Por Pablo Defendini
En una jornada electoral marcada por una participación más alta de lo esperado, La Alianza emergió como la segunda fuerza política del país. Aunque no logró la mayoría en la gobernación y la legislatura, los resultados reflejaron un debilitamiento significativo de la hegemonía del bipartidismo puertorriqueño.
Las elecciones generales de 2024 marcaron un punto de inflexión histórico para Puerto Rico. Por primera vez en más de seis décadas, el dominio del bipartidismo del Partido Nuevo Progresista (PNP) y el Partido Popular Democrático (PPD) se vio desafiado de manera contundente por una alianza coyuntural entre el Movimiento Victoria Ciudadana (MVC) y el Partido Independentista Puertorriqueño (PIP).
En una jornada electoral marcada por una participación más alta de lo esperado, La Alianza emergió como la segunda fuerza política del país. Aunque no logró la mayoría en la gobernación y la legislatura —se sostuvo el dominio del PNP con la gobernadora electa Jenniffer González y la mayoría del PNP en el Senado y la Cámara de Representantes— los resultados reflejaron un debilitamiento significativo de la hegemonía del bipartidismo puertorriqueño. Al relegar el candidato a la gobernación del PPD a un 13%, el desempeño de Juan Dalmau, candidato a la gobernación por la Alianza, aseguró el desplazamiento contundente del PPD a un tercer lugar en el panorama político nacional.
La campaña previa a los comicios del 5 de noviembre estuvo plagada de tensiones políticas, ataques mediáticos y el uso continuo del lawfare por parte del PNP y el PPD para deslegitimar las candidaturas de La Alianza. La embestida en contra de la democracia aún continúa: el proceso del escrutinio, en donde se contabilizan y revisan las actas del día del evento electoral, ha estado plagado de incertidumbre, números inconsistentes y atrasos significativos. Esto abona al sentir general sobre la falta de legitimidad de los resultados, cosa que se anticipó con alarde debido a las vicisitudes de un código electoral diseñado para entregarle control total de la Comisión Estatal de Elecciones (la CEE, la institución encargada de regular las elecciones en Puerto Rico) al PNP. A mediados de diciembre, todavía no se habían decidido contiendas en donde candidaturas claves de La Alianza salieron adelante el día de las elecciones. La incertidumbre es tanta, que el actual gobernador (del PNP) llamó a una sesión extraordinaria de la legislatura para, entre otras cosas, buscar legislar cambios que permitan certificar a ciertos candidatos aun sin haber culminado el escrutinio, para que puedan juramentar a principios de enero de 2025, como dicta la constitución colonial.
La prohibición del voto coaligado (o la votación por fusión) obligó al PIP y a Victoria Ciudadana a presentarle al país una papeleta confusa y difícil de maniobrar: tanto el PIP como Victoria tuvieron que postular candidaturas ‘de agua’ para cumplir con los requisitos del código electoral, el cual, además de prohibir el voto coaligado, prohíbe que los partidos inscritos no postulen candidaturas para la gobernación y la comisaría residente (el segundo escaño en la papeleta nacional). Así, el PNP y el PPD neutralizaron la posibilidad de un voto ‘íntegro’ —es decir, el voto por un partido político, en vez de por candidaturas individuales— a favor de La Alianza en la papeleta nacional. En las papeletas legislativas y municipales, el cuento fue similar: la complejidad de votar por candidaturas de varios partidos, combinada con la variabilidad de los acuerdos de Alianza entre el PIP y el MVC a nivel de las 78 alcaldías, minó el desempeño electoral a favor del junte progresista que componía las candidaturas de La Alianza.
La Alianza logró movilizar a una amplia base de votantes, tanto jóvenes que votaron por primera vez, como gente mayor cansada de la corrupción y el mal manejo del gobierno. Apelando a un discurso que intentó trascender el tradicional debate sobre el estatus político de la colonia, para centrarse en temas urgentes como la justicia social, la transparencia gubernamental y el desarrollo sostenible, la Alianza logró movilizar y activar a un sector previamente desconectado de la política, incluyendo la clase artística, que tradicionalmente le huye a esbozar posturas políticas por temor a la censura.
Por otro lado, la campaña mediática en contra de La Alianza fue exitosa, sin duda. La narrativa en contra de la izquierda, con consignas denunciando el comunismo y el independentismo, causó que no solo se activara la base del PNP, sino que también partidarios del PPD y del Proyecto Dignidad, el partido emergente de derechas, reconsideraran su voto y apoyaran al PNP en vez de arriesgarse a votar por las candidaturas de su partido predilecto.
A pesar de los resultados oficiales, el momentum y el sentido de esperanza que generó la campaña de La Alianza puso de manifiesto el potencial de las coaliciones políticas en un sistema electoral diseñado para favorecer a los partidos tradicionales. Las campañas conjuntas de Victoria Ciudadana y el PIP lograron superar las barreras impuestas por el bipartidismo hegemónico. La Alianza no solo demostró ser viable, sino que abrió un camino para futuros esfuerzos colaborativos entre partidos y movimientos con objetivos comunes.
Este nuevo panorama político plantea desafíos significativos. Las fuerzas progresistas tendrán que enfrentar una vez más la resistencia de las estructuras de poder tradicionales de cara a las elecciones de 2028. Asimismo, deberá consolidar la confianza del electorado demostrando capacidad de organizarse de forma novel, sencilla, y con eficiencia y ética.
Las elecciones de 2024 marcaron la continuación de un proceso de transformación política en Puerto Rico que lleva desarrollándose desde por lo menos las elecciones de 2016. El éxito de La Alianza no solo desafió el status quo, sino que sentó las bases para un debate más inclusivo y pluralista, cosa que ya se ha ido reflejando en el panorama mediático del país, a medida que portavocías alineadas con La Alianza reciben más atención de parte de los medios que tradicionalmente se han limitado a ser portaestandartes del bipartidismo. Aunque el camino hacia un cambio estructural será largo y lleno de obstáculos, los resultados de esta elección representan un paso significativo hacia una política más representativa y orientada al bienestar colectivo.
La historia de Puerto Rico ha demostrado que los momentos de crisis pueden ser el preludio de grandes cambios. El desenlace de estas elecciones podría ser recordado como el inicio de una nueva etapa, en la que el pueblo tomó las riendas de su destino, apostando por un futuro más justo y equitativo.
Pablo Defendini (Puerto Rico) ha vivido en San Juan y en Nueva York. Trabaja como consultor de diseño de experiencia de usuario y estratega de contenido con un enfoque en el diseño y la producción editorial para medios digitales. A través de los años ha diseñado, lanzado y manejado varias publicaciones grandes y pequeñas en Puerto Rico, en EEUU y en internet. X: @pablod / Instagram: @pablod