos del bipartidismo lograban superar el apoyo del que gozaba.

Estados Unidos regresaba a la Doctrina del Garrote. La Doctrina del Garrote (en inglés, Big Stick Policy) fue una estrategia de política exterior estadounidense formulada por el presidente Theodore Roosevelt a principios del siglo XX. Su principio central se resume en la frase atribuida al propio Roosevelt: (“Speak softly and carry a big stick; you will go far.”) “Habla suavemente y lleva un gran garrote, así llegarás lejos.”

Esta estrategia no es nueva en América Latina. Se ha utilizado en Bolivia, en Brasil, en Ecuador y en Colombia. Y es parte de un patrón: frente a gobiernos que plantean cambios estructurales, el poder económico reacciona con una ofensiva comunicacional y judicial, apoyado sobre todo por extranjeros (léase Estados Unidos). Lo que ocurre en Honduras es una versión perfeccionada de ese libreto. El gobierno de Xiomara, a pesar de su talante moderado, ha sido asediado como si fuera un gobierno autoritario por Estados Unidos a través de algunos de sus senadores (María Elvira Salazar o Carlos Giménez, por ejemplo) y por la oposición hondureña. Su pecado sin embargo no es la dictadura, claro está, y tampoco es tanto ser solidaria con Venezuela. Para muchos analistas, el gran pecado de Castro es haber tocado intereses del capital estadounidense en Honduras. Principalmente, el polémico proyecto de las ZEDEs.

Las ZEDEs: el iceberg bajo la superficie

Las ZEDEs (Zonas de Empleo y Desarrollo Económico) fueron territorios autónomos creados en Honduras durante el gobierno de Juan Orlando Hernández, concebidos como “ciudades modelo” con sus propias leyes, sistema judicial, fiscalidad y fuerzas de seguridad, al margen del Estado hondureño. Inspiradas en las charter cities del Nobel Paul Romer —quien luego se desvinculó del proyecto—, las ZEDEs como Próspera en Roatán atrajeron el interés de inversores y think tanks libertarios de Estados Unidos vinculados a Silicon Valley y al seasteading, como el Instituto Seasteading, Peter Thiel y Patri Friedman, quienes promovían zonas privadas con soberanía limitada como refugios para capitales, criptoempresas y tecnologías sin regulación. El proyecto ofrecía a los inversores estadounidenses un entorno de absoluta flexibilidad jurídica y fiscal, libre de sindicatos, impuestos, salario mínimo o leyes ambientales, convirtiéndose en una suerte de “paraíso legal” para la experimentación corporativa. Para Washington, las ZEDEs también representaban un instrumento geoestratégico en Centroamérica: permitían a actores privados de EEUU establecer enclaves autónomos en una región clave para el comercio y la contención migratoria, al margen del Estado nacional y bajo tratados de protección a las inversiones. El gobierno de Xiomara Castro las derogó por considerarlas una amenaza a la soberanía, herencia del autoritarismo de Juan Orlando Hernández y potenciales mecanismos de neocolonialismo empresarial. Hoy el país enfrenta demandas millonarias por parte de estas corporaciones ante tribunales internacionales.

Y es que la refundación que Xiomara había prometido no se hace en silencio. La transformación de un Estado históricamente excluyente y corrupto incomoda. La derogación de las ZEDEs, el combate a los fideicomisos, la intervención en las aduanas y la policía, la depuración del sistema de justicia, el control de los recursos naturales: todo eso implica una disputa de poder. El gobierno de Xiomara ha cometido errores, pero ninguno comparable con la magnitud del saqueo heredado por Juan Orlando Hernández. Y, sin embargo, los medios exigen una perfección que jamás demandaron a los gobiernos anteriores, no reconocen en absoluto ninguno de sus logros y promueven todos los días noticias enmarcadas para disgustar más a la población o que directamente son falsas. Muchos señalan a Estados Unidos de estar ayudando a las siempre dispuestas élites apátridas de Honduras. La filtración del video, que databa del 2013 y que no podía generar ninguna investigación posible, por ahora ha servido —más que como prueba de alguna acusación contra Carlos Zelaya— como prueba de que Estados Unidos quería asestar un golpe al gobierno de Xiomara Castro y darle a la oposición una bandera política más para impedir la continuación de su proyecto.

Rixi es Revolución

Esa exigencia desmedida de los medios al gobierno también ha debilitado la figura de Rixi Moncada. Porque es ella quien lleva ahora la bandera del proceso. Su candidatura no solo es una apuesta del oficialismo, sino una ruptura con la cultura política tradicional. Rixi es profesora, abogada, exjueza y ha sido ministra de Energía, Trabajo y Finanzas. Ahora está al frente del Ministerio de Defensa. Su perfil combina firmeza técnica con una claridad ideológica inusual. No es una figura conciliadora: su discurso es frontal y, para muchos, incómodo. Dice que el cambio debe ser radical y profundo. Y lo sostiene con datos, con decencia y con trayectoria.

El hecho de que una mujer con ese perfil encabece las encuestas ha puesto nerviosa a la oposición y a Washington. No solo por lo que representa simbólicamente, sino por lo que podría significar en términos de política real. Rixi ha dicho que profundizará la lucha contra la corrupción, que revisará los contratos lesivos al Estado, que fortalecerá la soberanía fiscal y que revisará el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. Su victoria podría ser el punto de no retorno para una elite acostumbrada a mandar sin responsabilidad y apoyada en intereses extranjeros.

La llaman chavista, radical, peligrosa. Las mismas etiquetas que usaron contra Xiomara. Pero ahora con mayor desesperación. Porque saben que, si Rixi gana, el proyecto de refundación no será transitorio. Será estructural. Y, de alguna forma, sería irreversible.

Para frenarla, el bipartidismo está dispuesto a todo. Las elecciones primarias del 9 de marzo fueron un claro ejemplo. El CNE, dirigido por una excandidata del Partido Nacional, fue incapaz de entregar a tiempo 201 maletas electorales. Aunque estas representaban menos del 1,5 % de la carga electoral, se instaló la narrativa de fraude. Medios, opinadores y la propia presidenta del CNE promovieron la idea de que el gobierno quería sabotear la elección. No hubo prueba alguna, pero eso no importó. El objetivo era sembrar dudas, generar caos, erosionar la confianza pública. Y, sobre todo, desgastar a la candidata que ganó con más votos: Rixi Moncada.

La oposición hondureña es, hoy por hoy, una derecha fraudulenta. Sin proyecto de país, sin liderazgos creíbles, sin base popular. Pero con medios, dinero y respaldo externo. Han entendido que solo pueden volver al poder por dos vías: por medio de otro golpe de Estado o provocando una crisis institucional. El golpe, por ahora, se ve imposible. Las Fuerzas Armadas de Honduras han dado muestras de no estar a favor de dar uno. Por eso la narrativa del fraude, del autoritarismo, del comunismo. Para muchos, la oposición está preparando el terreno para no reconocer los resultados de noviembre si pierden. Esta estrategia no solo atenta contra el actual gobierno, sino contra la democracia misma.

La pregunta que debe hacerse Honduras quizá no es si Rixi Moncada es radical. La pregunta es: ¿Puede Honduras darse el lujo de volver al modelo que la convirtió en un narcoestado? ¿Puede el pueblo olvidar que quienes hoy piden el voto en los otros dos partidos Liberal y Nacional fueron parte de un régimen que robó elecciones, destruyó instituciones y entregó la soberanía nacional al crimen organizado y los intereses de Estados Unidos?

El camino hacia las generales

De aquí a noviembre, Honduras vivirá un proceso de definición histórica. No es una elección más. Es una disputa entre dos modelos de país: el que quiere volver al pasado de privilegios, colonialismo, impunidad y violencia; y el que quiere consolidar un proyecto de justicia social, democracia profunda y soberanía. No hay término medio.

Honduras está, otra vez, ante una encrucijada. Pero esta vez no espera. Esta vez, decide. Y decidirá, como ya ha decidido antes, con la claridad de un pueblo que conoce el precio del olvido.

Aunque ha decrecido, la lista de cosas que Honduras espera —en economía, salud y educación — sigue siendo grande. Tan grande, que la única opción, según la candidata del Partido Libertad y Refundación no es otra que una revolución en el sistema. Una revolución estructural y definitiva. Una revolución que —también— lleva nombre de mujer: Rixi Moncada Godoy.

«Rixi es Revolución», de hecho, se ha convertido en el eslogan de su campaña. Y ya lo sería el solo hecho de que fuera electa: jamás en la historia de humanidad una mujer ha entregado el poder a otra.

Moncada tiene a su favor a la juventud, al gobierno y a todas las encuestas que han sido públicas. Pero las narrativas de las recientes elecciones primarias pueden pesarle. El poder de la mediática hondureña (vinculada al bipartidismo) ha sido más fuerte que el de los hechos y se ha negado a reproducir las pruebas que demuestran la culpabilidad del CNE. Este hecho ha generado polarización y podría tener un gran efecto político para las elecciones generales de noviembre, donde se decidirá si Honduras consolida el socialismo democrático o involuciona hacia los dos partidos que durante cincuenta años —y hasta la llegada de Manuel Zelaya— se repartieron el poder y engendraron el monstruo político que fue el gobierno de Juan Orlando Hernández.

De Rixi Moncada, de Xiomara Castro y sus promesas cumplidas e incumplidas se hablará de aquí a noviembre; de Honduras y su vaivén entre la derecha más conservadora y un socialismo democrático que busca volver a ser gobierno en un país al que le ha cuesta (y siempre le ha costado) avanzar hacia una dirección que no sea el norte estadounidense; de Repollos y de Reyes, como decía O. Henry, cuando escribió sobre Anchuria, una república bananera inspirada en la Honduras de principios del siglo XX. Su título hacía referencia a la frase “Repollos y reyes tienen sus destinos”, una metáfora que sugiere que en la vida hay cosas importantes y triviales, pero todas ellas están interconectadas y forman parte de un todo mayor. El golpe de 2009, los intereses que tocó Xiomara Castro derogando las ZEDEs, la filtración de un video que solo podía generar un juicio mediático, lo que representa una candidata de la altura y preparación de Rixi Moncada, Juan Orlando Hernández y sus estructuras que, aunque cruentas, todavía persisten, todo eso forma un entramado que de aquí a noviembre construirá o destruirá ese todo mayor que es la Honduras de 2026 en adelante. Por ahora, en votos, Rixi gana. Y aunque ese ahora se ve constantemente amenazado, no es 2009. Rixi Moncada ha dado muestras en otras ocasiones de no temerle a las luchas, sino de saberlas llevar con un coraje y una voluntad indomable, capaz de conquistar incluso en las circunstancias más desfavorables y asumiendo siempre que no hay lucha pequeña cuando se pelea por la dignidad. De esas es ella. De esas que hacen de una elección la oportunidad de hacer algo histórico.

Luis Lezama Bárcenas (Honduras) es escritor y periodista. Es graduado de Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires. Es integrante de la 8va generación de la Red LATAM de jóvenes periodistas. Su último libro se titula Seres Imaginados (Efímera Editorial, 2024). X: @lezamabarcenas / Instagram: @lezamabarcenas / Facebook: Luis Lezama Bárcenas.


[1] Activista hondureña asesinada en 2016 por defender los derechos de los pueblos indígenas y el medio ambiente. 

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