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La aprobación de la nueva Constitución “se puede transformar en un plebiscito” para Boric

Por Lucas Silva

Josefina Araos Bralic es investigadora del Instituto de Estudios de la Sociedad (IES), estudiante del Doctorado en Filosofía de la Universidad de los Andes (Chile) y licenciada y magister en Historia por la Universidad Católica de Chile. Sus intereses en investigación giran en torno a la historia y teoría política, así como sobre la relación entre populismo y democracia. Araos Bralic es columnista regular del diario La Tercera, panelista estable en Tele13Radio y autora del libro El pueblo olvidado. Una crítica a la comprensión del populismo (IES, 2021). A horas de la asunción presidencial de Gabriel Boric, conversó con la Agencia Regional Noticias (ARN) para interpretar algunas claves de este acontecimiento histórico.

Desde el exterior se analizó al proceso político chileno posterior al estallido social como una especie de “giro a la izquierda”. Sin embargo, análisis como el tuyo o el de Juan Pablo Luna publicados en Tercera Dosis, polemizan con esa noción y ponen el foco en el centro del espectro político. ¿Por qué?

Hace un tiempo que los estudios de ciencia política advierten sobre la pérdida de fuerza del criterio de identidad más tradicional que es el eje izquierda-derecha, sobre todo cuando se analiza la ola populista a nivel global. En Chile había señales desde hace un tiempo, incluso en el ciclo de alternancia Bachelet-Piñera-Bachelet-Piñera, ya hay cierto debilitamiento de las identidades. Porque sino sería que la sociedad está media loca y pasa de la izquierda a la derecha de un segundo a otro, lo cual me genera dudas. Después del estallido (de 2019) se confirma ese debilitamiento la clase política ha estado en un estado permanente de sorpresa, que es algo que la desespera.

Si analizamos la agenda de los retiros previsionales, más allá del primer retiro por la pandemia, vemos un esfuerzo desesperado de la clase política por volver a conectar con una ciudadanía que no controla de ninguna manera.

Esto lo ha estudiado muy bien Juan Pablo Luna: estamos frente a una ciudadanía desmovilizada, que no parece adherir a los proyectos colectivos como antes (además de que los partidos tampoco parecen enarbolar esos proyectos). Hay una fractura a nivel estructural entre la política y la sociedad. Por eso es difícil analizar las “borracheras electorales” en particular, porque cada resultado podría llegar a ser conexiones puntuales, chispazos que no necesariamente aseguran vínculos, identidades y lealtades políticas de largo plazo. La fractura no se salda de un día para otro. La crisis que vive Chile desde el 18-O refleja el estado de situación de una política que ha sido incapaz e indolente, en el plano de la voluntad y la respuesta institucional para canalizar y procesar esas demandas. Por eso nuestra crisis es también un estallido, que es algo tan complejo de manejar.

La hipótesis sería que en el divorcio entre sociedad y política, los partidos tienden a ser más responsables que los ciudadanos.

Mi sensación es que sí. Otros podrán decir que es una mirada demasiado indulgente con una sociedad fragmentada y ultraindividualista, en la que priman criterios de una política identitaria o que se identifica por cosas puntuales y por eso las lealtades son muy inestables, precarias. Puede ser también, pero más allá de la constatación no se puede hacer mucho. El tema es que la política en sí misma se desligó de esa sociedad, independientemente de lo que haya pasado con esa sociedad. La política no la conoce y no la entiende. Durante el estallido, ministros de Piñera decían cosas como “habrá que levantarse más temprano para tomar el metro” (lo dijo el ministro de Economía Juan Andrés Fontaine), mostrando no solo la distancia de los políticos con la vida cotidiana, sino también un desprecio. Hay una desconexión y una fractura que impide un trabajo hermenéutico o interpretativo de esa sociedad, que permitiría ofrecer proyectos políticos e identificaciones de largo plazo. Por lo tanto, creo que la responsabilidad de la clase política está en un muy primer lugar.

Ese “electorado infiel”, más vinculado al centro, ¿qué cosas le va a reclamar a Gabriel Boric a partir del 11 de marzo? ¿mayor seguridad, menos impuestos?

La idea del “electorado infiel” es de la académica Kathya Araujo. Hay una ciudadanía fuertemente identificada con el centro -que no sabemos bien qué significa- que no necesariamente coincide con la que estuvo movilizada en octubre y noviembre de 2019. No sabemos bien quién era esa ciudadanía movilizada, por eso es un escenario muy incierto. Araujo refiere a una ciudadanía cuya experiencia está pautada por la sensación de vulnerabilidad e incertidumbre, gente que siente que una circunstancia inesperada o fortuita puede echar abajo todo lo logrado.

Sus demandas están vinculadas a necesidades sociales, por así decirlo, de garantías: pensiones, educación y salud. También de seguridad: orden público, control de la violencia y el narcotráfico. Si las vidas de las personas están marcadas por la incertidumbre y la precariedad, tiene sentido que haya al mismo tiempo demandas de cambio y de mayor seguridad-orden. En Chile esas demandas estuvieron repartidas en dos candidaturas que fueron sorpresas, las de José Antonio Kast y Franco Parisi.

Mi impresión es que ese horizonte de demandas no va a cambiar mucho, pero sí puede cambiar rápidamente la simpatía y el apoyo de la ciudadanía a la política. Eso dependerá de cómo responde la política a estas demandas y qué tan consistente es esa respuesta. Ahí Boric tiene un trabajo muy delicado, porque es algo en lo que el gobierno saliente fracasó estrepitosamente. Me refiero al desafío hermenéutico, a saber leer y modificar las agendas a partir de la interpretación de las demandas.

En tu análisis sobre el “electorado infiel” mencionás tanto a la Lista del Pueblo como al fenómeno de Parisi. ¿Qué tienen en común?

Mi intuición es que la sorpresa de ambos triunfos -aunque “triunfo” quizás sea más preciso en el caso de la Lista del Pueblo- son señales de este estado de impredecibilidad de la ciudadanía. Ambos fenómenos constatan la fortaleza que tiene el móvil del castigo y de tomar distancia. Es algo que lleva a muchos a decir “me voy con el que desprecia a todos y tira palos contra todos” o “me voy con los nuevos, con los independientes” que no están vinculados a la clase política tradicional.

O sea que al “electorado infiel” lo define el reflejo de tomar distancia…

Efectivamente, creo que hoy el centro político es la distancia. Es más una actitud que un lugar para ubicarse en el espectro, a pesar que esas personas dicen que están en el centro. Lo que es interesante, y ha sido una discusión en Chile sobre todo en la segunda vuelta, es ver si ese rechazo a las identificaciones tradicionales es o no una demanda de moderación. A mí juicio sí, pero es una discusión larga.

¿La distancia es con respecto a lo que está arriba, al statu quo?

Es distancia con respecto a una clase política que está ensimismada, que gobierna para sí misma, que no es capaz de ofrecer proyectos políticos desde sus respectivas identidades, sean de izquierda o de derecha. Es una demanda de poder manejar la agenda de sus propias vidas, un reclamo de certidumbre, en el sentido más amplio del término. Mi sensación es que la política ha sido inconsistente ante esas demandas.

¿Cuánto tiempo tiene Boric para conquistar a ese “electorado infiel”?

Si uno mira los patrones de estos últimos tiempos, diría que poco. Pienso que no es demasiado tiempo porque hay temas sociales muy críticos, como la crisis migratoria o el conflicto en la Macrozona Sur. Además, está el problema del narcotráfico y la violencia en general, que ha cobrado mucha fuerza en zonas urbanas, además del aumento de la pobreza y de los campamentos (asentamientos irregulares) por el difícil contexto económico pospandémico. No puedo decir cuánto tiempo, pero tendrá enfrente conflictos sociales muy agudos. El conflicto en la Araucanía y la crisis migratoria en el norte han sido noticia principal en estos últimos dos meses.

En paralelo a todo eso tiene que conformar gobierno, con una articulación política novedosa.

Esa es otra dificultad, porque es una coalición nueva que no está claro cómo va a funcionar. Habrá que ver cómo Boric lidia con esas tensiones. Además del partido que vaya a jugar la oposición, el propio entorno de Boric puede generar muchas dificultades y lo pueden llegar a tensionar. Pienso en las diferencias que han existido con el Partido Comunista, pero no son las únicas. No hay que olvidar que Boric firmó el acuerdo del 15 de noviembre (de 2019) que abrió el proceso constituyente sin el aval de su partido y eso le generó dificultades internas. Esas tensiones pueden dificultar su capacidad de administrar un escenario tan complejo, que mezcla la necesidad de conectar con ese electorado infiel, conflictos sociales muy agudos y una política tan deteriorada, con instituciones que están por el suelo en materia de legitimidad. Avanzar con éxito en este escenario será todo un desafío para el nuevo presidente.

¿Es posible que las demandas “desde abajo” lleguen a ser contradictorias entre sí?

Es probable que aparezcan demandas difíciles de interpretar. Y también puede haber dificultades al momento de explicarle a esa ciudadanía las necesarias jerarquías y priorizaciones que define cada gobierno, ya sea porque lo inmediato se come otras cosas o porque una reforma exige concentrarse en ella y no en otras. Pero tengo la sensación de que Boric es alguien con mucho olfato político. Es hábil y por algo ganó como ganó.

¿Cómo ganó?

En mi opinión, con giros sustantivos. Esa ha sido toda una discusión porque el entorno de Boric niega que hayan sido giros sustantivos. No me refiero al sentido de los objetivos y de su agenda de gobierno, pero sí en el relato, que es algo muy importante.

¿Cuáles fueron esos giros sustantivos?

Primero, incorporar una demanda que había canalizado Kast. En paralelo a la campaña contra Kast, Boric convoca a la ex-Concertación, con las que había antes relaciones bastante tensas, y se apropia al mismo tiempo, paradójicamente, de una parte del discurso de Kast. Tuvo que moderar. Bajó el protagonismo de su agenda “sin fronteras” para el tema migratorio y le empezó a dar mayor seguimiento a las demandas por seguridad. La primera reunión de Boric después de la primera vuelta fue con la madre de un pequeñito asesinado por una bala loca (bala perdida) en una población (barrio humilde) de Santiago. También empezó a hablar de forma más explícita de la necesidad de cambios graduales, calmando así al mundo empresarial. Es un relato que se modera y que se reconcilia un poco con la historia reciente. El espíritu empezó a ser “somos herederos de caminos que han iniciado otros, que avanzaron en lo que pudieron y ahora nosotros tenemos que cambiar pero sobre eso”. Eso fue un cambio sustantivo.

En tu artículo recordabas las citas de Camila Vallejo a Patricio Aylwin (expresidente demócrata cristiano, entre 1990 y 1994).

Ese es otro ejemplo, algo inédito. Aylwin ha sido una de las figuras más golpeadas desde el movimiento estudiantil, de 2011 en adelante. Hubo una moderación en el relato porque Boric intuyó la complejidad de esta sociedad. Entendió que los proyectos de izquierda tienen que ser capaces de encarnar cambio y seguridad, transformaciones y certezas. Eso lo tiene a favor y explica ese cierto aire optimista y esperanzado que lo rodea. Es un aire nuevo. Tiene eso a su favor, por algo pone a Iskia Siches en Interior, que es una figura que tiene un capital de estima social muy impresionante. Mantener eso arriba dependerá de que pueda administrar y leer bien la realidad, con mucha cautela, moderación y humildad. Con moderación no implica que no pueda emprender cambios profundos sino con la actitud de estar todo el tiempo atento a si está leyendo correctamente a la sociedad.

¿Boric adoptará como gobierno una tónica más parecida a esa de segunda vuelta?

Confío en eso, ya veremos. Tiendo a pensar que lo hará, pero no está todo en manos de Boric. No solo por las tensiones en su propio entorno o por lo que pase a nivel social, sino también por el proceso constituyente. Aunque el gobierno y la constituyente son carriles diferentes, sus destinos están bien atados. El propio Giorgio Jackson, una de las figuras más cercanas a Boric, reconoció que necesitan a la nueva constitución aprobada para emprender con éxito su gobierno. Así de atados están sus destinos. Sin embargo, ellos no pueden controlar lo que pase dentro de la Convención y ese es un punto crítico, que hay que ver cómo se procesa. La Convención no ha sido un proceso que se haya dado de forma armónica y sin tensiones.

Recién hablabas de la importancia de tomar el pulso al humor social. ¿En eso tienen una ventaja, por su juventud? ¿Los imaginás usando muchas encuestas, inteligencia de datos y herramientas tecnológicas para monitorear la marcha del gobierno?

Creo que ellos encarnan un recambio generacional y eso les juega a favor en ese plano, sí. Es justamente una renovación que a la derecha le ha costado más alcanzar. Es una nueva izquierda que se distancia de la izquierda tradicional que gobernó Chile después de la dictadura. Tiene eso a favor, conecta bien con el cambio y con la juventud. Desde el estallido en adelante, la juventud es un actor político determinante, algo que se incuba desde el movimiento estudiantil de 2011 pero desde el 18-O se aprecia con mayor fuerza. El Frente Amplio intuyó bien que además de eso era necesario hacer un trabajo territorial y de base más fuerte, y lo hicieron.

El hecho de que sean universitarios, de clase media, urbana. ¿Puede llegar a ser un problema para conectar con las demandas “desde abajo”?

No sé si lo voy a poder plantear en los términos más adecuados, pero esta es una izquierda muy progresista. Y el progresismo, como cualquier movimiento, tiene puntos ciegos. El principal punto ciego de cierto progresismo es que piensan que hay temas que se ven “superados”, que el paso del tiempo ha dejado obsoletos, y esa agendas pasan a ser despreciadas o desechadas. Un ejemplo claro es el factor religioso. Ese fue otro giro interesante de Boric, que en la segunda vuelta se acercó al mundo evangélico.

Desde la perspectiva de sociedades super secularizadas, es un mundo despreciado. Creo que en realidad nadie entiende mucho a ese mundo evangélico, que está mucho más articulado y es más significativo de lo que muchos piensan. Kast fue el único que estuvo dispuesto desde el principio a abrirse a ese mundo.

Cuando desatiendes agendas porque piensas que hoy todos somos cosmopolitas o que las identidades nacionales son una cuestión obsoleta, seguramente esas agendas reaparezcan luego con furia.

Mi impresión es que el tema migratorio explica, en parte, la derrota en primera vuelta, y por algo Izkia (Siches) lo primero que hizo fue ir al norte, para volver a conectar con una región históricamente de izquierda. Hay puntos ciegos en esta izquierda que cree que ciertos temas van a ser superados o que son de pequeñas minorías, como el mundo rural, el mundo religioso o las identidades nacionales fuertes. No se trata de empezar a exaltar el racismo o nacionalismo sino de ver que ciertas actitudes terminan generando que esas agendas retornen luego con furia.

En tu artículo planteás que en la Convención Constituyente ha primado el ánimo “refundacional” y no el de “mantener” ¿Qué sería lo relevante para mantener?

No lo digo por las normas, sino por la fundamentación y las premisas. Cuando uno lee, por ejemplo, que hay que modificar por entero el Poder Judicial porque Chile ha tenido históricamente un sistema judicial clasista, machista y todas las etiquetas que quieras poner, mi sensación es que es una lectura no reconciliada con la propia historia.

Cuando hablo de una reconciliación con las circunstancias históricas no es anular la crítica, eso es parte fundamental de cualquier sociedad. El tema es que cada nueva generación hace un proceso de crítica, pero también de apropiación.

Mi sensación es que en la Convención domina, en la fundamentación, una hipótesis de puro rechazo a la propia historia, algo que termina justificando el desmontaje de una tradición institucional que también ha significado avances.

Es legítimo discutir si vale la pena eliminar el Senado, pero el argumento que suele darse es que es una cámara elitista o retardataria. Son eslóganes, sin un análisis riguroso de la trayectoria histórica de esas instituciones. Es una lectura maniquea, como si la historia se dividiera entre buenos y malos. Aparece la Cámara de Diputados como la defensora del pueblo y el Senado como la defensora de la élite, pero la historia es más compleja y no está quedando espacio para la elaboración, que es fundamental para lograr reformas sustantivas, mejorando también a partir de lo que hay.

Mi temor es que la promesa de empoderamiento de la ciudadanía se convierta en el empoderamiento de nuevos grupos, de nuevas oligarquías. Las oligarquías no están solo arriba, en el Ejecutivo o en el gobierno central, también hay oligarquías locales. En América Latina hay evidencia sobrada de esa historia de caudillismos locales que pueden actuar sin control de nadie. Cuando dicen de sacar al Senado porque es elitista y no Diputados, en el fondo veo cierta ingenuidad.

En esa dicotomía entre demolición versus reciclaje, ¿Dónde está el elenco de gobierno que eligió Boric?

Mi sensación es que son más parte del desmontaje, sobre todo del mundo del Frente Amplio. Pero en el gobierno también está el colectivo socialista, al que Boric debió acercarse, que está en una posición más en el medio. Hay que ver qué sucede en el gobierno.

¿Levantar el estado de excepción en la Macrozona formaría parte de ese desmontaje?

Mi razonamiento era más por lo que vengo viendo en la Convención, aunque sí, es un riesgo que puede tener el gobierno. A priori, creo que no renovar el estado de excepción es más una expresión de que nadie sabe qué más hacer. No me sorprende que Boric tenga ese gesto y apueste a eso.

Lo que me inquieta, más allá de si ese caso es o no un reflejo de desmontaje, es que hay ingenuidad. Por ejemplo, en este caso, que el nuevo gobierno piense que una agenda política en esa zona pueda prescindir de la seguridad. Es evidente que ese conflicto requiere una agenda de fuerza de seguridad y orden público. No tengo claro cómo se justificará eso en el mundo de Boric, porque es un tema que les queda incómodo. Pero cuando estás en el poder te toca ejercer el monopolio de la violencia legítima y ahí seguro aparecerán dificultades. La CAM (Coordinadora Arauco-Malleco), uno de los grupos más radicales en la zona de la Araucanía, los ha tratado como unos progres tontones con quienes no les interesa dialogar. Además, ya han defendido la legitimidad del uso de la fuerza para defender sus banderas y sus luchas. No la tendrá fácil Boric.

Y la agenda de la seguridad es un tema cómodo para las derechas cuando están en la oposición.

Claro, ellos solo van a pegar. Por eso espero que no haya ingenuidad. Porque cuando llegas al poder esa ingenuidad se convierte en irresponsabilidad. Tenés que hacerte cargo de la demanda de seguridad y de justicia penal en la zona. Hay asesinatos brutales, hace poco mataron a guardias de seguridad jóvenes, que ni siquiera andaban armados sino que tenían que cuidar que nadie se meta a incendiar. Los mataron a plena luz del día. O sea, la idea de dialogar con todos, incluso con la CAM, ya es de por sí un poco ingenua. Mi temor es que la cosa se les vaya de las manos, con todos los costos que eso puede implicar.

El plazo de Boric para sintonizar con el “electorado infiel” parece estar entre la asunción y la convocatoria al plebiscito de la Constituyente. ¿Es así?

Sí, son seis meses. Es muy poco tiempo. El fin del trabajo de la Convención y el plebiscito serán hitos políticos relevantes, no solo para el proceso constituyente sino para el propio gobierno. De hecho, se puede transformar en un plebiscito en relación al propio gobierno. Pero sí, estamos en un ciclo político de tiempos cortos.

O sea que ese electorado infiel va a tener una oportunidad de hablar en poco tiempo.

De partida sí y esa ya va a ser una buena evidencia de cómo marcha el gobierno. 

Especial ARN. Asunción presidencial de Gabriel Boric en Chile.

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