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La democracia tambaleante… un camino plagado de traspiés

Ningún gobierno es perfecto. Una de las principales virtudes

de la democracia, sin embargo, es que sus defectos son

siempre visibles y en los procesos democráticos pueden

señalarse y corregirse. Harry Truman

Por Marcelina Romero

En medio de tropiezos, pareciera que la democracia en cada elección, tiene una nueva oportunidad de afirmarse en el largo plazo. La tarea es nuestra, de los votantes, debemos observar a quienes se postulan para ocupar cargos públicos, observar a los candidatos/as y preguntarnos cuáles son sus objetivos primordiales, distinguir entonces entre la simple búsqueda de poder y el compromiso con un verdadero proyecto de país –una visión con proyectos y propuestas en materia económica, política– e identificar tanto el oportunismo como una genuina preocupación social.

“Ganó Lula” se leyó en los portales de todo el mundo el 30 de octubre. “Brasil y sus elecciones ajustadas”, publicaron algunos medios de comunicación que evitaron darle el crédito que merece. “Ganó Lula” aclamaron los simpatizantes. Ganó Lula pensamos quienes miramos con cierta cautela que para ganar debió acudir a una alianza con el conservador Geraldo Alckmin.

Claro que, para reforzar la democracia, el acto electivo no debe agotarse en la mecánica sustitución de un gobierno por otro, la tan aclamada alternancia; debe existir un plan de acción razonado y plausible. De todas formas, si el ganador hubiese sido Jair Bolsonaro, la democracia también hubiese triunfado… ¿o no?

La gente de bien aún añora la estabilidad democrática, sigue a líderes que pretenden remediar los problemas de la pobreza y de la desigualdad, líderes que intentan llegar a niveles aceptables de bienestar e igualdad, indefectiblemente son condiciones imprescindibles para que la democracia se instale sólidamente en la patria grande. La gente de mal, ¿será que quiere algo distinto? ¿o simplemente busca ese algo que hasta ahora no se les ha otorgado?

Una democracia que se precie como tal debe reunir determinadas características: Estado de derecho, sufragio universal, elecciones periódicas, partidos políticos competitivos, una ciudadanía saludable, debate público sin restricciones y, como factor infaltable, un poder judicial independiente, capaz de defender los derechos individuales, así como los colectivos, y lograr que los funcionarios se atengan a la ley; quizás esto último, a veces, resulta más complejo que otras metas.

Un voto consciente puede expresarse en distintas opciones políticas, pero siempre deberá hacerlo con una convicción básica: Latinoamérica necesita transformarse en una sociedad más justa y equitativa, más respetuosa de la ley y, por citar algo aún más de fondo, más humana.

Claro que las cosas no son tan simples. Es inquietante comprobar que algunos de nuestros líderes buscan ampliar su propio poder más allá de los límites constitucionales, es una especie de traición al pueblo, aunque sus propios seguidores –enceguecidos– no lo perciban como tal.

¿Quién no desea un Estado igualitario, inclusivo y garante de derechos?

Los votantes deberían valorar los controles y contrapesos de la democracia, aunque esto signifique encorsetar sus propias opciones. A medida que la ciudadanía, los votantes –propios y ajenos–, advierten que los representantes no rinden cuentas y además, privilegian sus intereses personales o partidarios por sobre los del pueblo, el reclamo popular se hace visible en las calles.

El pueblo reclama una democracia que respete los derechos de las personas: libertad de prensa, tribunales independientes, protecciones legales para las minorías, participación electoral masiva y limpia, una oposición sólida y grupos de la sociedad civil libres. La ciudadanía proclama un modelo económico que garantice al menos el acceso a las necesidades y servicios básicos. Los jóvenes desean oportunidades que los aleje de la exclusión social y la discriminación, la que también alcanza a una pluralidad de grupos sociales: mujeres, campesinos, indígenas, en definitiva, a “los pobres” tan mencionados y utilizados en épocas de campaña; todos ellos forman una masa enorme de excluidos que aspiran a encontrar sus líderes políticos.

Últimamente, las estrategias de campaña ponen en relieve dos aspectos importantes: en primer lugar, las actividades u operaciones internas que realiza el partido para mejorar el funcionamiento; en segundo lugar, el carácter intencional o propositivo que implica, por tanto, un plan de acción. Tras una serie de acontecimientos desestabilizadores, vemos en Europa el avance de los partidos nacionalistas xenófobos. Movilizan electoralmente a sectores usualmente independientes mediante la implementación de estrategias de marketing político centradas en sus candidatos, podría citar el caso de Italia y el triunfo de Giorgia Meloni, presidenta del neofascista Fratelli d’Italia, quien utilizo en su campaña electoral el lema: “Dios, patria, familia”. “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en este claroscuro surgen los monstruos”, aseguró el filósofo italiano Antonio Gramsci. Y claramente los monstruos emergen y no hay forma de frenarlos.

Precisamos conocer aún más respecto a los perfiles ideológicos de los partidos llamados de derecha actualmente relevantes. La aparición de nuevos actores dentro del panorama eleccionario responde a la insatisfacción contra la clase política y los partidos, así llegan los tan mencionados outsiders a ocupar la presidencia. En Brasil, los votantes de Bolsonaro –homófobo, defensor acérrimo de los intereses corporativos de soldados y policías, machista, etc.– votan el rechazo hacia los homosexuales, hacia las mujeres y sus derechos, hacia los afrodescendientes y sus ancestros… ¿Por qué esa gente vota por él? Es la pregunta que deberíamos responder o al menos pensar. Diferentes son aquellos que votan por la derecha populista, gente de clases populares, esos candidatos o partidos de alguna manera intentan responder esas demandas de ese grupo de gente. Resulta paradójico observar lo poco que indagamos sobre nuestros dirigentes a la hora de votar atribuyéndoles luego la responsabilidad de lo que padecemos.

Hoy, el mundo está atravesando un nuevo umbral histórico, expresiones públicas revisionistas de las dictaduras, la fuerte presencia de jóvenes en los mítines o las marchas apoyando a ese candidato/a de derecha. La estrategia de infundir miedo hacia los candidatos progresistas es altamente utilizada. Los descontentos y las demandas concretas nos otorgan la posibilidad de generar ese consenso conflictivo necesario para la convivencia, respetar el derecho legítimo de los adversarios, no podemos evitar las diferencias, y tampoco se puede aspirar a la conciliación de todas las confrontaciones. Procurar identidad política quizás sea lo más complejo, ser partícipe, aunque esa participación sea reconocida por los líderes como la desvalida, la vulnerable, la merecedora de planes. Ser parte igualitaria y necesaria, suavizar las líneas de poder.

Los antipopulismos hacen hincapié en lo económico: la extracción por parte del Estado de un porcentaje del presupuesto para su redistribución social no es algo que consideren correcto. Por otro lado, lo ideológico: las elites aseguran que esas decisiones las ubica en una posición de subordinación a las necesidades colectivas, resultando perjudicados en tal distribución; y la clase media siente que carga con el peso impositivo sin recibir nada a cambio. Sin embargo, para prosperar como país, es fundamental invertir en las economías regionales y para eso se precisa, en buena medida, el apoyo del gobierno nacional a través de obras y, fundamentalmente, de políticas públicas.

Quieran o no esta la manera: un Estado presente y activo, que el gobierno de turno transforme los estímulos estatales en crecimiento efectivo de la economía.

Para profundizar la democracia es necesario evitar la exclusión social, porque la sensación de no pertenencia, de estar invisibilizados, es la que genera en los votantes el lazo de empatía con los que vienen de afuera, con discursos disparatados y odiosos. Creado este círculo vicioso en el que la ciudadanía reduce su confianza en las instituciones democráticas y por ende un descreimiento en el Estado, y de esta fórmula la población se inclina a apoyar a un régimen autoritario, de derecha, su apoyo a los líderes sin escrúpulos, si estos demuestran –aunque más no sea en sus discursos– dar respuesta a sus demandas de “bienestar”.

El primer objetivo de estos líderes es eliminar los controles y contrapesos, o sea a todos aquellos que ponen límite a su autoridad; atacan así a actores de la sociedad que imponen limitaciones a su poder: activistas, periodistas independientes, jueces, defensores de derechos humanos y a ciertos políticos.

Es utópico pensar en una comunidad política totalmente inclusiva, aunque idealmente nos refiramos a ella como alcanzable, realizable. La democracia consiste en garantizar y proteger derechos, combatir el abuso de poder, la exclusión, la marginación, el racismo; implica el acceso a servicios efectivos de salud y de educación, fomentar las oportunidades de empleo digno, lo cual se consigue a través de un tejido de instituciones que lleve adelante esas funciones necesarias para la permanencia en el tiempo de esos derechos y de esas libertades fundamentales.

Habrá que tener en cuenta los condicionamientos de la coyuntura actual, la opción autoritaria está latente y posee peso popular. Quizás en la búsqueda de una respuesta, de algo podemos estar seguros: la educación es el antídoto, los aumentos en el logro educativo están correlacionados con los aumentos en la participación cívica y el apoyo a la democracia. Mientras más educación brinde el Estado, más saludable será nuestra democracia. Es la educación la que puede impartir ese sentido necesario de eficacia cívica y causa común. Con mayor participación lograremos un Estado que lleve adelante políticas públicas, que sean eficaces en el diseño y la ejecución, fundamentalmente adecuadas, y así por lo tanto ayudar a disminuir la brecha entre pobres y ricos.

Finalmente, lo que podemos estar seguros es que de nosotros depende la permanencia y consolidación democrática. Para eso habrá que tener por ejemplo, a Gramsci como un estandarte o una guía: “Instrúyanse, porque tendremos necesidad de toda nuestra inteligencia. Agítense, porque tendremos necesidad de todo nuestro entusiasmo. Organícense, porque tendremos necesidad de toda nuestra fuerza”.

Marcelina Romero (Argentina) es abogada, consultora política y comunicadora feminista reside en Estados Unidos, corresponsal de medios nacionales e internacionales. Máster en Comunicación Política y Gobernanza Estratégica, George Washington University, miembro de la Red de Politólogas. Fundadora Radio Radar U.S.

Twitter: @lmarcelinaromer – Instagram: @marcelinaromero

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